IGNACIO CAMACHO
Lunes , 01-03-10
YA no vale el cuento de la gusanera reaccionaria. Los disidentes
actuales del castrismo no son neoliberales deslumbrados por el fulgor de
Miami sino los nietos de una revolución fracasada en un marasmo de
desesperanza. A gente como el negro Zapata o la bloguera Yoani no les
caben los despectivos descalificadores propios del neoestalinismo; son
-eran, en el caso del pobre albañil victimado por la crueldad de esa
tiranía carcelaria- miembros de una generación cansada de yugos que no
sueña con horizontes de codicia capitalista sino con un simple paisaje
de libertades cotidianas, una atmósfera social emancipada de consignas
sectarias y de dogmas trasnochados. Su rebeldía no es contra el
igualitarismo sino contra la intolerancia; ni siquiera contra el
socialismo sino contra un régimen policial, represivo y asfixiante que
se sostiene sobre una red de delatores emboscados en los pliegues del
vecindario, las amistades y hasta las familias. En una democracia
normal, esos opositores serían militantes de izquierdas, activistas de
los derechos humanos, miembros de oenegés solidarias; en la Cuba fósil
del tardocastrismo se trata de resistentes agónicos que intentan
mantener vivos los rescoldos de una débil llama de libertad.
Por eso duele más la sorda indiferencia o la terca contumacia de un
Gobierno que, como el zapaterista, debería sintonizar más que nadie con
esa sencilla aspiración humanitaria. Por eso hiere la dureza dogmática
de cierta irreductible izquierda española que sigue anclada en un
gastado maniqueísmo, que se tapa los ojos con la venda de un prejuicio
rocoso, que se niega a admitir la evidencia del naufragio de la utopía
colectivista que, si alguna vez tuvo algún dudoso sentido, ha perdido
toda razón de ser en la despótica perpetuación del fracaso. Sin
coartadas ni excusas, sin disculpas ni pretextos. Liquidados los últimos
conatos de reformismo, ya no hay esperanza de evolución, de transición
ni de avance; la Cuba de los hermanos Castro es tan sólo un ámbito de
crueldad estéril y de miseria prolongada, el falso símbolo de una vía
muerta, un camino cerrado hacia ninguna parte. Un bloque de nada.
Las voces de los nuevos disidentes, las de los blogueros de Internet,
las de los presos de conciencia, las de las antígonas del pueblo como la
madre de Orlando Zapata, son el enérgico testimonio de ese clamor de
auxilio que debería interpelar al sedicente progresismo español que aún
no ha desertado de un ciego numantinismo sin razones. La causa de los
ideales, la del progreso, la de la libertad, es hoy la de Yoani Sánchez,
la de Reina Tamayo, la de Guillermo Fariñas, la de los miles de
represaliados silenciosos, la de las víctimas del último, residual
delirio represivo de la gerontocracia castrista. Quien no lo entienda
por exceso de sectarismo o por ausencia de lucidez, debería sentirlo al
menos por compasión, por altruismo, por honradez. Por humanidad. Por
justicia.
Voces de la libertad - Opinion_Colaboraciones - Opinion - ABC.es (1
March 2010)
http://www.abc.es/20100301/opinion-firmas/voces-libertad-20100301.html
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