En paz descanse
Viernes, Septiembre 28, 2012 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -La muerte natural
representa el peor de los castigos para un caudillo tiránico. Se pasan
todo el tiempo tratando de alargar su vida con demenciales medidas de
seguridad personal, pero, en el fondo, a nada temen tanto como a la
muerte en cama, aniquilados por los años. Es de lo único que no logran
obtener beneficio. Además, morir por viejos es lo menos heroico que
puede ocurrirle a quienes presumen de héroes, máxime cuando, para su
desgracia, es lo último que les ocurre.
En el caso de Fidel Castro, peor que peor parece ser el castigo, toda
vez que junto a él, también van a morir -por viejos, aniquilados por la
vida- sus más estrepitosos engendros. Todo indica que al igual que los
antiguos faraones que tanto debieron inspirarlo, llevará dentro de su
féretro, para que le acompañen en el descenso hacia el infierno, o sea,
hacia el olvido, todos los atributos de su dominio.
Uno de tales atributos, con justicia el primero, por ser el más
siniestro, se encuentra ya listo para el catafalco. Son los Comités de
Defensa de la Revolución, dispositivo insignia del fidelismo, destinado
a producir el odio y el miedo preventivo como armas de dominación.
No sería ocioso repetir que con este engendro, Fidel Castro le sacó una
nariz de ventaja a casi todos los demás sátrapas de la historia, al
perfilar un aparato de represión mediante el cual el pueblo se vigila,
se acosa y se condena a sí mismo, no sólo superando en eficacia a las
instituciones represoras oficiales, sino facilitándoles a tope la tarea
y –lo que es el colmo- garantizándoles impunidad.
A lo largo de 52 años, los más conspicuos organismos y la mayoría de las
personalidades internacionales que se dedican a la defensa de los
derechos humanos, han pasado por alto esta institucionalización del
horror, con la que, no conforme con violar los más elementales preceptos
de la convivencia civilizada entre personas (desde el derecho a la libre
expresión o reunión, hasta el natural y racional derecho a defender la
intimidad hogareña), el régimen ha impuesto la división entre familias y
el violento recelo entre amigos, conocidos y vecinos.
A muy pocos campeones internacionales en el respeto a la democracia y al
intercambio pacífico entre humanos, parece haberles inquietado la
existencia de esta entidad totalitaria, que durante más de medio siglo
enroló a todos los ciudadanos de un país, desde la inocente edad de 14
años (pues su negación es asumida por el poder como una actitud enemiga
y hostil), obligándoles a delatar ante la policía política a cualquier
persona que no adopte como suya la ideología dominante y que, aun
pacíficamente, se atreva a desobedecer sus dictados.
Tuvo que ser el tiempo, el implacable, el que se encargara de carcomer
las bases del engendro, pues por inaudito que parezca, los adalides del
humanismo en el mundo nunca han visto a los CDR como lo que en realidad
son: un monumento a la barbarie, una vergonzosa tacha de la sociedad
moderna.
Desde luego que tal vez no sea a los cubanos a quienes corresponde
enjuiciar a indolentes y cómplices internacionales, ya que, siendo sus
únicas víctimas, tampoco puede decirse que hiciéramos mucho por
adelantar el fin del engendro.
En cualquier caso, la muerte tiene sus propios pies, así que siempre
llega, aun cuando nadie la traiga. Un viejo cómico de nuestro país
contemplaba como muerte natural el hecho de ser arrollado por un tren,
pues –según decía-, quien resulta arrollado por un tren, lo más natural
es que se muera. Este debe ser más o menos el tipo de muerte natural que
ha puesto en coma a los Comités de Defensa de la Revolución, arrollados
por el tren de las nuevas generaciones históricas.
Y conste que no se trata de un desenlace de los últimos meses, cuando,
lo que aún no había muerto, ha terminado pudriéndose en vida. Desde hace
ya bastante tiempo, los CDR agonizan. La inmensa mayoría de los jóvenes
no sólo evade ocupar cargos de responsabilidad entre sus filas, ni
siquiera asumen sus funciones como simples miembros, por más que sus
madres u otros adultos de la casa no dejen de inscribirlos tan pronto
cumplen la edad de rigor (sin pedirles su consentimiento, claro, y sin
tenerlo en cuenta). Pero a ellos les da lo mismo ser o no cederistas,
porque de todas formas, no están dispuestos a vigilar, ni a denunciar,
ni a hostigar, ni a escarbar en las intimidades ajenas. Mucho menos
aceptan ser colaboradores gratuitos de la policía. Y no perderían un
minuto de sus vidas intentando ponerle zancadillas al vecino.
En cuanto a los adultos, incluso a los viejos comunistas de palo y
pedrada, es raro, rarísimo, hallar aquí a un solo integrante (o
responsable de base) de los CDR, que no compre productos alimenticios
robados, que no hable mal del régimen, no realice negocios oscuros, no
participe en marañas menores o mayores, o, en general, no incurra en
violaciones que supuestamente debieran prevenir y combatir. Y es lógico,
si no hay revolución que defender, ¿qué tipo de papelazo se les exige
que hagan en los Comités de Defensa de la Revolución?
El hecho de que nos resulte gracioso que algunas momias estalinistas,
como Machado Ventura, sueñen todavía con la plausibilidad de resucitar
este fiambre, certifica por sí mismo su agonía retrógrada. La verdad es
que duró demasiado, pero nunca es tarde si la dicha es cierta. En paz
descanse para siempre amén.
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viernes, 28 de septiembre de 2012
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