viernes, 25 de mayo de 2012

La coca cola del olvido

La coca cola del olvido
mayo 24, 2012
Por Verónica Vega

HAVANA TIMES — Mi hijo esta triste porque Leo, su mejor amigo, que ahora
vive en Miami, a pesar de haber compartido años y juegos, secretos y
sueños, a pesar del último abrazo, de los ojos húmedos y las sujeciones
que afirman las direcciones de e-mail y las promesas, no le ha enviado
un mensaje.

Como si se lo hubiera tragado el abismo del "mas allá," desde que su
avión, y con él la emoción de explorar un mundo que hasta ese momento
parecía inaccesible, surcaron la distancia abarcable con la vista.

Yo lo consolé como pude. Le dije que al principio hay un deslumbramiento
que embota la añoranza y Leo, a fin de cuentas un adolescente que estuvo
cuatro años sin ver a su papa (que se había ido en balsa y lo reclamó
junto a la mama y la hermanita), está viviendo momentos muy convulsos.

Un reencuentro, un reconocimiento, una aceptación… y todo en un país
enorme, apabullante. Que después del hipnotismo inicial viene la
sensación de ausencia y entonces le escribiría seguramente.

Han transcurrido cuatro meses. Los amigos comunes y él mismo han pasado
de la expectativa a la duda, al despecho, a la impotencia. Me parece que
ya no esperan nada.

Lo mencionan a veces, sólo para recordar alguna travesura o una hazaña,
o para reafirmar que: es un barco, quién lo iba a decir, parece que se
tomó la "coca cola del olvido."

Leo se fue en noviembre. Yo, que estaba en ese momento en París, no pude
despedirme de él. Pero en diciembre sí estaba aquí y pude abrazar, con
cariño y con lágrimas a mi vecino Jaime, mi único vecino confiable,
amigo y compañero de charlas "disidentes," vertíamos el uno en el otro
el tedio, la ira, la esperanza.

Era el único a quien recurrir para un poco de sal urgente, dos deditos
de aceite, una colada de café. Me pidió mis textos, imagenes de cuadros
de mi esposo. Sentí su dolor casi mas que el mío.

También se fue para Miami. También intercambiamos promesas y direcciones
de e-mail. También dejé que pasara el hipnotismo inicial, el tiempo
necesario para sacudir el estupor, para asentar los reencuentros.

No me ha escrito un mensaje, ni siquiera como respuesta a los míos. Mi
hermana en Miami, que esperaba un paquete con fotos y cartas, pasa de la
expectativa a la duda, al despecho, a la impotencia. Yo, que hacía mil
votos de su honorabilidad, su seriedad, su lealtad, encuentro las
afirmaciones cada vez mas escasas.

Cuando veo a su mejor amigo y ex-vecino me cuenta trastornado que él
tampoco ha recibido una llamada suya. No sé qué decirle. Evito mirar ese
balcón vacío, las puertas cerradas, el espacio de jardín donde a veces
jugaba su gato.

Y me acuerdo de alguien que conocí hace años, también exiliado en
Estados Unidos, que cuando venía a Cuba me hacía el favor de recoger
cartas mías para mi familia. Una vez me dijo que mucha gente que le
entregaba con entusiasmo sus misivas, ignoraba la reacción de los
destinatarios.

-Algunos ni quieren cogerlas. Me dicen: "Bótalas, yo no quiero saber de
esa gente."

No era entonces mi caso, pero no pude menos que estremecerme, pensando
en la esperanza de los que se quedaron…

Sé que ninguna gaseosa tiene el poder de borrar la memoria, de disolver
proximidades y afectos, pero entiendo que, desde aquí, se puede llegar a
creer en un siniestro fenómeno de amnesia activado por el hecho de
cruzar la línea azul…

Que hasta se podría asegurar, como en la antigüedad, que la Tierra es
plana y el que traspasa el horizonte de verdad desaparece.

http://www.havanatimes.org/sp/?p=64784

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