El amor sigue esperando
En principio la Iglesia católica es la única confesión religiosa
coronada por un Estado independiente: el Vaticano, con guardia y
servicio de inteligencia incluidos
Manuel Cuesta Morúa, La Habana | 27/03/2012 11:14 am
"Si Dios conmigo, ¿quién contra mí?" Dejo el número del versículo de la
Biblia como tarea. Porque Mateo 5: 10 dijo en otro: "bienaventurados los
que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el
reino de los cielos" y Corintio 3: 17 recalca: "El Señor es el espíritu
y donde está el espíritu del Señor, allí hay libertad". Dios parece
estar así, según estos y todos los versículos de la Biblia, del lado del
hombre genérico, protegiéndole en razón de la justicia con el fin
supremo de la libertad. La pregunta es: ¿está también del lado del
hombre y la mujer específicos? Desde la Biblia lo está.
Parece sin embargo que el Dios administrado les abandona. Al menos en
Cuba. De donde concluyo que si los cubanos necesitan la religión,
necesitan además otra jerarquía. Más temerosa de Dios que de los hombres.
Lo sucedido con los miembros del Partido Republicano de Cuba debe tener
pocos precedentes en la historia de la iglesia mundial y en la historia
propia de la Iglesia cubana. En un país donde la mayoría de las iglesias
pos luteranas han hecho su elección preferencial por el poder, donde la
profunda religiosidad de origen afro no logra extraer aún todas las
consecuencias cívicas de su legado africano y donde, pese a los
esfuerzos del laico Dagoberto Valdés en el espacio civil y del laico
Oswaldo Payá en el ámbito político, no ha cuajado todavía una teología
de la libertad ―no de la liberación― que sistematice, desde las
vigorosas fuentes cristianas, la autonomía de la persona humana frente
al poder, muchos ven en la Iglesia Católica el recinto de acogida de
quienes no han pasado, como el elefante por fin lo hizo, por el ojo de
la aguja.
Pero la Iglesia católica en Cuba intenta reinventarse como se fundó: de
la mano del emperador, tachando los versículos molestos de la Biblia.
Porque fue precisamente la Iglesia histórica la que instituyó lo que más
tarde sería el derecho de asilo en los Estados modernos. De ella nace el
refugio para todos sin distinción de origen, basado en la igualdad de
los seres humanos que primero proclamaron los estoicos, y que el
cristianismo derivó hacia la igualdad de todos ante Dios.
Las consecuencias de este derecho al refugio se concretan en dos hechos:
la Iglesia no reconoce status humano superior al que otorga Dios, y a la
casa de este no están invitados los ejércitos profanos. Se funda así una
tradición que ha tenido en las iglesias de América Latina los mejores
ejemplos y que consiguió en el salvadoreño Oscar Arnulfo Romero un
mártir ejemplar.
Sobre aquella doble condición: la de todos iguales ante Dios y la de los
ejércitos en los umbrales fue que surgió la institución sagrada de
proteger: al delincuente que huye de la justicia, al perseguido que
corre delante de la venganza, al menesteroso que busca techo y alimento,
y al que simplemente busca la paz interior que real o supuestamente
proporciona Dios. En el límite, Jean Valjean: el ladrón, el delincuente,
el de Los Miserables de Víctor Hugo, quien atrapado en plena faena de
sustracción de bienes ajenos por el cura que le daba albergue, es
invitado por este a completar su valija con otros objetos que había
olvidado o simplemente no había visto.
¿La lección? Dios convence del mal obrar a través de otros caminos más
elevados. Al final, Jean Valjean regresa, arrepentido, y devuelve lo robado.
No hay en la tradición católica entrega a la justicia de los hombres
sino ejercicio paciente e interior para lograr de los hombres la
conducta moralmente recta. Menos, invitación a la policía para restituir
el "orden" del templo: un "orden" quebrado pacíficamente. Eso fue
realmente inconcebible, y tendrá consecuencias para la Iglesia católica
en ese largo plazo en el que esta sitúa siempre su estrategia.
Y la pérdida de sentido estratégico que precisamente viene manifestando
la Iglesia es de manual. Este caso es casi un paradigma de esa mala
actuación que provoca la falta de nervios. Consecuencia, por cierto, de
otros pasos erráticos.
Si se observan detenidamente el tipo de demandas de los 13, su
background político y su spirit psicológico habría sido relativamente
sencillo negociar con ellos y obtener ganancias netas en el orden que
más debería interesar a la Iglesia católica: en el moral. Lo que habría
fortalecido su poder, imagen y autoridad negociadores frente a quienes
creen que ella puede servir de mediadora y frente a quienes dudan de su
capacidad para negociar algo a favor del futuro de todos los cubanos.
