«El exilio es un enorme descampado»
AMIR VALLE | Berlín | 2 Jul 2014 - 9:18 am
Las búsquedas, pérdidas y traiciones humanas son los puntos cardinales
de 'Chantaje', la nueva novela de Ladislao Aguado.
Desde la publicación en Cuba de su primer libro de poesía hace ya casi
20 años (Cantar cansa, 1995), Ladislao Aguado(La Habana, 1971) ha
cargado en sus espaldas la misma pesada cruz de otros colegas de su
generación: una vereda tortuosa atestada de piedras y muros traicioneros
(erosionada y condicionada, al decir de Piñera por "esa maldita
circunstancia del agua por todas partes") que han pretendido —y logrado—
obstaculizar el reconocimiento nacional e internacional de una
literatura de singular excelencia, aun cuando muchos críticos coincidan
en resaltar dentro de este grupo de escritores a verdaderas "raras
avis", autores de exquisita autenticidad y valiosas aportaciones al
concierto narrativo cubano tanto de la Isla como del exilio.
Si con Abril de whisky y viernes en las rocas (Premio Cuentos de
Invierno, España, 2001), Aguado iniciaba una propuesta que iba más allá
de los "tópicos típicos" que marcan una buena parte de la producción
cuentística cubana de fin del siglo XX e inicios del XXI; y si bien con
Un adiós para Violeta (Premio Gabriel Sijé de novela corta, España,
2007) consiguió una noveleta de una subyugante fuerza dramática, ahora
con su nueva novela, Chantaje, publicada en la editorial Hypermedia,
consolida un espacio narrativo muy personal donde, entre otras virtudes
que demuestran madurez y excelencia, sus criaturas cobran esa vida que
solo se descubre en las grandes novelas.
Las eternas búsquedas, las eternas pérdidas, las eternas traiciones y
las eternas equivocaciones humanas son los puntos cardinales que
Chantaje elige para mostrar un mundo anclado en un entorno de
desarraigos que, pese a describir una realidad cotidiana en espacios
geográficos absolutamente confirmables, parece referirse más a ese
universo de fantasmagorías y alucinaciones que conforman las agonías,
luchas, indecisiones, temores y contradicciones éticas de Orestes, un
cubano igual a cualquier otro, aunque en su caso esté lanzado a un
exilio que parece más la consumación de un destino arrastrado en el
espíritu desde siempre, hasta el punto de que el pasado, ese pasado en
una Cuba que otea desde los rincones, es, como casi todos los
personajes, otro gris y derrotado fantasma.
Hace unos años, al contarme tu saga personal de exiliado, te dije que en
esas historias había una novela. Chantaje es una trama de exilios y
sobre el exilio. ¿Qué demonios, qué perros, exorcizas o liberas en esta
novela?
Coincido con Gay Talese: "todo exiliado es un desertor", es decir,
alguien que al dejar atrás un país, da por hecho que también puede
abandonar su sino. Pero no llega a conseguirlo. A lo sumo, termina
celebrando haber alcanzado una distancia razonable. Es mi caso. De ahí
que muchas emigraciones —casi todas— tiendan a construir guetos,
espacios que intentan reproducir una geografía nacional ficticia, un
modo de seguir viviendo ese sino por otros medios.
Algo así les sucede a los personajes de Chantaje. Han llegado al exilio,
interactúan con la población del país, con sus leyes, con sus hábitos,
pero, al mismo tiempo, no pueden dejar de establecer un círculo de tiza
alrededor de sí. Incluso Olga, que, desde que emprendió su viaje de ida
ha intentado huir de los vínculos nacionales, al final comprende que
durante años solo ha conseguido girar alrededor de un mismo punto, se
llame su marido veinte años mayor, un novio adicto a la cocaína o su
nacionalidad española. Y esa constatación es el peor daño que recibe.
Cuando encuentra a Orestes, ya no sabe hacia dónde seguir, a qué
aferrarse, cómo hallar una línea recta que concluya en un punto
diferente, por eso lo elige.
¿Qué exorcicé?
Una mirada, por tanto, una opinión, sobre mi propio exilio, sobre la
construcción de las identidades culturales, sobre los percances que
acarrea cualquier nacionalismo y los daños —no importa de qué tipo— que
sobrevienen una vez que te has instalado a la intemperie. Porque el
exilio es esto: un enorme descampado.
