La Cuba que ya cuenta el cambio
La literatura va por delante de la política en la isla. Muchos
escritores exponen sin miedo su visión crítica del país y retratan el
desencanto de su generación
sábado, diciembre 27, 2014 | CubaNet
Por Amelia Castilla, El País
Cuba todavía sigue siendo un país con dos monedas, como la nueva
generación literaria, separada en dos territorios físicos. Los nietos de
la revolución fueron educados como pioneros en el marxismo-leninismo, en
el seno de familias que apoyaron a Fidel Castro, pero esa primera
generación anticapitalista se cansó de escuchar discursos utópicos que
poco aportaban sobre la vida cotidiana. Unos se fugaron de esta isla del
Caribe, hartos de persecuciones en busca del porvenir, pero otros
decidieron quedarse y esquivar la censura desde el corazón de La Habana,
en el marco de lo que algunos teóricos califican como poscomunismo
dentro del comunismo. El Granma, órgano oficial del Partido Comunista,
se vocea por las calles, pero la decadencia del régimen admite variables
diversas: escritores que publican fuera de Cuba y son silenciados
dentro, narradores cuyos libros se editan en ambos territorios y una
larga lista de apátridas que escriben en la distancia. En ambos casos,
Cuba protagoniza muchos de sus relatos pero no se leen como retratos
amables del régimen. Como sus antepasados, todos parecen tocados por esa
enfermedad llamada insularidad, esa maldita circunstancia del agua por
todas partes, y un fuerte sentido de la pertenencia. Algo que Leonardo
Padura resume sencillamente: "El problema de los cubanos es que ni
huyendo de Cuba salimos de la isla".
La literatura ya ha contado los grandes cambios que se avecinan tras el
anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados
Unidos. Los escritores jóvenes ya no tienen la visión de sus padres. A
finales del siglo XX una literatura de indagación social y crítica
comenzó a narrar el desencanto y la visión de la gente, basada también
en el conocimiento de la vida al otro lado del Malecón, el paseo
habanero que separa la tierra del mar y cuya esencia es ser frontera
orgánica y espiritual del país. Mario Conde, el detective de ficción
creado por Leonardo Padura que radiografía moralmente la vida en la isla
del Caribe, lleva tiempo recorriendo el mundo y su novela El hombre que
amaba a los perros, un relato pormenorizado del asesinato de Trotski, se
ha convertido en un éxito. Fue publicada por Tusquets en España.
Como algunos de sus colegas, Leonardo Padura (La Habana, 1955), uno de
los narradores que mejor representan los nuevos tiempos de la dictadura
comunista y la coyuntura actual, viaja por el mundo cuando lo desea.
Durante medio siglo los cubanos no pudieron moverse de su país con
libertad. La frontera estaba cerrada por ley y tan difícil era salir
como volver, pero la política de cambio emprendida por Raúl Castro en
enero de 2013 posibilitó las entradas y las salidas, aunque todavía
quedan exiliados que algunos califican como de alta intensidad que no
consiguen superar las trabas burocráticas (más bien políticas) para
moverse por el país. No es el caso de Ronaldo Menéndez (La Habana,
1970), que pertenece a la categoría de exiliado de baja intensidad. Vive
en Madrid y abandonó su país hace dos décadas, pero no posee estatus de
opositor y sus libros son críticos aunque no atacan personalmente a los
hermanos Castro. "Entro y salgo con facilidad, lo que provoca
resquemores con cierto sector intelectual del exilio de Estados Unidos.
Personalmente me interesa mucho la política, pero no busco el
enfrentamiento radical. Hace un año que falleció mi padre y pude
despedirme de él, algo que no pueden hacer todos los que lo deseen".
Este año ha publicado Rojo aceituna en España y es autor de una decena
de libros, uno de los cuales, Amores desalmados, se publicó en Cuba en
2011. Rojo aceituna, un recorrido por los países comunistas desde
Latinoamérica a Asia para ver lo que queda del rojo anunciado, se lee
como un ácido libro de viajes.
Padura no vive bajo la amenaza de la censura. Dispone de nacionalidad
española pero sigue viviendo en Cuba porque quiere permanecer cerca de
sus "nostalgias y amores". Se define como "un escritor cubano que
escribe sobre Cuba. La pertenencia me ató a mi país, al Malecón y a mi
barrio. Un escritor es su cultura y su lengua", aseguraba Padura en una
de sus visitas a Madrid.
En Cuba la moda no existe aunque en la marea callejera se impone el
leggins de tonos fluorescentes. En el célebre mercado de libros de
segunda mano, en la turística plaza de Armas, los iconos no se han
renovado en los últimos setenta años pero algo ha cambiado. Los músicos
callejeros recrean las canciones de Silvio Rodríguez y las fotos de
Korda sobre el Che Guevara comparten estantes de madera con algunos
libros de Lezama Lima, títulos de Hemingway que recuerdan su paso por la
isla junto con álbumes de la Revolución para niños que ya deben ser
padres. De la nueva fotografía cubana no hay ni un rastro. Entre los
libreros de los puestos de segunda mano, la obra de Leonardo Padura y
Pedro Juan Gutiérrez recibe piropos. "Son los únicos escritores que
hablan de la realidad del país", dice uno de ellos. Algunos de sus
títulos se venden allí mismo. En cambio, si se les pregunta por alguno
de los prohibidos o silenciados pasan en segundos de la cara de póquer a
la inmediata reacción comercial. "Bueno, ahora no tengo aquí ese libro
de Wendy Guerra pero si lo desea se lo puedo conseguir…". Los cubanos
cuentan que eso mismo pasaba hace años con Antes que anochezca, la
memorable biografía de Reinaldo Arenas que solo se pudo leer fuera del
circuito oficial.
En la calle del Obispo, con flamantes librerías, algunas de varios
pisos, atendidas por un buen número de funcionarios, tampoco se
localizan las últimas novedades. Bolaño o Volpi no existen. En las
librerías no hay opciones bajo cuerda, pero en estantes móviles se
pueden conseguir revistas culturales históricas como La Gaceta de Cuba o
El Caimán Barbudo, entre otras. El escritor Reynaldo González,
periodista y uno de los más prestigiosos ensayistas cubanos, perseguido
durante casi una década por el régimen por ser homosexual, ve claros
signos aperturistas. En su opinión, la mermada industria editorial local
no permite muchos dispendios, pero funcionan distintas casas editoriales
donde publican lo mismo escritores jóvenes que consagrados como Ana
Lydia Vega, Jorge Enrique Lage —su obra Carbono 14. Una novela de culto,
publicada en 2010, hace honor a su nombre— y Mirta Yáñez, entre otros.
También se editan libros que llevaban años guardados, como Hablando de
fantasmas y mucho más, de Esther Llanillo, de 86 años, jubilada tras
treinta años como bibliotecaria en la Universidad de La Habana. La
narrativa fantástica se codea ya con la histórica, géneros casi
marginados en el reino del realismo socialista. "El triunfo de la
revolución tuvo tal consenso que arrasó todo. ¡Ojalá se hubiera
producido un enfrentamiento ideológico! En los setenta la izquierda
estalinista impuso su criterio y los que no estaban de acuerdo tuvieron
que abandonar la plaza camino del exilio. Ahora nadie catequiza sobre
cómo debe ser el arte, todo eso forma parte de la historia oficial que
se convirtió en fracaso. Tampoco al otro lado, la voz del exilio es la
misma, muchos tienen hijos que ya ni siquiera hablan español", cuenta
Reynaldo González en su residencia habanera, en el barrio del Vedado,
una mansión destartalada con un jardín tropical a la entrada que cuida
personalmente.
Wendy Guerra (La Habana, 1970) vive en el barrio de Miramar, una de las
antaño zonas residenciales de la ciudad. Su casa ocupa la última planta
de un edificio de tres pisos de aspecto destartalado al que se accede
tras franquear una verja de seguridad. El interior, decorado en estilo
minimalista con sofá blanco y mecedora de Charles Eames, resulta
totalmente acogedor y extraño en una ciudad donde los edificios parecen
a punto de derrumbarse y el asfalto como si no se hubiera tocado desde
que Fidel entró en La Habana en 1959. Todo en la cocina es órganico, y
el zumo que ofrece al visitante, natural. Se hizo tremendamente popular
gracias a la televisión, donde presentaba programas, pero hace años que
fue silenciada por el régimen. La gente acostumbrada a verla en pantalla
le pregunta por la calle si se ha marchado a vivir fuera de Cuba, a lo
que ella responde que vive en el inxilio. Triunfa fuera pero sus novelas
no se publican en la isla. Sin embargo, ella decidió permanecer en una
sociedad desgastada y dividida: "Es bueno quedarse con lo malo de lo
bueno. Aquí llevo una vida esforzada pero legítima. Soy coherente con
las herramientas que todo el mundo usa; uso las bibliotecas y voy a los
hoteles para entrar en Internet. No podría vivir aquí como un
extranjero. No soy una activista política, sino una escritora", cuenta a
velocidad de vértigo.
Cuando sale de la isla y se reencuentra con sus compatriotas siente una
enorme alegría. "Son mis hermanos", aclara. "No entiendo que desde el
exilio se nos siga atacando. Los intelectuales están llenos de
prejuicios, pero ya es hora de declarar el alto el fuego. No podemos
seguir repitiendo las historias de nuestros padres".
Graduada en Dirección de Cine en el Instituto Superior de Arte y alumna
de García Márquez en su taller de guiones, como escritora se mueve en el
territorio de los diarios, y su novela Todos se van, un relato
autobiográfico de cómo vivió la diáspora de todos sus amigos y conocidos
una hija de la Revolución, se lee como una de las críticas más
devastadoras del comunismo, escrita desde la visión de una niña.
Wendy Guerra se hizo popular en televisión pero hace años que fue
silenciada. Ella dice que vive en el 'inxilio'
Como escritora siente que desarrolla una carrera personal que no
pudieron hacer los padres de su generación porque ellos nunca pensaron
en tener algo suyo en primera persona del singular. "De niños no pudimos
elegir, fuimos educados en el marxismo con la idea de que nada de lo que
teníamos era nuestro, todo pertenecía al Estado y yo me rebelé contra
eso". Los días en Cuba se parecen mucho, pero, en ese adagio de lo
mismo, Guerra saca los temas que pueblan sus libros. Ahora vive dedicada
a recibir a los amigos que se fueron y que regresan a la isla a
despedirse de sus padres enfermos o directamente a enterrarlos. Y no
hablamos de una figura literaria. "Está desapareciendo una generación,
viejos comunistas que apoyaron a Castro y gente que, en algunos casos,
se enfrentó con sus hijos cuando decidieron marcharse". Quizás escriba
sobre ese enorme drama en alguno de sus diarios. "Hay muchos infiernos;
el socialismo nos ha hecho muy insolidarios".
A caballo entre dos generaciones y entre dos países emerge la figura de
Pedro Juan Gutiérrez. Consiguió un filón contando con desgarro su vida
erótica, pero sufrió la censura y los insultos. "Cuando se publicó en
octubre de 1998 Trilogía sucia de La Habana en mi país, me echaron a la
calle de la revista donde trabajaba y se corrió un muro de silencio a mi
alrededor. Yo saqué fuerzas y me dije a mí mismo: pues, en primer lugar,
no me voy a ir a Miami ni a ningún lado, aquí me quedo porque este es mi
país y voy a aguantar el chaparrón". Desde que empezó a redactarla su
objetivo fue hacer literatura pero nada de entretenimiento. "Quería
escribir sobre mi vida y sobre la gente que me rodea en Centro Habana.
Era una etapa de mucha hambre, miseria, degradación. Yo trabajaba como
periodista en una revista oficial y, claro, no podía escribir nada
fuerte. No me dejaban. Creo que todos esos libros (cinco títulos) del
Ciclo de Centro Habana son una especie de venganza. Cuando escribí el
primer cuento de la trilogía me dije: 'Ahora yo soy responsable de
todo'. Y escribí a full. Sin importarme lo que pasaría después", cuenta
vía correo electrónico desde Canarias, donde vive parte del año. La
trilogía se ha publicado en una veintena de idiomas.
No soporta que lo etiqueten como el Bukowski cubano. "Mis personajes son
mucho más vitales, variados, decididos, alegres y sexuales que los
borrachitos retorcidos, grises, repetitivos y aburridos de Bukowski. Mis
personajes tienen la vitalidad del trópico, la testosterona (y los
óvulos efervescentes) y la gracia del Caribe. Son mis vecinos, la gente
que me rodea. La gente que te vas a encontrar si paseas un poquito por
Centro Habana ahora mismo y los que te seguirás encontrando dentro de 20
o 30 años". Ha terminado una novela titulada Fabián y el caos que se
desarrolla en Matanzas en los años sesenta y setenta del siglo pasado,
con un Pedro Juan adolescente y joven y uno de sus amigos de esa época.
Se muestra cauto con los cambios anunciados. "Estoy de acuerdo en que
sean lentos, graduales, bien pensados y sobre todo que los mediten bien
para que puedan seguir adelante, abriendo la sociedad a la modernidad.
Fueron muchas décadas de mucha cerrazón, de muchas prohibiciones, y eso
genera un caldo de cultivo nefasto, sobre todo entre los jóvenes". A su
juicio, lo principal en este momento sería "activar la economía y los
derechos individuales y el acceso a la modernidad en todos los sentidos.
No podemos seguir viviendo en un coto cerrado. No tiene sentido y es
anacrónico".
Source: La Cuba que ya cuenta el cambio | Cubanet -
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