Visto a luz de semejante pifia, la Iglesia católica estaría dando la
razón a quienes entrecomillaron su negociación humanitaria con el
Gobierno a propósito de los ex prisioneros políticos y las Damas de
Blanco. Ningún mediador medianamente serio llama corriendo a una de las
partes del conflicto para que le resuelva un entuerto con la otra parte:
y por la violencia.
Previo a este supremo error del negociador la Iglesia había cometido dos
errores de bulto. Primero publicar lo que pareció un editorial en el
periódico Granma, que no es un periódico nacional y sí un órgano de un
partido político. Esto daña la percepción pública de autonomía que
necesita una institución independiente. Segundo, cortar el agua, el baño
y los alimentos a hijos e hijas "descarriados" de Dios. El humanismo de
la Iglesia, que se muestra mejor frente a los que viven en "pecado",
sale roto de una manera que pocos podían anticipar. Los enemigos del
clero ―pese a mis críticas reiteradas no creo contarme entre ellos―
siempre le recordarán que durante un par de días de marzo de 2012 ella
le negó el pan a sus hijos.
Tengo la impresión de que la Iglesia, además de por el nerviosismo, se
decide a actuar bajo cierto estímulo de la corriente de opinión
predominante. La mayoría de los actores cívicos, políticos, observadores
y líderes de opinión compitieron por ver quién condenaba mejor y más
pronto la acción de los 13. En la base de esta condena está una idea
compartida que, sin embargo, no responde a los datos de la realidad. La
idea es que la Iglesia no es política y que por lo tanto ésta no se
ejerce en sus predios.
Esto no es verdad contrastando los hechos. En principio la Iglesia
católica es la única confesión religiosa coronada por un Estado
independiente: el Vaticano, con guardia y servicio de inteligencia
incluidos. Y no conozco ninguno Estado que no haga política. Segundo, su
tradición es la de una problemática y reticente separación entre
religión y Estado. De hecho hay Estados que nunca han logrado esta
separación como son todos los islámicos y, en el mismo occidente, como
son los casos de Gran Bretaña e Israel. Tercero, su tradición
latinoamericana, en todo el siglo XX, es la de involucración perfecta, a
la derecha y a la izquierda, en los asuntos políticos. Con un estilo
específico si se quiere, pero bien adentro del derrotero posible de los
Estados y fuerzas sociales; y esto pese a ser minoría en muchos lugares.
Quinto, allí donde la realidad política toca a los valores
fundamentales, a contar entre ellos la dignidad humana, la Iglesia
incide a través de su énfasis en estos valores; y como se sabe hay
situaciones, escenarios y modelos políticos que dependen completamente
de su negación. En estos la política aparece como puja y juego de
significados humanos y sociales. Finalmente, aunque no es la última
consideración posible, la Iglesia está obligada a negociar, en términos
prosaicamente políticos, allí donde no logra construir o reconstruir
todos los espacios y ámbitos que cree tener a partir de su legitimidad
reconocida.
La Iglesia católica cubana viene haciendo política en todos estos
niveles desde su misma fundación, y nunca ha dejado de hacerlo si quiere
seguir siendo iglesia universal. De hecho, cuando se niega, por ejemplo,
a reconocer y a mantener una interlocución pública y sistemática con
otros actores en la sociedad civil lo hace basado en un análisis y
cálculo políticos. Su demanda de paciencia a estos implica también un
razonamiento político: la visión de que quizá no sea este su momento.
En última instancia, es totalmente falso que la religión y la política
sean incompatibles. Para bien o para mal, el cristianismo no terminó su
obra cuando logró introducir sus valores en el comportamiento, las
justificaciones y el tipo de convicciones que fundamentan la política en
occidente. Ella, la religión, también tiene intereses en el aquí y en el
ahora que la proyectan en la política de un modo altamente visible;
incluso en las democracias.
Por esa razón es falso el argumento de que la Iglesia no es espacio para
la política: una misa a Hugo Chávez es una jugada política bien situada
en el camino del poder dentro de Cuba. A no ser que, con las excepciones
debidas en cada momento, se circunscriba el concepto de Iglesia a sus
vetustos edificios y se saque de él, por ejemplo, a las publicaciones
Espacio Laical y Palabra Nueva: dos órganos políticos si los hay, que se
venden o distribuyen en aquellos edificios. La Iglesia sigue haciendo
política como en el Medioevo: secreta, tras bambalinas, sin
transparencia, en las alturas, no necesariamente de altura, y desde su
condición minoritaria. Última condición esencial para jugar mejor en la
trastienda, donde desafortunadamente se hace todavía la política real,
porque así no tiene que responder a la presión de amplias bases
católicas que le malograrían de algún modo el juego.
