martes, 6 de octubre de 2015

Es gratuito el temor a una rebelión violenta en Cuba?

¿Es gratuito el temor a una rebelión violenta en Cuba?
JOSÉ HUGO FERNÁNDEZ | La Habana | 6 Oct 2015 - 8:25 am

Podemos correr el peligro de que la paciencia de los opositores y de la
población descontenta se agote en tanto los esbirros de Seguridad del
Estado se sientan más impunes.

Luego del gran aporte de Raúl Castro en la ONU, al convertir los
derechos humanos en una utopía (con el aplauso de gobiernos y
organizaciones internacionales), y una vez que el Papa y su canciller
obraron el milagro de hacer de la represión en Cuba algo intangible,
que, por más que se esforzaran no lograron ver, uno se pregunta hasta
dónde podría llevarnos la espiral de violencia con que las fuerzas de la
dictadura acallan aquí toda desaprobación política.

De ser cierto, como suele decirse, que caimán no come caimán y que la
violencia termina siempre engendrando violencia, los pelos se le paran
de punta a cualquiera al pensar en el tácito visto bueno que
instituciones y gobiernos civilizados del mundo le otorgan a nuestra
dictadura cuando aceptan que su sistema represivo es una cuestión de
política interna y que, como tal, no resulta de la incumbencia de nadie
más allá del Morro. ¿Acaso no corremos el peligro de que la paciencia de
los opositores y de la población descontenta pueda ir agotándose en la
medida en que los esbirros de la Seguridad del Estado se sientan más
impunes para emplear su vandalismo abusador contra toda protesta?

En momentos en que hasta las narcoguerrillas, últimos atisbos de la
violencia como partera de la historia (según lo excretado por Carlos
Marx), demuestran haber comprendido la extemporaneidad del postulado,
nuestros caciques no dejan de apostar por su cruda aplicación para
imponerse en Cuba. Insisten en durar a la dura, en vez de durar
cambiando, sin que les importe incurrir en tamaño atolondramiento justo
cuando intentan venderse internacionalmente como aperturistas y
reformadores. Pero el colmo es ese manto de connivencia con que hoy los
encubre gran parte de la opinión internacional.

Mientras más frecuentemente se repiten por estos días las palizas a los
disidentes cubanos, con impunidad y ensañamiento revigorizados, más en
entredicho queda la moral, ya no solo de los amiguetes del régimen (sean
eclesiásticos de La Habana o de Roma, sean gobernantes, políticos,
artistas o intelectuales del mundo), sino la de no pocos gobiernos
democráticos que hasta ayer lo cuestionaban, imponiéndole incluso
distancia y categoría.

Arrastrar y patear en horda abusadora a una mujer —o a cualquier persona
desvalida, pero muy en especial a una mujer—, y mantenerse impávido ante
la huelga de hambre de un artista que está preso por intentar manifestar
públicamente lo que piensa, son acciones miserables y cavernícolas,
contrarias a toda forma de decencia y ajena a los principios de la
civilización. De idéntica manera, hacer la vista gorda ante tales
muestras de salvajismo es algo que nada tiene que ver con posiciones
ideológicas o normas diplomáticas. Es una desvergüenza.

Defendiéndose a coletazos como pescado en la red, o como toda dictadura
que se reconoce en ruinas, el régimen evidencia no estar dispuesto a
considerar ninguna otra alternativa que no sea el incremento de sus
abusos contra la oposición pacífica. Hoy más que nunca, y con sobradas
razones, le aterra que las demandas de libertad y progreso económico
puedan encontrar eco entre la población.

No en balde ha resuelto activar en grande a sus fuerzas represoras, las
que actúan bajo el evidente mandato de no permitir brotes de protesta,
ni a la menor escala, aunque se vean precisados a la aplicación del
atropello como profilaxis.

Bajo la estúpida consigna de que la calle es de Fidel, el régimen no se
cuida de guardar las formas. Lo anuncia en sus discursos. Otorga amparo
oficial y público a las hordas destinadas a darles tranca a personas
indefensas, cuyo único delito es no simpatizar con su poder, que
tiraniza y hunde al país en la miseria.

Y en tanto, los progres de Europa y de EEUU miran hacia otro lado. Los
¿demócratas? latinoamericanos sueñan con ser como nuestros caciques
cuando sean grandes. Los obispos santifican. Y la prensa internacional
da la muela en torno a pobres remedios de urgencia que a ellos gusta
llamar reformas.

¿Es gratuito entonces el temor de que algún día la violencia opresora,
intolerante y déspota de nuestra dictadura pueda engendrar respuestas
violentas?

Desde Sócrates hasta Martí, son muchos los grandes pensadores de la
historia (hombres por demás moralmente intachables) que aprobaron la
rebelión contra un gobierno opresor, no solo como un derecho sino
incluso como un deber de la ciudadanía. Ya en el siglo XVII, John Locke,
sabio e incansable luchador contra el absolutismo monárquico,
categorizaba la cuestión mediante ideas que hoy conservan total
vigencia, al sostener que el resultado de un ejercicio erróneo por parte
del poder (atropellando los derechos elementales de la gente), debe ser
observado no solamente en la desobediencia o rebelión del pueblo, sino
además en la pauta que a este se le da para ejercer otro derecho
fundamental: la disolución del Gobierno.

Para el ilustre filósofo Henry David Thoreau, enemigo del esclavismo y
hasta temprano crítico del capitalismo, lo justo no era cultivar el
respeto por la ley (que puede ser manipulada), sino el respeto por la
justicia. En tanto, nuestro Apóstol y Héroe Nacional sentenciaba en
1882: "Bien es que merezca ser echado de la Casa de Gobierno, quien para
gobernar haya de menester, en vez de vara de justicia, de puñal de asesino".

Desde luego que en lo que a mí respecta, estoy tajantemente contra la
violencia, ni siquiera como respuesta a la violencia. Pero, ¿quién
descarta por completo la posibilidad de que alguna vez, hartos de hacer
de mansos sacos de práctica donde ejercitan su técnica y su saña los
esbirros karatecas de la Seguridad del Estado, los opositores pacíficos
de la Isla resuelvan poner freno al abuso, ripostándoles con la piedra o
el palo más duros que encuentren a mano?

Por suerte, hasta ahora ha discurrido en forma pacífica el
enfrentamiento contra el régimen y sus pretendidos herederos. Nuestro
movimiento de opositores exhibe ante el mundo su ejemplo (al parecer
inútilmente) de organización civilizada, que opta por la denuncia y la
demostración firme y serena como alternativas para buscar el cambio,
pero un cambio radical, no solo de nombres, sino también de
circunstancias, de estructuras políticas y de mentalidad.

Pero ello no debiera confundir al régimen y aún menos a sus conniventes
del exterior.

Mucho antes de que pasara por aquí el papa Francisco con su verbo
cantinflescamente conciliador, Martí había advertido, en carta dirigida
a Máximo Gómez, el 20 de octubre de 1884: "La patria no es de nadie: y
si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con
mayor desprendimiento e inteligencia".

Source: ¿Es gratuito el temor a una rebelión violenta en Cuba? | Diario
de Cuba - http://www.diariodecuba.com/cuba/1443647111_17236.html

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