viernes, 17 de febrero de 2017

Miami es un pañuelo

Miami es un pañuelo
FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | Miami | 17 de Febrero de 2017 - 08:26 CET.

Visito con frecuencia un edificio donde radica una oficina de Caridades
Católicas, adjunta al Arzobispado de Miami. En estos meses ha sido
frecuente ver en los alrededores decenas de jóvenes, presumiblemente
cubanos. Unos fuman como descosidos. Otros consultan sus celulares con
denuedo. Todos o casi todos llevan debajo del brazo un sobre amarillo. Y
esperan. Esperan por alguien o por algo sentados en el descanso de una
escalera de ladrillos; recostados contra la pared, con la pierna doblada
y el pie puesto sobre el muro blanco sin que les importe la limpieza y
el orden que se respira en este sitio.

¿Son parte de la escapada última? ¿Son los afortunados que lograron
pasar a este lado tras el cese de "Pies secos, pies mojados"? Es mejor
no preguntarles. Quien sabe cuál ha sido su calvario para llegar hasta
aquí. Cada uno es una novela sin escribir. Una historia que va comenzar.

Cuando reciban la ayuda y los primeros consejos, empezará la aventura en
tierra ajena que desde hace 57 años se repite invariablemente: encontrar
un trabajo donde se hable español hasta comunicarse en inglés —y por
supuesto, mejor paga; hallar un lugar donde vivir que no sea con la
familia— a los dos meses, "estorban"; comprar un automóvil y aprender a
manejar en una ciudad de trafico hostil, con un primer seguro altísimo;
"conectarse" con amigos y conocidos de la Isla, a veces la vía para
mejorar de trabajo y salario, de vivienda y de automóvil.

Porque Miami-Dade, al decir de los españoles, es un pañuelo. Esa
expresión significa que un lugar puede parecer grande geográficamente
pero gracias a que todo el mundo se vincula, puede aparecer un amigo o
un conocido donde menos se le espera y hacerse la ciudad más chica. Es
justamente lo que sucede con los cubanos y Miami-Dade, una urbe
descomunal —la séptima del país— que se extiende hacia el sur de la
península desde sus rascacielos en el Downtown y Brickell —cada día más
parecidos a Nueva York—, y termina en los formidables barrios
residenciales de Kendall y Redland.

En la Ciudad del Sol todo el mundo se conoce, o dice conocerse. Basta
una sola conversación para saber que en Cuba eran vecinos, iban a la
misma escuela, estuvieron ingresados en el mismo hospital. Esa facilidad
casi automática de conexión humana es lo que ha hecho de Miami, aun con
todos sus problemas, un lugar natural de inserción para los cubanos que
llegan por primera vez a EEUU. Y en esa facilidad de conexión está la
trampa: lo bueno y lo malo enseguida se sabe en todo Miami, en España,
incluso en la Isla.

Cuentan que los primeros cubanos en "colonizar" Miami hace más de medio
siglo tuvieron que "pulirla". El régimen cubano ha ocultado con toda
intención ese capítulo triste de nuestra historia, haciendo ver que
quienes primero emigraron a este ciudad —cuya extensión apenas llegaba a
la avenida 57, y hoy rebasa la 167— eran millonarios y ricos que no
pasaron trabajo gracias a sus fortunas. Olvidan que EL régimen cambió el
dinero, y para salir por el aeropuerto había que dejar detrás hasta las
prendas personales.

La mayoría de los emigrantes cubanos en estas tierras después de 1959
tuvieron que reciclarse haciendo trabajos menos calificados, pedestres;
algunos irse a Nueva York y Nueva Jersey, donde entonces había trabajo,
y mucho frío. Me cuenta una amiga que de pequeña en la mañana fue
conducida al aeropuerto en un Cadillac con chofer, y a los pocos días
caminaba con unos zapatos gastados sobre la nieve y varias cuadras para
asistir a la escuela.

Motivado por esa riada de cubanos varados en Centro y Suramérica, y que
ahora permanecen en un limbo migratorio, el periodista, escritor,
profesor y ex preso político Alberto Müller ha propuesto que de las
20.000 visas otorgadas anualmente al régimen cubano, unos cuantos miles
les sean dadas a las personas que salieron de Cuba antes del 12 de enero
del 2017. Es una solución sabia. Humanitaria. La propuesta sale de quien
muy joven sufrió cárcel y torturas, y dice no sentir odio por sus captores.

Él y otros cubanos que han padecido las penurias como pocos dentro de
Cuba y en el exilio, saben muy bien que no ha sido fácil emigrar a EEUU.
Saben, además, que es todavía peor morir en vida en una Isla cuyo
Gobierno insiste en tener la razón mientras sus ciudadanos votan con los
pies, al decir del famoso escritor disidente. Las leyes que
sucesivamente han protegido a la comunidad cubana exiliada se basa en
principios políticos y humanitarios. Verlo solo como una opción
económica es quitarle su sentido íntimo, y equiparar la emigración
cubana con la de otros países, tan pobres y desgobernados como el de la
Isla.

Han sido los cubanos más que afortunados todo este tiempo: dinero,
servicios de salud y opciones de empleo. Una ayuda inercial que debe
pagarse con el sacrificio propio en los marcos de la legalidad y la
decencia. Quienes han llegado pensando que el sistema no está a atento a
sus ilegalidades y deshonestidades deben saber, antes de abandonar la
Isla, que Miami es un pañuelo, todo se sabe, todo se comenta, incluso en
Cuba. Es una ciudad que también como pañuelo puede secar algún que otro
sollozo al inicio. Pero del mismo modo, y como en la película soviética,
Miami tampoco cree en lágrimas.

Source: Miami es un pañuelo | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1487263108_29005.html

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