El Papa busca en Cuba reforzar a la Iglesia católica y no tanto la
apertura del régimen
28 MAR 2012 - 00:10 CET
Aunque se presente oficialmente como una visita "pastoral", la presencia
del Papa en Cuba, y anteriormente en México, es mucho más que eso. Está
cargada de política. Porque Benedicto XVI, además de jefe del Estado del
Vaticano —cuya influencia no es proporcional a su tamaño—, también es
cabeza de la Iglesia católica y, por ello, defiende unos intereses. El
papa Ratzinger ha aceptado evitar a la disidencia cubana como una
condición para su visita. También Rodríguez Zapatero, que nunca viajó a
Cuba, impulsó una revisión de la política de la UE para dejar los
contactos con la disidencia al margen de los actos oficiales y
descongelar las relaciones diplomáticas con el régimen castrista. Tratar
con los Castro nunca ha sido fácil para nadie, ni para España ni para la
Iglesia católica. Ninguno ha conseguido que la dictadura se abriera,
pero sí, al menos, con maniobras discretas, la liberación de decenas de
presos.
Poco cambiará este viaje, un éxito de masas como la cita anterior en
México, para un sistema que se ha cerrado en lo político, aunque,
forzado por su inoperancia, ha tenido que liberalizar algo la economía.
Prueba de su cerrazón es que el año pasado retiró la credencial al
corresponsal de EL PAÍS en La Habana y ha negado el visado al enviado
especial de este periódico para cubrir la visita papal.
De los presos políticos y de la necesidad de "construir una sociedad
abierta y renovada" sí ha hablado Benedicto XVI. Pero las declaraciones
de Jaime Lucas Ortega, arzobispo de San Cristóbal de La Habana, a
L'Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, en las que ha pintado
una Cuba idílica sin presos políticos ni estrecheces económicas para la
vida cotidiana, han indignado, comprensiblemente, a la disidencia. La
Iglesia no quiere bronca con Cuba. Busca un espacio para poder ampliar
su labor pastoral e ir penetrando en la enseñanza. De hecho, fue también
el objetivo del viaje de Juan Pablo II en 1998, y algo consiguió para su
institución.
También lo ha sido el de su paso por México, una sociedad muy religiosa
en una república militantemente laica. Qué duda cabe que si esta
realpolitik de Benedicto XVI ha causado frustración entre la disidencia
cubana, también lo ha hecho en muchos mexicanos por no recibir a las
víctimas de los abusos sexuales de Marcial Maciel, el fundador de los
Legionarios de Cristo, tan próximo en su día a Ratzinger.
http://elpais.com/elpais/2012/03/27/opinion/1332875630_142394.html
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