miércoles, 7 de octubre de 2015

Entusiasmados con las mentiras

Entusiasmados con las mentiras
[06-10-2015 22:32:52]
Alberto Medina Méndez

(www.miscelaneasdecuba.net).- Un típico gesto hipócrita de este tiempo
es transitar esa senda que jamás consigue alinear discurso y acción.
Todos recitan que prefieren la verdad al engaño, sin embargo frente a lo
irremediable e inocultable, optan sin dudar por la más confortable
posibilidad de escaparse de la realidad y dejarse seducir por los
encantos de las fantasías y las eternas falacias.
Se trata, indudablemente, de una actitud enfermiza, de un fenómeno
sociológico totalmente irracional y hasta patológico, que se ha vuelto
crónico, sin que aparezca con claridad el modo de interrumpir su inercia.

Nadie, en su sano juicio, se animaría a confesar que prefiere que le
mientan que precisa ser engañado para vivir en un mundo de ficción,
porque teme enfrentarse a la realidad y asumir sus abrumadoras
consecuencias.

Cierta tendencia natural de los ciudadanos los invita a buscar culpables
por fuera. Es la forma más burda de quitarse responsabilidades respecto
de lo que sucede. Es por eso que la política resulta tan funcional a la
sociedad.

Después de todo, esos pérfidos personajes que deambulan en esa actividad
son un blanco fácil para esa misión. Muchos de ellos son corruptos,
abundan allí detestables individuos que no merecen respeto alguno. Sus
ambiciones desmedidas y sus hábitos más que reprochables los convierten
en una casta que no genera ningún tipo de admiración.

Por eso cabe revisar el presente minuciosamente. No se trata de que los
políticos mienten, sino de entender porqué sucede eso. No parecen tener,
esos dirigentes, incentivo alguno para decir la verdad. Muy por el
contrario, los que tienen el coraje de plantear los problemas con
franqueza, describiendo las dificultades y explicando los sacrificios
imprescindibles para prosperar no logran adhesión electoral y sólo
consiguen el desprecio cívico.

En cambio, los demagogos de siempre, esos que prometen lo imposible, lo
absolutamente irrealizable, cuentan con un aval categórico e
incondicional que les permite obtener los votos suficientes para
triunfar y acceder al poder. Los políticos intentan agradar a los
votantes aplicando una lógica irrefutable. Solo dicen lo que la gente
quiere escuchar.

La sociedad debe replantearse su rol y su evidente falta de compromiso.
La tragedia se inicia cuando se decide expresamente rechazar la idea del
esmero como requisito para superar los inconvenientes. Eso explica
porque se aplaude sin inmutarse a los políticos que garantizan que lo
que viene será mejor y proponen un porvenir absurdamente optimista.
Cuando se espera que todo sea simple, con una realidad diseñada a la
medida de los deseos, como en un cuento de hadas, nada resulta y todo
es frustración.

Los dilemas se superan, en cualquier escenario coyuntural, cuando son
afrontados con determinación e inteligencia. No se los resuelve de
cualquier modo, y mucho menos, con improvisaciones y posturas displicentes.

Los asuntos de la comunidad deben ser analizados con paciencia y
detenimiento para ser abordados luego con criterio y sensatez. Nada es
gratis. Y lo que realmente vale, siempre cuesta. Pretender que esto sea
diferente es definitivamente ingenuo y hasta demasiado infantil. Por eso
la sociedad tiene en esto una gigante e indelegable cuota de
responsabilidad.

Los políticos tramposos son hijos de esta sociedad enferma que prefiere
la mentira a la verdad, que premia a los embusteros con su voto y
castiga a los que muestran con crudeza que solo el esfuerzo permite el
progreso.

A no quejarse entonces y, en todo caso, a generar los cambios que se
anhelan. Las ambigüedades de los discursos políticos son solo un
derivado esperable que se ajusta a las retorcidas demandas de una
sociedad mediocre que no solo vota a esos políticos, sino que ni
siquiera tiene la honestidad intelectual de reconocer su propia y
objetable conducta cívica.

Una sociedad que aplaude apasionadamente a una clase política repleta de
farsantes, se debe a sí misma, una enorme autocrítica. La simplificación
que lleva a culpar a los que se dejan utilizar, a los que venden su
voto, a los "clientes" de la política, solo muestra un gran cinismo
ciudadano.

El cambio empieza por cada uno y ahora. No existe magia ni alquimia que
resuelva este presente. No se debe esperar que los demás empiecen a
modificar su patética actitud. Es probable que sea el momento de dar el
ejemplo y asumir ese liderazgo social que movilice a la comunidad
invitándola a hacer lo preciso, a actuar con enérgica corrección. Se
debe evitar caer en la cándida postura de buscar causantes alrededor.
Solo basta con mirarse al espejo y repasar las acciones personales del
pasado reciente.

Cuando la gente deje de votar a los embaucadores y empiece a darle
respaldo concreto a los que proponen el máximo esfuerzo, a los más
serios y preparados, a esos que hablan del futuro con sin eufóricos
discursos, porque creen que con sacrificio se superaran las
dificultades, para que luego todo pueda estar solo un poco mejor, recién
en ese instante, se abrirá la puerta para que la sociedad pueda sentirse
orgullosa de sí misma.

Para que eso ocurra no se debe esperar nada. No depende de las
circunstancias económicas actuales, ni tampoco del contexto político, ni
mucho menos de las agrupaciones partidarias. Solo es necesario tomar la
decisión adecuada y abandonar esta práctica aberrante de comprar
ilusiones y continuar con esta impronta de seguir entusiasmados con las
mentiras.

Source: Entusiasmados con las mentiras - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/56142ff43a682e1510dc8305#.VhUCNHqqqko

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