Te hice esta pregunta antes y la quiero repetir: la novela se llamó
originalmente Los pasajeros del último tren (título que, lo confieso, me
gustaba más), ¿por qué ahora Chantaje?
La trama de la novela está montada sobre un chantaje de Olga a Orestes.
Pero apenas se menciona. Aparece en unas pocas frases al final de la
primera parte y el resto del libro es la explicación de qué les ha
sucedido a estos personajes para que el amor termine travestido en un
acto de sobrevivencia, de presión, de amenaza.
Los pasajeros del último tren podía ser un mejor título, pero Chantaje
es un título más exacto.
El exilio, lo sabemos, te arranca cruelmente del lugar donde naces y
creces, pero también te impide "ser" del lugar al cual emigras; suele
entrarse así en el etéreo espacio de anhelar un país que solo existe en
tu memoria. Sin embargo, Orestes es distinto: no es de allá (Cuba), no
es de acá (España), pero no puede hablarse en la atmósfera novelada de
"nostalgia". Ahora que lo dejas en manos de los lectores, ¿en qué puede
ser Orestes prototípico o antinomia del "exiliado cubano"?
Orestes es un cobarde, esa es su marca de fábrica. Y arrastra, como todo
cobarde, una duplicidad: la del temeroso y la del hombre que se niega a
verse como tal. Más que el prototipo de un ser nacional, es la
reproducción de un carácter que, por otras circunstancias ajenas a él,
ha nacido en Cuba, ha emigrado de ella y ha terminado viviendo en
España. Pero no es alguien confiable, alguien, por ejemplo, con el que a
mí me gustaría tomarme una cerveza. Y no, no hay nostalgia. Orestes al
menos no la padece. Los otros sí, aunque intentan no hablar de ella,
pero dan por ciertas unas cuantas verdades nacionales que Orestes ni
siquiera ha llegado a plantearse. Personajes como Enrique, como Alberto,
como Olga son muchos más prototípicos del exiliado cubano que él.
Uno de los elementos dramáticos más impactantes en la novela es la
retroalimentación entre el Orestes que ven todos siguiendo el mito del
cubano (alegre, luchador, tomador, bailador, fogoso amante, etc.) y el
Orestes resignado a toda esa sordidez en que transcurre su vida, como si
estuviera harto de cargar con ese mito, o le diera lo mismo. Es, sin
dudas, Chantaje, una de las novelas cubanas donde más se destroza ese
mito. ¿Por qué esa lucha contra un estigma que nos persigue pero, de
muchos modos, nos identifica?
Ese mito es una de las sofisticaciones de la Revolución, es decir, el
resultado del experimento del "hombre nuevo", mezclado con la identidad
del cubano anterior a 1959. Un ser que, en esencia, ha convertido una
lista de valores cuestionables en virtudes, al menos para él y ante sus
iguales. Orestes, en cambio, carece de ellas. No ha llegado a apropiarse
—aunque lo entiende— del modo en que funciona su país de origen, la
gente que lo habita y los lenguajes que lo pueblan. Todo el tiempo está
procurándose una vía para huir de esa circunstancia.
Se percibe en los ambientes nocturnos de la novela un homenaje a un
escritor que sé bien es uno de tus maestros: Guillermo Cabrera Infante.
¿En qué puntos crees que se tocan esa Habana nocturna y de bares de
Cabrera Infante y esta España nocturna y de bares de Ladislao Aguado?
No creo que haya semejanzas directas —yo al menos no las veo—, pero si
las hay, que sirvan de pago de favor a GCI. Cuando lo leí por primera
vez, a los dieciocho o diecinueve años, me entusiasmó su manera de
abordar temas que, hasta entonces, yo creí fuera de la literatura
cubana. Veníamos de los peores años de la narrativa tras la Revolución
y, salvo contadas excepciones, todo era muy aburrido en aquellos cuentos
y novelas. GCI me mostró que la fiesta, la noche, el sexo, la música o
el chiste también tenían cabida en el discurso de un narrador y que
formaban parte, como cualquier otro elemento, del suceso dramático. Esa
es mi deuda.
