El poder del miedo
septiembre 12, 2012
Verónica Vega
HAVANA TIMES — Después de ver un documental sobre Corea del Norte, donde
sobrevivientes de una barbarie oficial describen torturas espeluznantes,
de tan asfixiante que me resultaba constatar el control que empieza en
la mente de miles de seres humanos y termina con la anulación de su
autonomía, cuando salí a la calle, miré a mi alrededor y sentí alivio de
haber nacido en Cuba.
Pero me olvidaba de que las comparaciones pueden ser engañosas. Sin
embargo, muy pronto tuve ocasión de recordarlo.
El 3 de septiembre mi hijo fue al pre universitario donde estudia, en
Alamar, para empezar el onceno grado. Por comentarios de sus compañeros,
se enteró de que justo los alumnos de once, parten esa primera semana
para el campo. Un "detalle" del que no se informó a los padres el curso
anterior, ni nadie me mencionó cuando fui a recoger el papel para
comprar su uniforme.
En el matutino, luego de un discurso sobre la obligatoriedad de ir a la
escuela al campo y el honor que involucra, se explicó que el verdadero
propósito de esta migración es dejar aulas disponibles para recibir a
los alumnos de los tecnológicos capitalinos, quienes recibirán
seminarios de capacitación para hacer el próximo censo de población.
Luego, los estudiantes de onceno fueron llevados a un aula donde debían
firmar un documento que establece su compromiso de ir al campo. Como mi
hijo rehusó firmarlo, cuando le preguntó a la vicedirectora cómo podía
dejar constancia de su presencia pues no habían tomado asistencia, ella
le dijo que al no firmar aquel compromiso, podía considerarse ausente.
Por supuesto que la respuesta me hizo pensar en la bien empotrada
maquinaria de coacción que he visto funcionar en Cuba, en cualquier
parte. Depender en algún sentido de una institución del estado implica
infinitas variantes de presión, que generan temor, incertidumbre, y
funcionan ya automáticamente, por supuesto, de arriba hacia abajo.
Ahí se me fue parte del alivio porque Corea del Norte no es el lugar que
me rodea. El control que establece el miedo aturdiendo la razón y
paralizando la voluntad y por extensión la propia dinámica del
desarrollo, es monstruosa donde quiera y como quiera que se aplique.
No me asombró saber que casi el total de los alumnos firmó aquel
compromiso sin el conocimiento y menos, el consentimiento de sus padres.
Tienen incorporados resortes de aprensión, ya desde la primaria: "a lo
que les pongan en el expediente", "a que la maestra se ensañe", "a
repetir el grado", "a que no le den el pre, el tecnológico o el aval
para la carrera universitaria…"
En cambio, nadie jamás se ha ocupado de informarles sobre sus derechos.
Tampoco los padres, a quienes este imprevisto de la escuela al campo les
crea molestias inesperadas. Oí comentarios de "cómo conseguir una
maleta, mi hijo no tiene zapatos y se ha quedado sin ropa, cuánto
costará un carro para provincias y de dónde sacar la comida para
llevarle el fin de semana…"
Las protestas se limitan a murmullos. Nadie expresa que presionar a un
menor a firmar un compromiso que sus tutores ignoran, es violar la
patria potestad. Ellos también sienten que tienen que obedecer.
Una amiga me comentó que una vez, un extranjero que la visitaba,
fotografió el folleto de la Constitución de Cuba, sinceramente asombrado
de que semejante documento estuviera al alcance de los cubanos. Él tenía
la convicción de que éste estaba inaccesible o prohibido para nosotros.
Ahora, ¿de dónde viene esta idea? Del desconocimiento evidente de
nuestras propias leyes, pero peor aún, de la inmensa apatía a
cultivarnos cívicamente. Y peor aún: de la convicción de que incluso el
conocimiento de las leyes, no nos protegería.
Hace tiempo tuve la oportunidad de publicar en un blog donde (a
propósito) se ponían noticias falsas sobre Cuba. Aunque me devané los
sesos pensando qué invención periodística podría tener sentido (para
mí), no se me ocurrió ninguna.
Pero hoy he tenido el pensamiento de que se puede escribir de lo que se
desea alcanzar, describiéndolo como una realidad, aunque sólo sea para
invocarla.
Así que yo hablaría del alto sentido de dignidad y autorespeto de los
cubanos. De cómo las nuevas generaciones han heredado de sus padres la
confianza de que cada uno de ellos cuenta, de que el poder no lo concede
nadie: cada cual lo toma y lo defiende.
Y ahí vemos en las escuelas a nuestros niños y adolescentes, tan
"serenos y distendidos", como decía Rilke, con la única seguridad de la
moral. Libres del estupor y la compulsión de la masa, de manipulaciones,
de oportunismos. Libres del miedo.
http://www.havanatimes.org/sp/?p=71433
miércoles, 12 de septiembre de 2012
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