Si yo hubiera
[01-07-2014 13:55:26]
Rev. Marin N Añorga
(www.miscelaneasdecuba.net).- Si yo hubiera sabido antes del año 1959
que a partir de la década de los sesenta iba a vivir el resto de mi vida
fuera de Cuba, hubiera aprovechado los años que Dios me dio de patria
libre para hacer cosas que me he quedado añorando para siempre.
Hubiera conocido mi Isla desde el indómito paisaje oriental hasta la
imponente provincia pinareña. Siempre quise recorrer la península de
Guanahacabibes, con sus numerosas y pintorescas lagunas; caminar por las
escasas calles del pueblo de Guane y llegar hasta el Cabo de San
Antonio, desde el que me dicen se ven, en las noches oscuras, las
clarinadas de lejanos países que reflejan sus luces en las aguas
inquietas del mar; pero el tiempo, mal administrado, no me alcanzó para
tales logros.
De Pinar del Río conocí el valle de Viñales y recorrí con amigos un par
de cavernas que son como un techo de rocas que ampara el suave recorrido
de los ríos. Los mogotes de Viñales los observé sin pensar que iba a ser
esa la única vez. De saberlo me hubiera olvidado de la autoridad del
tiempo y hubiera pasado horas, y días enteros, llenado mis ojos de la
belleza cubana y atesorando en el corazón recuerdos que hoy día
sofocarían la soledad de mi exilio. Hubiera yo, de saber que adversas
circunstancias me transplantarían de mi suelo, conocido el paisaje
pinareño palmo a palmo. Ya es tarde. Es imposible ya. Ese vacío en mis
añoranzas todavía me duele,
casi cinco décadas después.
La provincia de La Habana ha sido para mí la más familiar. Conozco todos
sus pueblos. Estuve frente a la ceiba que se traga la corriente del río
Ariguanabo, disfruté del murmullo del mar en Batabanó, donde se vendían
las mejores esponjas del mundo y una tarde me di un salto a Isla de
Pinos, para cumplir con mi gran deseo de ver los sitios que el Apóstol
José Martí santificó con su sangre. Allí derramé una lágrima de respeto
ante La Biblia que el joven abrazado de grilletes leía en sus escasos
ratos de sosiego.
Pero ahora, en mis años de la vejez, daría cualquier cosa por un paseo
por las aceras del malecón o por el viejo Paseo del Prado. De seguro que
sería diferente: esta vez contaría las olas, adivinaría los fugaces
paisajes que en el aire dibujan las espumas, me fijaría en los niños que
juegan, los jóvenes que ríen y en los ancianos que meditan. Yo anduve
muy de prisa por caminos que hoy recorrería lentamente; di por sentado
que los paisajes estarían ahí, siempre al alcance de mi mirada; pero
llegada la noche me doy cuenta de que me perdí el esplendor del día.
Yo pasé los años de mi niñez en la barriada de Luyanó. Aquellos
escenarios del parque con sus floridos contornos, de los cines
familiares a los que íbamos semanalmente los sábados por la tarde, el
ruido quejumbroso de los viejos tranvías, los pregones de los vendedores
ambulantes, me eran tan familiares que nunca reflexioné sobre ellos. Hoy
día hubiera sido distinto. En aquellos tiempos di por sentado que yo era
de Cuba y Cuba era de mí, como si fuéramos hermanos gemelos; pero de
haber sabido que la desgracia habría de interponerse entre nosotros,
¡cómo hubiera inscrito con letras de oro, en lo profundo del corazón,
aquellas experiencias que para siempre he perdido en el ámbito impreciso
del tiempo!.
Soy matancero por nacimiento. Vine al mundo en una modesta casa de la
barriada de Pueblo Nuevo, y aunque mis padres se trasladaron a La Habana
cuando apenas yo contaba unos cinco años, sin dejar de ser habanero,
siempre he dicho que soy matancero por decreto de Dios. De Matanzas
recuerdo la inmensa playa de Varadero, las sobrecogedoras cuevas de
Bellamar, la agresiva belleza del valle de Yumurí y el sereno Pan, del
que siempre me intrigó su esplendorosa figura de mujer dormida.