Otro detalle singular: tu retablo de personajes se configura,
básicamente, en parejas: Olga y Orestes, Maite y Giorgio, Alberto y
Elena, Enrique y Mirta, Harold y Aníbal…, incluso el siniestro Malabia
parece condenado a tener un segundón. Aún más curioso es el contrapunteo
que todas esas parejas encarnan, un ying yang en toda regla, ofreciendo
distintas miradas sobre los avatares de vivir en un país extraño. ¿Por
qué tantas perspectivas enfrentadas?
Uno de los grandes fracasos de la literatura cubana son las escenas de
más de cinco personajes, ya no digo pensando, actuando y hablando a la
vez, sino, simplemente, existiendo. Enfrentarlos parece un reto
insalvable. Pero en Chantaje tropecé con la circunstancia de que el
gueto no es singular, sino colectivo. Y no es un colectivo unívoco, sino
dispar. Así que como autor estaba obligado a explorar el cosmos
construido por esos personajes. Tenía que escucharlos hablar,
transcribir sus conductas, considerar sus opiniones y eso, al final,
termina por construir escenas colectivas, donde cada personaje
manifiesta una identidad determinada.
Por lo demás, el ser humano tiende a vivir en pareja, es su estado
natural, digamos. Y así llegaron a la novela, en pares, como si el
exilio acentuara el imperativo de compañía. No hay nada planificado en
ello, salvo, acaso, una necesidad personal.
Olga le dice a Orestes: "los sueños, tío, cuando se convierten en
pesadillas es mejor olvidarlos", resumiendo lo que, creo, es la
contradicción más notable en el ámbito dramático de esta novela: alguien
que sueña en realizarse y, contrariamente a lo que se dice pasa a los
soñadores, lo único que recibe es patadas de la vida. ¿Alguna tesis
personal detrás de esa contradicción novelada?
La respuesta me la dio Jesús Díaz hace muchos años: "vivir es muy duro,
en cualquier época y en cualquier sistema". La frase de Olga podía ser
la continuación de esta. Pero no hay ninguna tesis personal detrás de
ella. Uno de mis grandes defectos es que padezco de un optimismo
incorregible.
En la nota inicial a esta entrevista hablo de tu generación. Eso me
lleva a preguntarte: la pertenencia a esa cofradía (porque fue cofradía
un buen tiempo, lo sabemos) y la experiencia del exilio ¿en qué sentidos
crees que propiciaron y alimentaron la existencia de Chantaje? Y, que
conste, me refiero también a esos "alimentos" extraliterarios que
siempre existen.
El escritor que soy, sin dudas, es el resultado de ambas experiencias.
La primera me aportó lecturas, una visión compartida —aunque no
necesariamente consensuada— sobre determinados temas, obras, políticas o
autores. Y el segundo me privo de esa mirada colectiva y me obligó a
construir la mía propia, en solitario, a contracorriente, sin poder
consultarle a nadie qué opinaba.
Un apunte final: Chantaje tiene el soplo de ser parte de un proyecto
novelado mayor, hay un final que apunta al eterno retorno. ¿Me equivoco?
Esté errado o no, se impone una pregunta: ¿en qué proyectos (de
escritura, claro) trabajas actualmente?
No lo he pensado. Tal vez sí, pero no puedo decirte que lo haré.
Escribir Chantaje me agotó. La parquedad intelectual de Orestes, la
cercanía de la voz del narrador a los personajes, el cuidado en el uso
del lenguaje para que se ajustara a estos y a sus limitaciones, la
claustrofobia que recorre el ambiente de muchas escenas, la inmediatez
de los horizontes descritos, supusieron un esfuerzo de escritura
importante. Llegué a reescribir la novela de cabo a rabo unas diez veces
y luego la corregí otras tantas. Ese nivel de exigencia por supuesto que
se cobra un precio y es mi desinterés por esa historia y por el después
de sus personajes.
Ahora mismo estoy escribiendo una novela a partir del asesinato de un
tío materno en un "home" para enfermos mentales de Miami, donde
trabajaba. Este asesinato —de hecho, lo descuartizaron— me sirve de
excusa para indagar otra vez en el exilio, pero, sobre todo, en esas
marcas culturales que mencionabas en una pregunta anterior, como
atributos de una identidad nacional que ha dado en llamarse "lo cubano".
Pero aún voy por la primera versión. Solo espero no tener que llegar a diez.
Source: "«El exilio es un enorme descampado» | Diario de Cuba" -
http://www.diariodecuba.com/cultura/1404285505_9327.html
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