Jaime Ortega debiera tener más tino en su trato con la disidencia. A
pesar de que en Cuba, por tradición, la jerarquía católica siempre se ha
codeado con el poder, el Cardenal pudiera replantear sus estrategias.
El diario subraya que el cardenal Ortega dio una misa por el dictador
venezolano Hugo Chávez y ninguna por los disidentes muertos. .
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Iván García / Especial para martinoticias.com
marzo 27, 2012
En Cuba, han sido pocos los sacerdotes que han hincado rodilla en tierra
junto a los pobres o perseguidos, como Óscar Arnulfo Romero, monseñor
salvadoreño asesinado en 1980. O los jesuitas peruanos, brasileños,
colombianos y españoles que en 1972 fundaron la Teología de la Liberación.
Esa defensa de los más desfavorecidos y reprimidos por sus ideas, fue
excepcional durante el período republicano (1902-58). Y casi nula en los
53 años de gobierno verde olivo comandado por los Castro. Antes, en la
guerra de independencia, la jerarquía católica se inclinó por la
metrópolis española.
Aunque hubo excepciones. Entre ellos, los españoles o cubanos Fray
Bartolomé de las Casas; Antonio María Claret, Arzobispo Emérito de
Santiago de Cuba: Prebístero Félix Varela; Juan José Díaz de Espada,
Obispo de La Habana; Evelio Díaz, Obispo de Pinar del Río; Ismael Testé,
párroco de la Iglesia del Pilar; Monseñor Pedro Meurice y el Padre José
Conrado. El caso más significativo es el de Enrique Pérez Serantes
(Pontevedra 1883-Santiago de Cuba 1968), Arzobispo de Santiago de Cuba y
Primado de la Iglesia Católica de Cuba.
En los años 50, Pérez Serantes mantuvo un fuerte vínculo con el
Movimiento 26 de Julio, organización política que se convirtió en armada
para luchar contra la dictadura de Batista, a partir del golpe de estado
del 10 de marzo de 1952. El arzobispo santiaguero no sólo denunció la
violencia existente en el país, si no que abiertamente colaboró con los
rebeldes, en cuyas filas había numerosos devotos del catolicismo.
Pero en la isla nunca los católicos practicantes han sido mayoría.
Durante mucho tiempo, los jerarcas del Arzobispado han mirado con cara
de perro la creciente influencia de las religiones afrocubanas,
protestantes y evangélicas entre la ciudadanía.
Después, Fidel Castro con su guerra santa en los años 60, convirtió las
escuelas católicas en cuarteles y expulsó a un tercio del clero católico.
Las misas dominicales se daban en templos vacíos. El clérigo campeó el
temporal como pudo. Y en los 90, por estrategia gubernamental, se le fue
abriendo las puertas al catolicismo. Con el régimen de pie y los
sacerdotes de rodilla.
Está bien que la iglesia luche por ampliar sus mínimos espacios. Pero no
debiesen desprenderse de la Biblia tan de prisa en sus negociaciones con
la autocracia. Mientras dialogan con buenos vinos, en la capital y el
resto de las provincias, se han triplicado los barrios marginales.
A día de hoy, Cuba está entre los cinco países con mayor población penal
del planeta. El futuro es una mala palabra. Hay tantas jineteras que
asustan. Las drogas y sicotrópicos son tan habituales entre los
adolescentes como beber ron.
La válvula de escape a esa vida precaria no es precisamente concurrir a
las iglesias católicas a escuchar sermones. La gente prefiere refugiarse
en la brujería u otras creencias, a veces estrafalarias.
Cuando los jóvenes no encuentran respuesta espiritual, se tiran al mar
en una chalupa de goma, a riesgo de ser merienda de tiburones.
Es también preocupante la ausencia de mulatos y negros en la alta
jerarquía católica. En una nación mayoritariamente mestiza, el mensaje
que envían es de tintes racistas.
Si la iglesia nacional no ha sido refugio para santeros, babalaos y
otros cultores de religiones yorubas, imagínense para la acosada disidencia.
A mediados de marzo, permitiendo que la policía política entrara en un
templo habanero, el Cardenal Jaime Ortega dio un golpe de autoridad
encima de la mesa y trasmitió un recado alto y claro a la oposición: no
son bienvenidos en este ágape.
El clero olvida algo. Bajo cualquier circunstancia, presente o futura,
hay que contar con la disidencia. Ninguneándola solo logran exacerbar
las pasiones.
De cara a la galería internacional, el Cardenal Ortega ha realizado una
loable faena. En 14 años, dos Papa han peregrinado a uno de los países
menos católicos del continente.
Después de la primera misa del Papa en Santiago de Cuba, donde un cubano
de la raza negra tuvo valor para gritar Abajo el comunismo, con
expectación se espera si en la misa de la Plaza de la Revolución alguien
desafiará las fuertes medidas de seguridad y gritará Libertad o Democracia.
Es una interrogante si Benedicto XVI en su apretada agenda incluirá un
breve encuentro con una figura de la oposición. Lo que sí se da por
hecho que se encontrará con Fidel Castro. Y fuertes rumores indican que
saludará al presidente venezolano Hugo Chávez, hospitalizado en La
Habana para recibir sesiones de radioterapia que amortigüen su cáncer
pélvico.
Lo que ha sufrido la oposición pacífica en Cuba en medio siglo, supera
con creces las agrias acusaciones y expulsiones de sacerdotes y monjas
por parte de Fidel Castro en los años 60. En cinco décadas, decenas de
opositores han muerto en las cárceles debido a malos tratos,
fusilamientos y huelgas de hambre. Y cientos han sido desterrados u
obligados a marchar al exilio.
En sus húmedas galeras, casi todos los presos políticos tenían una
pequeña Biblia y encontraban consuelo rezando el rosario antes de
dormir. Muchos recibían visitas pastorales y más de uno se convirtió al
catolicismo durante su estancia en la cárcel. Si a alguien ha
decepcionado Jaime Ortega con sus desplantes, es a esa disidencia que
venera a Jesús.
El Arzobispado debiera presionar al gobierno para que dialogue con la
oposición. Sentarse a negociar derechos ineludibles, como la libertad de
expresión y de asociación, que se permitan grupos independientes dentro
de la sociedad, sean o no contestatarios. Es positivo que la iglesia
continúe aumentando sus espacios pastorales y sociales. Y ojalá un día
los niños cubanos puedan estudiar en colegios católicos, similares a los
existentes antes de 1959.
Jaime Ortega debiera tener más tino en su trato con la disidencia. A
pesar de que en Cuba, por tradición, la jerarquía católica siempre se ha
codeado con el poder, el Cardenal pudiera replantear sus estrategias.
De mantener la cara sonriente solamente para quienes detentan el poder,
la iglesia de Cristo perderá varios enteros. Los cubanos seguirán
bautizando a sus hijos y en sus casas mantendrán las imágenes del
Sagrado Corazón y la Caridad del Cobre. Pero preferirán apostar por
otras religiones y aborrecerán al mensajero de Dios en la isla. Es lo
que viene sucediendo.
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