Aquel argumento no tiene por tanto validez empírica ni moral. Responde
en cambio a una visión del espacio como fuero especial, lo que tiene
cierto viso antidemocrático. La política se hace hoy en Wall Street, en
los templos, en las casas, en los baños, en los parlamentos, en las
calles y donde quiera que haya ciudadanos inquietos y con vocación
pública. La democratización es exactamente eso: la ruptura de las
barreras digamos que medievales que confinan el ejercicio político a
espacios circunscritos u ordenados por los arquitectos que los
conforman. Solo cierta reserva que aún queda en nuestra cultura
autoritaria puede seguir sacralizando y definiendo los espacios donde se
puede hacer esto, aquello o lo otro. Al final, esta visión solo favorece
a quienes ven en el Estado y en los espacios que este concede los únicos
lugares apropiados para la política. Volvemos así, involuntariamente, al
autoritarismo y las mediaciones establecidas por los intereses. Lo que
exactamente quiere el Gobierno cubano cuando nos invita a seguir los
canales establecidos. Visto desde los espacios tradicionales del
quehacer político, no habría lugar para el ejercicio ciudadano y plural
de la política si al mismo tiempo consideramos legítimas las profundas
exigencias de democratización que se hacen actualmente en el mundo.
Todos los rincones van siendo necesarios.
Puesto en términos lógicos. Si se nos dice que un espacio específico no
es para la política, se nos está indicando que la política no tiene
espacios. Algo que dramáticamente revelaron los 13 con la ocupación de
una iglesia, y que muy bien sabemos y sufrimos todos los demócratas
cubanos. Por el contrario, si se puede hacer política en un espacio
concreto, es porque esta es posible en cualquiera, lo que conduce por
vía natural a maximizar aquel donde la política es más eficaz. Como
sucede en las democracias. En ellas, a veces, el espacio se llama
iglesia. Entonces, ¿en las democracias sí y en las autocracias no?
En esta perspectiva me extrañó sobre manera la condena a los 13. Ante
todo porque su ocupación fue pacífica. Es cierto que el talante con el
que se presentaron no les ayuda a forjar la mejor de las imágenes. Ese
es, no obstante, el precio de la democratización: la entrada en la
ciudadanía política de los sans coulottes. Lo opuesto es no hacer la
distinción necesaria entre legitimidad e ilustración. El supuesto que
vale para el cristianismo: todos los hombres son iguales ante dios, vale
para la política democrática: todos los hombres y mujeres se igualan en
su condición ciudadana. Todo lo demás puede llevarnos indirectamente
hacia una suerte de democracia capacitaria, que reintroduce al
aristócrata en nombre de la democracia.
Al no entender que los cambios en Cuba ponen de relieve las demandas
altamente sociales de una cultura laicizada de varias maneras, la
Iglesia pierde de vista que para su labor espiritual no basta con la
liturgia y el acercamiento crítico al poder, es también necesario
conectar la Biblia con actores sociales concretos. Probablemente por
esta desconexión profunda tomó la decisión bien extraña de actuar en
contra de su propio interés estratégico, pisando el acelerador y
rompiendo la única sacralidad del templo: la que impide a ejércitos
profanos entrar a su interior. Y donde el Gobierno podía haber ganado un
tanto histórico, negándose a meter uniformados en la Iglesia, decide
repetir su actuación de los años 60. Cierto que esta vez invitado.
Ello coloca a la jerarquía católica ante un dilema: o alcanza su
completa legitimidad desde la conciliación o la logra desde el conflicto
de valores. Como expresé en otro lugar, ambas legitimidades son posibles
pero no ofrecen las mismas oportunidades de cara al futuro. Solo la
última es la que permite fundar una capacidad mediadora en la medida en
que facilita colocarse al centro, equilibrando el juego, y ligeramente
por encima de las partes, teniendo como eje orientador aquellos valores
en conflicto. La única manera de obtener autoridad moral: el poder
público de la Iglesia.
Cualquiera sea o haya sido su decisión final en términos de futuro, los
católicos deben tener claro que a su Iglesia se le juzga por su
pretensión universal y fundamentadora de las posibilidades del hombre.
Las críticas, a la cubana, no han hecho más que comenzar. Muchos esperan
de tal modo que sus actitudes respondan a sus miras. A fin de cuentas,
si según ella todos somos hijos de Dios, suponemos que no sea solo para
la misa. Está en juego la posibilidad de que los niños de los padres que
así lo quieran puedan decir algún día: seremos como Jesucristo.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-amor-sigue-esperando-275324
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