Pero estos recuerdos fueron el resultado de la curiosidad juvenil y de
la prisa de la adolescencia. Si yo hubiera sabido lo que me esperaba,
hubiera vestido para siempre mi alma con el maravilloso verde azul de
las aguas cristalinas de Varadero; hubiera descendido al seno mismo del
valle y hubiera tocado con mis manos las palmeras y hubiera grabado mis
huellas en el húmedo suelo preñado de fragancias; pero anduve de prisa,
con la inquietud irreflexiva de la juventud.
Algo que nunca hice fue visitar la ciénaga de Zapata, que en el mapa
aparece como un pedazo de Las Villas; pero que para nosotros siempre ha
sido un sueño de Matanzas hecho lodo, selva y misterio. Hubiera querido
estar en los contornos ríspidos de la ciénaga; pero ya no. Me han dicho
que el tirano Castro, con sus trastornados planes y su odio ecológico,
ha hecho de Zapata una tierra muerta, rebelde, inhóspita, que con
dignidad mambisa cierra su vientre a la vida. Recuerdo los ríos
matanceros, el extenuado Yumurí, el serpenteante San Juan y el inmenso
Canímar; pero no más de verlos. Si hubiera sabido que mi destino era el
de un exilio definitivo; hubiera recorrido los parajes secretos de estos
ríos para encandilarme los ojos con sus aguas brillantes de sol; pero ya
es tarde, y solo dispongo de fragmentados recuerdos que reprochan mi
juvenil desdén por las cordiales bellezas dejadas atrás.
Cuba es una isla gigante, en la que se dan cita valles y montañas, ríos
y playas, fauna y flora, para componer un escenario, al que se refirió
el descubridor diciendo: esta es la tierra más hermosa que ojos humanos
hayan visto. Si yo hubiera sabido que iba a tocarme más de la mitad de
mi vida acá, hubiera sido un cubano distinto. ¡Hubiera absorbido la
hermosura de mi tierra para llenarme de ella para siempre! Cuando medito
sobre mi obligada ausencia de la patria martirizada, lamento que cuando
pude hacerlo no trabé amistad con las maravillas de la inquieta
provincia central, no me identifiqué con las vastas llanuras
camagüeyanas y jamás llené mis venas de la fogosa energía de los
paisajes orientales. Trato de justificarme diciéndome que no sabía lo
que el futuro me deparaba; pero ese coloquio personal no mitiga en mucho
el dolor del tiempo bueno que desperdicié cuando pude haber conocido a
Cuba y me conformé con retazos de su belleza.
A veces miro documentales, hojeo publicaciones, examino fotografías,
dibujos y obras de arte. A veces disfruto de la música de mis días
mozos, oigo los programas de la increíble Tremenda Corte, y me deleito
con ciertas presentaciones radiales y televisivas que tienen por
objetivo mantener a Cuba viva en el alma casi muerta de muchos cubanos
de mi edad. Todo esto me ayuda, me llena de un tibio sentimiento de
cercanía a la patria lindísima de ayer; pero por mucho que aquí reciba
de otros, mi frustración de haberme perdido lo mejor de Cuba en los
tiempos mejores de mi vida, no me la cura nadie.
¡Ay, si yo hubiera sabido nunca hubiera malgastado mis horas de
irrecuperable juventud! Muchos hablan de los daños del comunismo
impuestos a nuestra tierra; pero cuando oigo a alguien decir que jamás
le quitaron nada, que en su familia no hubo presos ni fusilados y se
acomoda . El comunismo nos ha quitado lo más grande que se le pueda
quitar a un ser humano: la patria, el derecho a vivir en ella con
libertad y el privilegio de disfrutarla plenamente. Mi consuelo es que
el amanecer está de regreso y ya se oyen en lontananza los ritmos de la
conquista.
Cuando Cuba sea de nuevo libre, ya no podré yo recuperar mis
oportunidades de conocerla plenamente; pero si Dios me lo permite haré
lo que nunca hice: arrodillarme para besar la tierra húmeda y separar un
espacio, breve; pero al sol, donde manos piadosas hagan descansar para
siempre mis viejos huesos.
Source: "Si yo hubiera - Misceláneas de Cuba" -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/53b2a1ae3a682e174465470c
miércoles, 2 de julio de 2014
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