Fallido golpe contra un proyecto cívico
Viernes, Julio 27, 2012 | Por Ernesto Santana Zaldívar
LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -En horas de la mañana del 24 de
julio, luego de la misa oficiada en una iglesia del Cerro en memoria del
líder opositor Oswaldo Payá Sardiñas (fallecido el día anterior en
extrañas circunstancias), cuando los asistentes partían hacia el
cementerio de Colón, donde se realizaría el sepelio, agentes de la
Seguridad del Estado y de la policía arrestaron violentamente a decenas
de personas.
Aunque la mayoría estaba libre ya en las horas siguientes, a las seis de
la tarde todavía seguían en la Cuarta Estación de la policía, en Infanta
y Manglar, municipio Cerro, Julio Aleaga —periodista independiente— y
Ailer González y Antonio Rodiles —coordinadores del proyecto Estado de
SATS. Para entonces ya se habían reunido delante de la unidad policial
varios activistas opositores, periodistas independientes, amigos y
familiares que reclamaban pacífica pero firmemente su liberación.
Casi a las siete salió de la estación Ailer González, irritada por lo
ocurrido y con señales de golpes en los brazos. Como el grupo que
ocupaba la acera seguía creciendo, un uniformado con grados de mayor se
acercó para pedirles que se desplazaran hacia una esquina y les aseguró
que Rodiles y Aleaga serían liberados en media hora. Ellos aceptaron,
pero, ya que una hora después la promesa no había sido cumplida,
regresaron al mismo lugar justo delante de la unidad. Al poco rato
volvió el oficial y reiteró su petición de que abandonaran el área, pues
él solo quería hacer cumplir el reglamento y en realidad los dos
detenidos se encontraban bajo jurisdicción de la Seguridad del Estado.
Ellos, no obstante, se negaron, argumentando que entonces querían hablar
directamente con algún oficial que tuviera potestad en el caso y que,
mientras no soltaran a los otros, no abandonarían el sitio por voluntad
propia, aun si eso implicaba ser arrestados.
A partir de ese momento, la cantidad de uniformados, de agentes de
civil, de autos patrulleros, motos Suzuki y otros vehículos a las
puertas de la estación y en sus inmediaciones comenzó a aumentar de
forma amenazante e inquieta, como si estuviesen preparando un arresto
masivo para las veinte personas que se habían dado cita allí. Eran más
de las ocho. Comenzaba a oscurecer. Parecía inminente una represalia
proporcional con el desafío, acaso mayor. Pasaba el tiempo. La tensión
no disminuía. Muy avanzada ya la noche salió del edificio, pasando entre
docenas de agentes, Julio Aleaga, que fue recibido por los amigos con un
aplauso y les contó que Antonio Rodiles había sido golpeado antes de ser
subido a un auto y dentro de él, pero que se había defendido. Una vez en
la estación, se negaron a ser tratados como delincuentes y a entrar en
un calabozo. Finalmente les permitieron quedarse en unos asientos del
pasillo de las celdas.
Los padres de Rodiles, ya muy ancianos, permanecían desde el principio a
un costado de la unidad, exigiendo enérgicamente la liberación de su
hijo o al menos una explicación del delito que había cometido. La
tensión se mantenía. El abogado Wilfredo Vallín, de la Asociación
Jurídica Cubana, y el periodista independiente Reinaldo Escobar, que
fungían como representes del grupo ante los oficiales, anunciaron cerca
de la una de la madrugada que habían llegado a un acuerdo con ellos: a
las diez de la mañana siguiente, cuando se cumplieran veinticuatro horas
de la detención, de acuerdo con la ley, las autoridades lo pondrían en
libertad o anunciarían los cargos para comenzar un proceso judicial. A
cambio, los padres y el grupo de amigos se retirarían a sus casas y
acudirían por la mañana para conocer la decisión tomada.
Aunque algunos hubieran preferido no disolver el grupo sino, por el
contrario, aumentar de alguna manera la presión, finalmente todos se
marcharon y solo quedaron Ailer González y Lía Villares, que esperarían
dentro de la estación hasta la mañana siguiente. Cerca de la hora
acordada, se presentaron los padres y, pese a que ya no llegaban a la
veintena, los amigos volvieron a reunirse. Pero el panorama había
cambiado mucho: donde la noche anterior se reunieran ellos, se hallaba
ahora una hilera de unos diez autos patrulleros y los uniformados
impedían a todo transeúnte pasar por esa acera y cubrían las afueras de
la estación. Agentes de civil se habían posicionado solos o en pequeños
grupos en las cercanías. En fin, los que acudieron se concentraron casi
en la esquina de Manglar.
Finalmente, a las diez en punto de la mañana, en el momento en que
Wilfredo Vallín se dirigía a la entrada de la estación para saber cuál
sería la decisión, un carro patrullero salió del parqueo en dirección a
la otra esquina y el abogado pudo ver que en él llevaban a Rodiles de
regreso a su casa, según le informaron. Todo había terminado felizmente.
Los amigos se estrecharon las manos convencidos de que aquello había
sido una victoria de todos, esperaron a que los padres partieran en un
taxi y luego se dispersaron. Algunos se fueron a casa de Antonio Rodiles
para saludarlo y saber más detalles.
En realidad, el coordinador de Estado de SATS, aparte de una larga
herida superficial en el antebrazo izquierdo, algunas marcas de golpes
en el rostro y los desgarrones en la ropa, se mostraba de muy buen
ánimo. Para sorpresa de los demás, dijo que desde el principio había
sabido, por boca de los mismos policías, “todo lo que estaba ocurriendo
fuera de la estación”. Aseguró también que, aunque respetaba a los que
eran capaces de mantener la no violencia cuando eran reprimidos con
violencia, él prefería no aceptar el maltrato y replicar con la fuerza
que pudiera.
De manera que tampoco esta vez la policía política ha logrado frustrar
el proyecto Estado de SATS.
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