lunes, 15 de marzo de 2010

Disidente en Cuba

Disidente en Cuba

Que era disidente. No, que era delincuente. Que Orlando Zapata Tamayo
haya muerto de hambre, prisionero en una cárcel de Cuba, parece que es
más o menos importante según el cartelito que se cuelgue. Así que la
discusión se pierde, se extravía del verdadero sentido que tiene la
vida, o más bien la muerte de un ser humano.

Porque lo cierto es que al cubano Zapata lo dejaron morir en una cárcel
donde el régimen cubano encierra a quienes no aceptan sus ideas. Y
entonces también los llama delincuentes. Hay muchos en tales condiciones
purgando la pena de la disidencia y no hay dedo capaz de tapar este sol.

Qué criminal este Zapata que usó su vida con el único fin de hacerle
daño al régimen castrista. Sí, un criminal perfecto. ¿Y el periodista
Guillermo Fariñas que está en huelga de hambre en estos momentos? ¿Otro
delincuente común? Algo está chueco en este mundo que es capaz de
pretender que se vea blanco lo que es negro.

El visitante presidente de Uruguay, José Mujica, ha sugerido en Bolivia
que se deje al pueblo cubano que resuelva sus cosas y ha criticado la
presión internacional —de los países ricos—como una forma de intervención.

Pero en esto de la defensa de la vida no se puede relativizar tanto las
cosas. Y no es argumento que otra gente muera en Latinoamérica por las
bases militares, como ha dicho el presidente Evo Morales. Esas muertes y
cualquier otra en la que el poder ejerza su violencia y cierre las
puertas al derecho de pensar diferente, son condenables.

Es cierto que en esos mismos países ricos hay terribles injusticias, por
ejemplo las que se cometen con los migrantes en Europa y Estados Unidos.
Hay que protestar contra ellos, tan fuerte como se pueda y no será el
argumento de la no intervención la que frene este derecho que, al final,
se convierte en obligación.

Una obra de teatro del dramaturgo argentino Carlos Gorostiza, titulada
Los prójimos, bien puede ayudar a entender la esencia de este particular
caso. En esa pieza de la década de los 60, el autor plantea una
situación cotidiana: dos familias de amigos, con sus propios problemas y
defectos, que se queja por la falta de sensibilidad de la sociedad,
etc., escucha gritos de una mujer en la calle. Claramente, un hombre
está golpeándola. En el afán de no intromisión, y sólo por las voces de
angustia de la víctima, serán testigos lejanos del desenlace fatal. Su
infierno al bajar el telón tiene que ver con no haber movido un dedo. O
al menos gritado para, tal vez, salvar a la desconocida.

Les guste o no a los socialistas del mundo, lo que está pasando en Cuba,
lo que le ha sucedido a Zapata, es una vergüenza, sea que se trate de un
disidente, sea que se trate de un reo común.

http://www.la-razon.com/versiones/20100315_007032/nota_245_968747.htm

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