Miércoles, Marzo 28, 2012 | Por Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -No hay manera de encontrar
soluciones. El viaje desde las indisciplinas y el descontrol hasta el
fraude, es apenas una senda entre un sinfín de posibilidades, para
coronar con éxito un estilo de vida delincuencial, convertido en una
cultura de amplio arraigo en todas las capas sociales de Cuba.
Es casi imposible apostar por la honestidad en un ambiente donde la
supervivencia depende de la habilidad para cometer actos delictivos sin
ser detectado.
Solamente un mínimo porciento de cubanos se cuenta entre los que pueden
hacer frente a las necesidades más perentorias sin quebrantar las leyes.
Haber leído recientemente en la prensa oficial un reportaje sobre el
crecimiento del robo de la electricidad por medio de conexiones
ilegales, o a través de ajustes en los metros-contadores, no es algo que
llame la atención en un contexto que hace tiempo bordea los límites del
caos. Tras los discursos triunfalistas y los actos de reafirmación
revolucionaria, existen suficientes elementos para deslegitimar la
solidez de estas manifestaciones.
Al comparar las cifras de los fraudes cometidos en 2007 con los
descubiertos en 2011, se llega a la conclusión del fracaso en la
pretensión oficial de eliminar estas prácticas, que originan pérdidas
ascendentes a varios miles de toneladas de combustible. En el año 2007
fueron descubiertos 19 507 fraudes. Cuatro años después, las incidencias
se elevaron hasta 27 156.
En términos monetarios, la detección de estas últimas transgresiones
representaron una recarga al presupuesto, ascendente a más de 8 mil 730
toneladas de petróleo (alrededor de 4 millones de dólares).
La multiplicación de esas conductas, se explica a partir de la
confluencia de diversas causas, entre las que habría que destacar la
nula correspondencia entre el trabajo que realizan los cubanos y los
salarios que perciben por ello, así como otras anomalías estructurales
que incentivan las motivaciones para que la situación haya llegado a
niveles tan preocupantes.
El sueldo promedio, de alrededor de unos 25 dólares al mes, se convierte
en un estímulo para probar suerte en el universo de las ilegalidades.
Los fraudes eléctricos son solo la punta del iceberg. La percepción
mayoritaria que prevalece entre los cubanos es que el Estado es una
entidad depredadora, ante la cual es válido el robo en cualquiera de sus
modalidades: ladrón que roba a ladrón….
Ante el notable número de personas implicadas y el mantenimiento de los
factores que estimulan este tipo de conductas, es utópico pensar en
resultados satisfactorios, al menos a corto y mediano plazos.
La persistencia en mantener el status quo por parte de las máximas
autoridades del gobierno, al margen de las mínimas concesiones en
algunos sectores de la economía, no invita a forjar esperanzas en
relación a aperturas de mayor alcance que ayuden a restaurar la moral y
la ética tanto laboral como ciudadana.
No se explica la correspondencia entre los altos niveles de eficiencia
de la policía, que persigue y vigila a los integrantes de la oposición y
a la sociedad civil alternativa por un lado, y sus continuos fracasos a
la hora de atajar los delitos que ocurren a diario en empresas, fábricas
y centros comerciales.
Militantes del partido en activo y ciudadanos sin afiliaciones políticas
concretas, comparten el escenario. Todos, salvo escasas excepciones,
participan en el reparto del botín sustraído en las propiedades del estado.
Seguramente los ladrones de energía eléctrica esperan por nuevas
oportunidades. Ahora el asunto está en la palestra pública -"la cosa
está caliente"- y es preferible aguardar a que el tema pase al olvido.
Las soluciones son solo temporales, el relajo se impone. Sin
proponérselo, pobres y menos pobres terminan poniéndose de acuerdo para
conservar abiertos los canales alternativos para la supervivencia. El
fraude y la corrupción son parte indisoluble del corpus revolucionario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario