Éramos cubanos, por encima de todo
No éramos un pueblo dividido por intereses territoriales o diferencias
lingüísticas. Bastaba la condición de ser cubano
lunes, diciembre 29, 2014 | Vicente P. Escobal
MIAMI, Florida -Los pueblos sometidos a regímenes totalitarios y
caudillistas muestran en su actividad social, política y cultural la
personalidad del caudillo. Cuba es un ejemplo de este singular fenómeno.
Antes de la llegada al poder del actual sistema, los cubanos poseían una
especial condición en sus relaciones interpersonales. Mas allá del nivel
cultural, de la posición económica, del color de la piel, de las
opiniones políticas o la orientación sexual, existía "algo" que mantenía
unido a los cubanos. Ese "algo" se llamaba conciencia nacional, sentido
de la identidad, cubanía.
No éramos un pueblo dividido por intereses territoriales o diferencias
lingüísticas. Bastaba la condición de ser cubano. Y ser cubano
significaba situarse más allá de cualquier categorización racial o
étnica. El cubano siempre estuvo orgulloso de su condición. Jamás nos
consideramos hispanos o latinos. Nunca identificamos al negro cubano
como afrodescendiente. Llegamos a otorgar a la palabra "negro" un
atributo de familiaridad y de pertenencia. El término "mi negro" jamás
fue percibido como un vocablo discriminatorio u ofensivo.
Respetábamos al inmigrante sin importar su origen nacional y le
brindábamos todas las facilidades para que se estableciera entre
nosotros y formara su propia familia.
Al turista no lo asediábamos en las calles: lo recibíamos con cortesía y
hospitalidad. Nunca tuvimos que soportar la cruel humillación de no
poder compartir con un visitante extranjero o impedirnos el acceso a las
instalaciones donde éstos se alojaban o recreaban.
Nuestros desacuerdos generalmente se derivaban de las preferencias
deportivas. Las discrepancias políticas e ideológicas se solventaban en
los procesos electorales. Nunca un cubano discriminó a otro cubano por
ser ortodoxo, demócrata, liberal, incluso comunista. No conocí un solo
caso de un cubano censurando a un compatriota por sus opiniones políticas.
Teníamos un sentido de la familiaridad muchas veces desproporcionado. La
familia podía llegar a trascender los límites del hogar. El hermano
resultaba, a veces, "el vecino más cercano". Respetábamos al anciano, a
la mujer embarazada, al vendedor ambulante, al limpiabotas, al
repartidor de periódicos, al discapacitado, al demente. Sentíamos
orgullo al saber que por nuestras calles deambulaban el Caballero de
Paris, la Marquesa, Juan Charrasqueao, La China y muchísimos otros
personajes que adornaban nuestro entorno con sus ingeniosidades y
chifladuras.
Poseíamos un admirable sentido de progreso personal. Todos queríamos que
nuestros hijos nos superaran siempre y en todo cuanto emprendieran y que
alcanzaran una educación esmerada. Podíamos seleccionar libremente el
tipo de enseñanza que más se adecuara a nuestras tradiciones, nuestros
intereses o nuestra economía.
Éramos un pueblo con raíces muy profundas, con un arraigado sentido de
pertenencia a aquel cielo y a aquella tierra. Orgullosos de nuestras
palmas, de nuestros paisajes, de nuestra historia, de la acritud de
nuestro vino. Un pueblo que vivió episodios de ruptura constitucional
y de intensas conmociones políticas y sociales que lograba superar sin
la más mínima señal de traumáticas huellas en su acontecer histórico.
La idea de emigrar jamás se apoderó de nosotros. Vivíamos con otras
expectativas. Queríamos demostrar nuestros valores en nuestra propia
tierra. Y lo lográbamos cuando el esfuerzo, la responsabilidad y la
disciplina aventajaban la fatiga o la dejadez.
Así éramos. Hasta un día cuando todo cambió.
Un extraño diluente fue deshaciendo todo cuanto nos identificaba como
pueblo y definía como nación.
Las relaciones interpersonales se hundieron en una enrarecida atmósfera
de resentimientos, desconfianzas y rivalidades. La patria dejó de ser el
hogar de todos para convertirse en la propiedad de unos pocos. Los
padres perdieron la sagrada libertad de elegir el tipo de educación que
deseaban para sus hijos y los hijos pasaron a ser una especie de
propiedad estatal.
La columna que sostenía con firmeza el desarrollo de la sociedad se
desplomó bajo el ímpetu de un sistema que invocaba la unidad para
dividir mejor.
Comportamientos antes repudiados por la sociedad emergieron en las
relaciones humanas. Aquel cubano pacifico, solidario y cordial pasó a
ser una fiera dispuesta a atacar y devorar. Las carencias materiales y
éticas más elementales favorecieron un clima de tirantez que ha hecho
del cubano una persona desconocida, inclusive, ante sus propios ojos.
La personalidad del caudillo y su aberrada interpretación del hombre, la
sociedad y los procesos históricos se apoderó paulatinamente de todos
los estratos sociales.
Cuba ha sido despojada de sus atributos y hay en ella muchas más
pérdidas que conquistas.
El ejercicio incondicional de la libertad, la promoción de una política
de respeto a los derechos humanos y el rescate de los valores éticos y
morales que la enaltecían no pueden ser una estrategia ideológica ni una
sórdida componenda partidista.
Se dice que el pueblo cubano ha alcanzado ya su plena madurez política.
Si realmente se quieren formar a los ciudadanos del futuro, resulta
inaplazable que ese pueblo ponga a prueba esa madurez y reconozca su
derecho a la diversidad, sustentada en la dignidad por encima de
cualquier otra premisa.
Source: Éramos cubanos, por encima de todo | Cubanet -
http://www.cubanet.org/colaboradores/eramos-cubanos-por-encima-de-todo/
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