Francisco Chaviano González
LA HABANA, Cuba, marzo (Cambio Debate / www.cubanet.org) - Un amigo, a
quien conocí en prisión, me dijo: "Los partidarios de este gobierno han
quedado reducidos a una minoría. Son soberbios, gritones, inescrupulosos
y agresivos.
Nosotros, los opositores activos, también somos minoría, y entre ambos
se encuentra la mayoría de la población, aterrada por los talibanes del
gobierno. Este pueblo no los desea, pero su abstención les concede el
poder".
Los partidarios de los Castro son personas propensas a las actitudes
terroristas, porque se les enseñó que tales modos forman parte del
quehacer revolucionario. Para ellos es válida la máxima de Maquiavelo:
"El fin justifica los medios. Todo lo que se haga bajo el manto de la
revolución es correcto, aunque se acuda a la vileza y el crimen. La
mayoría buscan el beneficio propio, pertenecen a la gerontocracia o
tienen prebendas y posiciones privilegiadas; roban para vivir y se les
permite, aunque también los hay pobres, que no compran nada ilegal,
viven miserablemente y ven a Fidel como un Dios.
La semana de protesta de las Damas de Blanco fue una muestra de ello.
Como bien argumenta Laura Pollán, tanto el cordón policial como las
turbas tienen como objetivo real impedir que el pueblo se les una.
La morralla, agazapada para intervenir cuando se le ordene, tiene un
obvio carácter paramilitar. Ningún medio de prensa oficial cuestiona la
forma en que interactúan estas turbas, que supuestamente se reúnen de
modo espontáneo, y la policía, para, entre ambas, ejecutar la dantesca y
aterrorizante farsa.
Los miembros de la chusma interpretan el libreto de la policía política
como comediantes. Se disfrazan lo mismo de una anciana minusválida
recorriendo un trayecto que hace cuestionar su invalidez y vejez, que de
mendigos que agreden a diplomáticos. Tampoco faltan las catarsis de
histérica "indignación" en esta farsa gubernamental coordinada, que se
desarrolla según un estricto libreto.
La gran masa del pueblo contempla la representación teatral, sin
atreverse a decir nada, pero, aunque puede más el miedo, en sus rostros
se ve la solidaridad. Pocas veces aparecen los oportunistas de barrio
que, para ganar méritos como incondicionales al régimen, y sabiéndose
apoyados por la policía, desde sus casas gritan algo contra las Damas de
Blanco. Pero ni unos ni otros se suman al repudio.
El país se encuentra en circunstancias excepcionales. La economía
interna sufre un descalabro total, no se produce azúcar, el níquel se
cotiza a la baja, el tabaco ha perdido gran parte de su mercado, el
turismo está en crisis, la industria manufacturera es ineficiente, la
agricultura no mejora por la falta de políticas de incentivos reales y
los inversionistas se retiran perdiendo.
La corrupción prima en todas las esferas, los previsores jerarcas
malversan y trafican desaforadamente para –por si acaso- abultar sus
cuentas en el extranjero, algo que se ha puesto de manifiesto en casos
recientes. Una parte de la población se prostituye en todos los sentidos.
Los cubanos han perdido la esperanza de que este gobierno resuelva el
desastre que vivimos. El pueblo está consciente de la inviabilidad del
régimen y de la falta de buena voluntad de los Castro.
Los opositores llevan más de 20 años enfrentando con firmeza a la
tiranía totalitaria, recabando el apoyo popular. El gobierno los agrede
para incrementar el temor entre la población e impedir que el pueblo se
les sume. En este lance muchos de la minoría opositora han cumplido, o
cumplen, largas condenas, Orlando Zapata ha entregado su vida, Guillermo
Fariñas está en vías de entregarla, Félix Bonne espera para seguirle en
el empeño si se produce un desenlace fatal y muchos otros padecen el
hostigamiento diario.
Mientras, Las Damas de Blanco siguen marchando por las calles, haciendo
suyo el llamado de Juan Pablo II: ¡No tengáis miedo!
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