jueves, 27 de septiembre de 2012

La fatal arrogancia del gobierno de Cuba

Publicado el jueves, 09.27.12

La fatal arrogancia del gobierno de Cuba
José Azel

A fines del 2010, el gobierno cubano expuso por primera vez en detalle
su plan para revitalizar la moribunda economía del país. Dos componentes
clave de este plan eran llevar a cabo el despido masivo de más de un
millón de empleados estatales, y permitir cierta cantidad de
trabajadores por cuenta propia para absorber a los recién desempleados.

La nomenclatura decretó que los despidos tuvieran lugar de inmediato, y
que las actividades autorizadas se limitaran a una insólita combinación
de 178 ocupaciones que comprendían desde cuidar niños, lavar ropa y
lustrar zapatos hasta reparar paraguas.

No es de sorprenderse que, dos años más tarde, el proceso esté atascado
en una red de debates internos, así como de normas y reglamentos
emergentes. El fracaso en la implementación radica en el pensamiento
patológico de la élite gobernante. Es este pensamiento patológico el que
el filósofo, político y economista Friedrich A. Hayek describió en su
influyente obra La fatal arrogancia: los errores del socialismo. Como
Hayek explicó, la planificación central fracasa con consecuencias
fortuitas e imprevistas, debido a que no se conocen todas las variables,
o a que estas ni siquiera pueden ser conocidas por los planificadores
centrales.

En esencia, el despido de los empleados estatales se ha suspendido, y
ahora se supone que tendrá lugar en el transcurso de cinco años.
Comisiones kafkianas de eficiencia determinarán el número "idóneo" de
empleados para cada función, y luego otras comisiones decidirán quiénes
deban ser despedidos.

El proceso correspondiente a las actividades "fuera del sector
gubernamental" (el gobierno cubano no es capaz de referirse a este como
"sector privado") resulta igualmente revelador. Recientemente, Granma
anunció que el número de actividades autorizadas "fuera del sector
gubernamental" se incrementaría de 178 a 181. Las tres nuevas
actividades permisibles son: graniteros (instaladores de losas),
planificadores de bodas y fiestas, y agentes de seguros.

El viceministro de Finanzas y Precios de Cuba (sí, existe un ministerio
a cargo de los precios) también anunció que la actividad de granitero
tendría que ser aprobada por las directrices de trabajo y por la oficina
del Historiador de la Ciudad. Además, los burócratas decretaron que las
tres nuevas actividades autorizadas serán gravadas a diferentes tasas
fijas mensuales, de la siguiente manera: graniteros, 150 pesos cubanos;
planificadores de fiestas, 300 pesos cubanos, y agentes de seguros, 20
pesos cubanos. La lógica aplicada (no explicada) por los planificadores
de estos decretos fiscales se deja a interpretación del lector.

Al permitir ciertas actividades empresariales, el gobierno cubano
pretendía crear nuevos puestos para los empleados despedidos. Pero, para
los mandarines, las cosas no están saliendo según lo planeado. Por
ejemplo, el 73 % de las 69,000 mujeres que ahora trabajan por cuenta
propia no figuraban anteriormente en la nómina del gobierno. Además,
muchos de los cuentapropistas realizan trabajos de subsistencia, lo que
no genera una cantidad considerable de puestos adicionales.

Otra desafortunada consecuencia de la arrogancia de la planificación
central es la exacerbación de las tensiones raciales. Reflejando la
composición racial de la diáspora cubana, la gran mayoría de los cubanos
que reciben remesas del extranjero, y que tienen posibilidades para
convertirse en trabajadores por cuenta propia, son blancos. Para poder
trabajar por cuenta propia, es esencial tener acceso a dólares.
Paradójicamente, los nuevos empresarios tienen que vender sus bienes y
servicios en moneda nacional, pero están obligados a comprar los
suministros en establecimientos del gobierno y en moneda convertible.
Muchos cubanos negros que no tienen acceso a remesas de familiares
quedan rezagados a medida que aumenta la desigualdad de los ingresos.

Es sumamente arrogante creer, como creen los planificadores centrales,
que una persona, un ministerio o un comité central pueden recopilar y
comprender toda la información disponible para diseñar un sistema
económico eficiente.

La tragedia del comunismo estriba tanto en su visión errónea de la forma
en que funciona una economía como en su visión glorificada de sus
propias capacidades racionales. La insolencia del gobierno cubano, de
seguir cabalgando en el caballo intelectualmente muerto de la
planificación central, es muestra evidente de su fatal arrogancia.

Investigador del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la
Universidad de Miami, y autor del libro Mañana in Cuba..

jazel@miami.edu

http://www.elnuevoherald.com/2012/09/27/1309122/jose-azel-la-fatal-arrogancia.html

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