El Mincult a bolina
José Prats Sariol
Miami 09-03-2012 - 9:20 am.
En consonancia con los nuevos tiempos, hacen ministro a un
administrador, no a un intelectual.
Rafael Bernal Alemany, ministro de Cultura. (CUBARTE)
¿Qué explica la designación de Rafael Bernal como ministro de Cultura?
¿Cuáles cambios son inminentes para el sector? ¿Qué pueden esperar los
artistas y escritores cubanos residentes en el país de la nueva
política, derivada de la crisis económica y de las aperturas al trabajo
privado y al capital extranjero? ¿Cuáles rumores llegan?
Armando Hart y Abel Prieto son dos intelectuales. Por supuesto:
filotiránicos, con lo que implica de fanatismo y fronteras mentales.
Rafael Bernal es un administrador, si se quiere un tecnócrata. Recuerdo
cuando El Gallego Fernández lo promovió a viceministro de Enseñanza
Tecnológica, antes de que se lo asignaran a Prieto para dirigir el
sistema de escuelas de arte y demás tareas ejecutivas —no creativas— del
Ministerio de Cultura.
Lo obvio: Abel Prieto, de estar enfermo, no lo está más que los
octogenarios líderes cuajados de achaques y dolencias. La sustitución
obedece a otra causa: la necesidad de minimizar el Ministerio de
Cultura, integrarlo a un Ministerio de Educación que comprenda el de
Enseñanza Superior y el INDER, con lo que se reduciría la burocracia,
las asignaciones de recursos y demás gastos que el arruinado país no
puede sostener.
La otra variante es que no se integre al Ministerio de Educación, como
cuando Batista, que era la Dirección de Cultura, sino al de Turismo. Por
lo menos habrá menos escasez de recursos para músicos del folclor y
bailadores de rumba. Pero es poco probable, porque podría excluir las
escuelas de arte y las instituciones emblemáticas a mantener con ayuda
de la UNESCO y fundaciones internacionales: el Museo Nacional, la
Biblioteca Nacional José Martí, el Ballet…
En cualquier caso, no se necesita, más bien molesta, tener al frente a
un intelectual, sea un atorrante como Hart o un hipocondríaco como
Prieto, un hermano de su hermano como Rojas o un amante de las élites
intelectuales de los Estados Unidos, sobre todo newyorquinas, como
Miguel Barnet.
Lo necesario es un Rafael Bernal, con el cual no se pueda discutir nada
porque la cultura artística y literaria es ajena a su vocación, a sus
estudios. Solo trata de cumplir lo "bajado", lo que el ministro Muriño
exige que se ahorre. Y se acabó. Aunque me parece más inteligente —en su
tipo de inteligencia— que Prieto, según los recuerdos y conversaciones
que guardo de ambos.
Además, no creo que Prieto Jr. sea del agrado de Raúl Castro. Un lector
de las Memorias de Adriano —leí una dedicatoria suya del preciado libro,
regalado al entonces general Rogelio Acevedo— y tomador del mejor vodka
helado del planeta como es Raúl Castro, amigo de Alfredo Guevara y de
ironías sutiles, acostumbrado a las normas de urbanidad de la clase
media santiaguera, que su difunta esposa supo enseñar, poco tiene que
ver con un "asere literato" bebedor de guayabita del pinar o ron a
granel, con la careta del "cheísmo" culterano, gozador del chiste
machista; que se disfraza de "guapo" para ocultar su origen "bitongo";
muy para su suerte hijo de un pedagogo, por cierto humillado y
defenestrado por El Gallego Fernández, que además odiaba y prohibía las
melenas, los Beatles, lo que no fuera cuadrarse.
A lo que se añade —la sustitución era previsible desde que Machado
Ventura asumió como segundo al mando— que Prieto se llevaba muy bien,
demasiado bien, con Pérez Roque, Lage y el ingenuo grupito que aspiraba
a gobernar. Más su cercanía al Castro mayor, hoy tolerada pero incómoda,
porque rompe la estructura piramidal de poder, porque la subordinación
es un asunto familiar, entre Fidel y el eterno hermano menor. Nadie más.
El Mincult estorba. Un ministro de Cultura del ramo o del giro, pues
mucho más. De pronto desaparece la posibilidad para escritores y
artistas, para profesores y animadores de la cultura, de tener un
interlocutor gubernamental. A llorar a la UNEAC, a la Brigada Hermanos
Saíz, a la calle que se pondrá más dura, entre timbiriches, corrupciones
y violencia.
Apenas hay dinero para comprar arroz en Estados Unidos… ¿Con qué se
sienta la jicotea de un Estado en bancarrota para mantener los
estipendios en CUC a las "personalidades relevantes de la cultura", a
los premios nacionales; para subvencionar grupos de teatro, coros,
bibliotecas públicas, ediciones de libro, instituciones musicales,
titiriteros, concursos?
La solución es diabólica, valga la redundancia con quien la ha tomado.
Raúl Castro es diestro y muy siniestro en clausurar, cerrar, como
hiciera —cito un solo ejemplo— con el Departamento de Filosofía de la
Universidad de La Habana y su revista Pensamiento Crítico, cuando se
impuso la sovietización. Lo que ha dejado de existir no puede ser
conflictivo, disidente.
Él sabe, él dejará ese otro trabajo al Partido y sobre todo a la
Contrainteligencia o G2. No hay con qué seguirle disparando a la barriga
a los intelectuales, a artistas y escritores —como aconsejaba Porfirio
Díaz—, porque no hay qué disparar. Tan abrumadoramente sencillo.
Pero hay un ángulo positivo dentro de todo esto, porque el cambio viene
acompañado de ciertas autorizaciones… Aquí se cumple lo de "No hay mal
que por bien no venga". Es parte del proceso de privatizaciones, de
propiciar la pequeña empresa agrícola, industrial o de servicios. Un
camino inevitable, pero arduo y de enormes desigualdades, que recuerda
la república de los años 40 o 50, pero sin sociedad civil ni riqueza
acumulada, sin una dinámica económica eficaz.
Un actor de visita en Miami me contó que se rumora la autorización a
grupos de teatro no estatales, que de hecho existen en algunas iglesias.
Hace años que muchos músicos imparten clases particulares de guitarra,
piano, solfeo… Las galerías de arte sin dependencia estatal son un
hecho, como los mercados de artesanías y baratijas para turistas.
Faltarían las editoriales privadas, hoy facilitadas por las revistas y
textos en soporte digital. Librerías de segunda mano hay bastantes,
apenas haría falta incluir los escasos libros que se publican… En fin:
privatizar los servicios culturales como política oficial.
¡Sálvese quien pueda! O mejor: quien venda su mercancía, llene carpas de
gente, garantice el bailable, viaje y regrese cargado, pague impuestos…
Pequeñas empresas culturales proliferarán desde Baracoa hasta Guane.
¿Qué exquisita poeta o genial pintor de poca suerte en los mercados
internacionales, podrá decirle a Bernal que es mejor al ingeniero
sembrador de boniato en su parcela arrendada, al médico que fumiga a
domicilio, al militar jubilado que ahora tiene su paladar? Se burlará de
ellos... Y lo peor: tendrán que seguir aplaudiendo y moviendo la
banderita. Cuidadito con salirse del plato. Bien triste, aunque merecido
para los oportunistas.
Porque lo demás lo hará el Partido, la Seguridad del Estado, las
Brigadas de Respuesta Rápida, la policía antimotines. Para lo demás
—piensa el Castro menor— siempre habrá recursos, ayudados por el miedo
histórico, por la puta Historia.
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