sábado, 1 de mayo de 2010

Raúl Castro y Su Eminencia

Raúl Castro y Su Eminencia
ANTONIO JOSÉ PONTE 01/05/2010

Hace tres semanas, Raúl Castro volvió a hablar de guerra. Ponderó ante
un público de jóvenes (clausuraban el congreso de la Unión de Jóvenes
Comunistas) la posibilidad de una hecatombe. Aludió al sacrificio del
país y de toda su gente. No existía por todo el horizonte amenaza de
invasión. El presidente y general repasó la completa historia de
resistencias nacionales a propósito de unos gestos diplomáticos europeos
y del tratamiento de los asuntos cubanos en la prensa internacional. A
juicio suyo, ocurría una campaña de descrédito contra Cuba financiada
desde los centros de poder en EE UU y Europa. En el origen de esa
campaña había un preso fallecido en huelga de hambre al cual, con todas
las precauciones del pensamiento mágico, él se cuidó de nombrar. La
reacción de la prensa extranjera ante aquella muerte desencadenó lo
apocalíptico en el congreso juvenil. En el reino de los hermanos Castro
la protesta de un solo prisionero puede perfectamente contestarse con
amenazas de genocidio. La huelga de hambre de un opositor se remedia con
la exterminación de todos los habitantes. Nadie gana en histeria a Raúl
Castro, y su hermano mayor revalidó enseguida por escrito nota tan
extremada. Un puñado de artículos y opiniones ponían al país en pie de
guerra.

Semanas después, otro líder cubano, sin relación directa con el
presidente y general, ha percibido en esos artículos y opiniones
extranjeras la misma peligrosidad. El cardenal Jaime Ortega, arzobispo
de La Habana, explica en una revista católica: "El hecho trágico de la
muerte de un prisionero por huelga de hambre ha dado lugar a una guerra
verbal de los medios de comunicación de Estados Unidos, de España y
otros. Esta fuerte campaña mediática contribuye a exacerbar aún más la
crisis. Se trata de una forma de violencia mediática, a la cual el
Gobierno cubano responde según su modo propio".

La más alta autoridad de la Iglesia Católica dentro del país coincide
con la más alta autoridad militar y de Gobierno en que ese despliegue de
información, aun cuando no penetre en el territorio nacional, equivale a
la guerra. Su Eminencia aconseja aplacamiento a los corresponsales
extranjeros. Informar es, en su particular ecuación, una forma de
ejercer la violencia. Y, por otra parte, existe dentro del país un rico
periodismo: "En la prensa de Cuba aparecen opiniones de todo tipo
respecto al modo de buscar salidas para las dificultades económicas y
sociales de este momento". (Valdría la pena investigar si, entre esa
variedad de fórmulas, alguna aboga por el fin de la dictadura y la
existencia de diversos partidos políticos).

Las opiniones de Su Eminencia acerca de la política estadounidense hacia
Cuba se corresponden con las expuestas tantas veces por Raúl Castro y su
hermano: toca al Gobierno de Obama dar pasos para el reestablecimiento
del diálogo, y de ningún modo habrá de subordinarse el fin del bloqueo
(Ortega utiliza la terminología revolucionaria) a una nueva política
cubana de derechos humanos.

El cardenal arzobispo reclama discreción a la prensa extranjera y
generosidad diplomática al Gobierno estadounidense. Al parecer, los
mayores obstáculos para el buen desarrollo de la sociedad cubana se
encuentran más allá de sus fronteras. No obstante, pide al Gobierno de
Raúl Castro que agilice los cambios prometidos. Le pide un mejor trato
para los prisioneros y las familias de estos. Y deja claro que la propia
misión de la Iglesia "le impide sumarse simplemente a una de las dos
partes enfrentadas, con propósitos políticos de desestabilización de un
lado, y con el consecuente atrincheramiento defensivo de otro".

Tomar partido sería pecar de simpleza. Las autoridades, que orquestan
actos de repudio contra mujeres y dejan morir a un prisionero en huelga
de hambre, resultan consecuentes, defensivas y solamente atrincheradas.
Pululan, del otro lado, los elementos desestabilizadores. ¿Se refiere Su
Eminencia a las Damas de Blanco, vapuleadas a la salida de las iglesias,
o a los corresponsales extranjeros?

El cardenal Jaime Ortega no está dispuesto a condenar las malas
prácticas de la dictadura cubana. El general Raúl Castro no está
dispuesto a introducir los cambios que tanto ha prometido.

No es casual que este último pronunciara su versión del Apocalipsis en
una asamblea de jóvenes: cuando no se quiere hacer vida adulta, el
cuarto de los niños resulta de lo más grato. Fue buen escenario el
evento juvenil para dar largas al Congreso del Partido Comunista, que
obligaría a alguna determinación respecto a Fidel Castro, aún con rango
de primer secretario.

En su discurso de clausura, el menor de los Castro declaró pospuestos,
una vez más, congreso partidista y nuevas medidas. "Los que piden
avanzar más rápido", avisó, "deben tener en cuenta el rosario de asuntos
que estamos estudiando". (Rosario de asuntos: curiosa infiltración en un
discurso que, como buena pieza apocalíptica, contó con otras alusiones
religiosas).

Tanto Raúl Castro como Jaime Ortega, presidente y cardenal, prefieren
evadirlas responsabilidades de sus puestos. Los dos temen a todo aquello
que pueda desestabilizar la actual situación. Es lógico entonces que
confundan periodismo con violencia y con guerra: los artículos y
opiniones tan denostados por ellos hablaban de cambios.

Antonio José Ponte es vicedirector de Diario de Cuba (www.ddcuba.com)

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Raul/Castro/Eminencia/elpepuopi/20100501elpepiopi_5/Tes

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