Tazas sin el sabor esperado
diciembre 25, 2014
Rogelio Manuel Díaz Moreno
HAVANA TIMES — En estos tiempos, la población cubana tropieza con un
problema que parece causar mucha sorpresa. La anunciada recuperación de
la producción agropecuaria, con el aumento contabilizado, no ha
provocado una disminución de los precios. Supuestamente, la sacrosanta
ley de Oferta y Demanda debía haber obrado en beneficio de las personas
de menor poder adquisitivo. Después de cierto tiempo de promoción de las
bondades del caldo de mercado, las tazas que nos han servido no tienen
el sabor esperado.
Los exégetas oficiales se devanan los sesos y culpan a los
intermediarios, los acaparadores, el bloqueo, la sequía y las
inundaciones. La oposición culpa al gobierno; los campesinos, a lo que
queda de las oficinas del organismo estatal de Acopio y a los altos
precios de los insumos y la mano de obra que contratan. Es un problema
serio, ciertamente, y exige que se profundice en él.
Haría falta abordar este debate con las herramientas metodológicas de la
economía política, con Adam Smith y Marx incluidos. Penosamente y como
de costumbre, las personas con capacidad de hacer este análisis crítico,
profundo y científico, se hacen los suecos. Nos tocará entonces, a los
aficionados, reclamar el tratamiento del tema desde el único nivel que
permite aquilatar sus verdaderas dimensiones y dejar los idealismos,
voluntarismos y demagogias a un lado.
Las reformas del gobierno cubano son resultado de las presiones hacia el
mercado que se le aplican desde el exterior y el interior del país. La
idea que defienden los reformistas es que los males de nuestra economía
tienen como causa que es el Estado y no el mercado quien más rige. Y
que, si se invierte la ecuación, entre la Ley de la Oferta y la Demanda,
las racionalizaciones económicas, el aumento de la competitividad,
etcétera, llegaremos pronto al mejor de los mundos posibles para la
mayor cantidad de personas.
Lastimosamente, las eras de machaque cerebral han tenido el efecto de
convencer bastante con esas ideas, llamémoslas capitalistas. En nuestro
medio, primaron en las últimas décadas un discurso aparentemente
opuesto, supuestamente socialista, pero tan artificial, superficial y
reñido con las vidas reales de las personas, que ha tenido como
principal efecto la reafirmación de la popularidad de las ideas
capitalistas.
Pero ni afuera ni adentro, tales ideas capitalistas pueden poner remedio
al desate de crisis, las olas de despidos y recortes y los ataques a los
derechos laborales de las personas. Las consecuencias sociales de
empobrecimiento, pérdida de empleos, hogares, de proyectos de vida, se
acrecientan con la agudización de las contradicciones capitalistas entre
las selectas clases élites y la fracción mayoritaria restante de la
humanidad. En nuestro caso particular, las consecuencias de las reformas
liberales dejan evidencia, hace ya un tiempito, respecto a los problemas
no reconocidos de la dicha ideología.
Y la razón es evidente y la manejan los mismos economistas y filósofos
del capitalismo, solo que lejos de los comerciales públicos. La
iniciativa empresarial capitalista es capaz de aumentar la producción y
el abastecimiento con eficiencia, sí, bajo los resortes del mercado,
pero solo para abastecer a un mercado solvente. La palabra clave es
solvente. De hecho, los mecanismos productivos mejor aceitados y
productivos declinan también, cuando la demanda de los sectores
pudientes disminuye. Pocos negociantes, en una economía de mercado, se
dedican a la filantropía y a encargarse de los menesterosos de bajo
poder adquisitivo.
Tal perogrullada explica, a mi juicio, la realidad que vemos en el
tiempo presente y que veremos en nuestro futuro cercano. Los sectores
sociales emergentes y en pleno progreso de Cuba, como la clase
corporativa gubernamental, los nuevos empresarios capitalistas pequeños
y medianos, etcétera, tienen cierto auge, es verdad. El aumento que
veamos de la producción agropecuaria y la que sea, como se le dirige con
ideas de mercado, pues tiene como destino ese sector solvente y sus
actividades económicas. A las personas trabajadoras, asalariadas del
Estado o de los nuevos capitalistas, que son los trabajadores con
menores ingresos, no les toca todavía ni una migajita del pastel. Y eso
es para no hablar ya de las personas jubiladas.
Es penoso apreciar, entonces, cómo políticos y periodistas recitan el
panfleto liberal de la supuesta prosperidad sobre esas bases. Y más
triste todavía ver cómo muchas humildes personas trabajadoras,
cándidamente, creen que ahora sí, estas reformas de mercado representan
la salida a una vida de agobios y sacrificios. Luego ocurren los
tropiezos con la cruda realidad de las tarimas, de los precios
inalcanzables de la comida, de la inflación de toda mercancía y servicio
de primera, segunda y tercera necesidad.
Los productos y servicios en potencia que no encuentren un comprador de
bolsillos bien plantados, se pudren en el campo o se dejan de ofertar,
simplemente, porque así funciona el mercado. A los productores y
comercializadores no les convienen precios menores, porque incurren en
las temibles pérdidas que los exterminan en ese escenario que constituye
el mercado. Como mínimo, disminuyen sus ganancias y, en un medio que
fomenta el egoísmo, ese es también un camino hacia la salida.
Las manifestaciones simples de este fenómeno crecen, se desarrollan, se
complejizan como un tumor en cooperación con otros problemas de
corrupción. Ocurre en cualquier sistema de relaciones sociales basado en
la explotación –ya sea la económica, de la fuerza laboral de la clase
proletaria, ya sea del poder político.
Las élites apoderadas aprovechan su preponderancia, establecen alianzas
y redes de poder. Infiltran y dominan los mecanismos comerciales y
administrativos, y cooptan el proceso de producción y distribución. En
otro proceso que se abre paso también por acá, fomentan y dirigen el
consumo según sus intereses con las campañas de publicidad, ignorantes
de ideales de vidas sanas, ecológicas y solidarias.
Esa situación no se remedia con remedios como los que reclaman los
desesperados, de imposición de topes de precios y semejantes. Bastantes
veces se han ensayado ya, con funestos resultados de desabastecimientos
por un lado y crecimientos del mercado subterráneo por el otro. Las
soluciones habría que buscarlas por vías auténticamente revolucionarias,
de empoderamiento democrático de los trabajadores y comunidades en el
todo el proceso de producción y distribución. Pero esto no les conviene
ni a políticos ni a negociantes inescrupulosos, así que solo puede ser
tarea e iniciativa del mismo pueblo trabajador.
En resumen, este es el caldo que tantas personas anhelaban por acá.
Después de tantos años procesando estudios y filosofías, resulta
escandaloso que hayan tan pocos que manifiesten comprensión de la receta.
Source: Tazas sin el sabor esperado - Havana Times en español -
http://www.havanatimes.org/sp/?p=101940
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