Jueves, Enero 5, 2012 | Por Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org -Mirando hacia atrás nos damos
cuenta de que la Gran Ofensiva Revolucionaria, del 13 de marzo de 1968,
a pesar de su rimbombante nombre, fue en realidad la Gran Metida de Pata
de Fidel Castro, de entre las muchas que tiene en su haber el anciano
dictador.
Dariel Alarcón Ramírez -alias Benigno-, hoy en el exilio, es el autor
del libro Memorias de un soldado cubano. Fue guerrillero en la Sierra
Maestra, junto a Camilo Cienfuegos, y luego lucho junto al Che Guevara
en Bolivia. Benigno narra en su libro que jamás podrá olvidar la escena
que presenció la mañana del 13 de marzo de 1968, reunidos con Fidel
Castro los miembros del Buró Político, pocas horas antes de que Castro
anunciara al pueblo la Gran Ofensiva Revolucionaria.
Cuenta este ex oficial del Ministerio del Interior, la rabieta que le
dio al máximo líder cuando vio que sólo había obtenido la mitad de los
votos de los miembros del Buró Político, quienes debían decidir a favor
o en contra de la nacionalización instantánea de cincuenta mil
establecimientos comerciales que aún quedaban en manos de propietarios
privados cubanos. Castro ni siquiera aceptó la voz contraria de Carlos
Rafael Rodríguez, que se oponía a la idea.
Según Benigno, Fidel saltó como una fiera y exclamó iracundo:
-Por mis testículos se va a intervenir, tal y como yo digo. Ramirito,
prepara las fuerzas, que se va a intervenir; estén todos de acuerdo o no.
-Como usted ordene, Comandante –respondió Ramiro Valdés.
Por último cuenta Alarcón Ramírez que, malhumorado, Fidel Castro le
quitó las llaves del auto a su chofer para manejarlo él mismo, salió
como una tromba de la reunión, y se alejó del lugar chillando gomas.
Esa misma noche el jefe del país anunciaba en un discurso, en la
escalinata de la Universidad de La Habana, que la revolución tenía que
nacionalizar todos los comercios particulares, como solución para
combatir el egoísmo, si se quería lograr que surgiera en Cuba el Hombre
Nuevo.
Aquella medida tomada por Castro de forma caprichosa, algo que –quizás
consciente del desastre que había provocado- jamás aconsejó años más
tarde a sus discípulos sandinistas en Nicaragua y mucho menos a Hugo
Chávez, terminó de destruís el país.
Cuarenta y cuatro años más tarde, Cuba sigue sufriendo las consecuencias
del delirante capricho del Comandante en Jefe. Si no fuera tan trágica y
real, la historia parecería el guión de una chaplinesca comedia en que
un loco que se cree dictador juega a hacer delirantes experimentos con
una pequeña islita de cartón.
Lejos de impulsar la producción y los servicios, elevar la eficiencia
del trabajo y, sobre todo, desarrollar la cooperación y el espíritu
comunista, como Castro pronosticara, la "ofensiva" fue el tiro de gracia
que sumió al país en la total ineficiencia y pobreza que han reinado
desde entonces. Metedura de pata que el Castro menor, trata hoy de
desmontar, con mucha cautela, para que al hacerlo no colapse su
tambaleante y miserable reino.
Los magníficos y eficientes negocios que llenaban nuestra isla y hacían
de Cuba un país vibrante y moderno como pocos en América Latina,
eliminados por Castro Primero en 1968, son remplazados en 2012 por
Castro II con timbiriches, vendedores ambulantes, bazares de baratijas
instalados en portales de casas en ruinas, restaurantuchos en salas de
casas y chinchales para vender frutas. Todo hecho con la arrogancia que
define a la familia, sin jamás haber admitido quién es el verdadero
culpable de estas casi cinco décadas de miseria y, muchísimo menos,
haber pedido disculpas por simplemente destruir el país.
Me pregunto: ¿Volverán algún día los negocios de verdad, los de antes?
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