Algunos prefieren morir entre ruinas
Martes, Mayo 28, 2013 | Por Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -No sé si fueron convencidos a
abandonar el inmueble, o si una brigada policial los desalojó. Lo cierto
es que los inquilinos del edificio situado en la intersección de las
calles Luz y Compostela, en la Habana Vieja, son actualmente moradores
de albergues o miembros agregados en viviendas de familiares cercanos.
La otrora edificación es hoy un amasijo de escombros y hierros torcidos.
Afortunadamente, no se derrumbó con sus integrantes adentro. El destrozo
de las paredes y techos tiene su origen, sobre todo, en la labor de los
demoledores oficiales. Desde hacía más de 20 años, el inmueble estaba
declarado inhabitable. Por razones inexplicables, no ocurrió un fatal
desenlace en todo este tiempo. Las grietas y los apuntalamientos se
divisaban desde cualquier ángulo. Allí convivían con pasmosa naturalidad
decenas de personas, incluidos menores de edad y ancianos.
La imagen de un enclenque septuagenario mirando al horizonte, acodado en
la baranda de uno de los destartalados balcones, representaba la
verdadera historia de una revolución cuyo principal legado será un país
en ruinas.
El componente humano encima de la debacle arquitectónica que pulula por
todos los barrios capitalinos, constituye un signo revelador de la
involución que se insiste en desconocer, desmentir o minimizar desde
todas las instancias del gobierno.
En la actualidad, miles de núcleos familiares siguen expuestos a una
muerte súbita a causa de derrumbes parciales o totales, sobre todo tras
las temporadas de lluvias o en el momento del azote de un huracán.
Y aun en circunstancias de normalidad, cada semana ocurren varios
incidentes de este tipo. El estado de numerosas viviendas es de tal
precariedad que basta con una breve llovizna o una manga de viento
ocasional para que se vengan abajo las viejas estructuras, a merced de
la erosión y la falta de mantenimiento.
"De aquí no me saca nadie, prefiero morirme aquí antes que irme para un
albergue. Si hay gente esperando por una vivienda desde hace más de 20
años, ¿cuánto tiempo tendré que esperar yo?, en esos términos se refería
Alicia, una mujer divorciada y con tres hijos, que vive en una
ciudadela, también ubicada en la Habana Vieja, la cual mantiene su forma
original con ingeniosos remiendos. La construcción data de la década del
30, del siglo XX.
En armonía con estos pasajes de inobjetables similitudes con los partes
de guerra, un amigo me contaba su experiencia en el hospital Finlay,
ubicado en el municipio de Marianao: "Es un insulto mantenerlo abierto
al público. No hay respeto por la vida de los pacientes. El deterioro es
total y todavía son tan descarados que continúan proclamando a Cuba como
una potencia médica. Me parecía que estaba en una pensión de
menesterosos", afirmó.
En la noche que pasó junto a su familiar que estaba ingresado allí, una
de sus peores pesadillas fue acudir a los baños: "Tuve que orinar en una
lata que conseguí. Entre la selva de papeles regados por el piso y los
inodoros atestados era como entrar al infierno".
Ambos ejemplos ilustran una realidad predominante. El sistema que
elogian a menudo en diversos foros internacionales, por sus presuntos
logros en materia social, es una estafa.
La disfuncionalidad es aquí un mal endémico. Nada, salvo la represión y
el control, funciona mínimamente bien. El país sigue en retroceso y
derrumbándose, como sus cientos de casas y edificios a punto de
convertirse en tumbas colectivas.
oliverajorge75@yahoo.com
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