Martes, 13 de Marzo de 2012 05:06
Jorge Olivera Castillo
Cuba actualidad, Habana Vieja, La Habana, (PD) Son pocas las evidencias
para sostener argumentaciones que validen un proceso a través del cual
Cuba sea parte de la familia democrática en seis meses o un
año.democratizacion_cuba
Por supuesto que no es absoluta la valoración en torno a este asunto. Su
fundamento viene dado a partir del análisis de un escenario lógicamente
rodeado de múltiples aristas y útil para un lapso de tiempo difícil de
precisar, pero que excede la cortedad.
Al menos la breve reflexión aquí expuesta trata de no hacer paralelos
entre el sentido común y el apasionamiento.
Al juntar los diversos factores que se mueven alrededor de la
problemática cubana, no es complicado toparse con una rara mezcla de
resignación, escepticismo e incluso con otras definiciones menos
sombrías, sin que por ello puedan ser calificadas como optimistas en el
más modesto sentido del término.
Es un hecho que el régimen en el plano interno ha logrado remodelarse
sin perder cuotas fundamentales de poder.
Los ajustes económicos han sido parte del instrumental con que alimentar
expectativas en relación a una voluntad de cambios, que pese a las
estimaciones más generosas, no tiene nada que ver con la integralidad.
La lentitud del proceso, y sus contradicciones cada vez más evidentes
entre lo promulgado y su azarosa implementación, demuestra la escasa
confiabilidad de estar ante una iniciativa que responda a una nueva
filosofía que deje atrás los lastres del voluntarismo, el monopolio del
control político y la codificación del discurso, que aunque algunas
veces matizado, continúa criminalizando la pluralidad de ideas.
Sin embargo, pese a los fracasos de un proceso que apenas comienza,
quizás sus promotores hayan conseguido los niveles necesarios de
eficiencia para garantizar su estatus como dueños de la nación, hasta
que el factor biológico se imponga.
Aliviar el entorno con puntuales aperturas económicas, que por el
momento no representan un desafío considerable en referencia a probables
incentivos para reclamar parcelas de poder político, sindical o cívico
por parte de los sujetos sociales, es una ganancia neta para el gobierno.
Con una calibrada sucesión de "beneficios", logran alejar los fantasmas
de la inestabilidad. El componente represivo en esta ecuación no puede
dejarse fuera. Los actos de repudio, las amenazas, las detenciones de
corta duración y la cárcel, no han perdido su vigencia.
Hay otras aristas que favorecen este clima de perpetuación de una clase
política que transita del más rancio estalinismo a una etapa donde el
capital se combina con la mano dura del partido comunista.
La única transición posible bajo el llamado liderazgo histórico, avanza
sin graves problemas. No hay que esforzarse demasiado para ver que la
burguesía de carnet rojo se pone de cara a un futuro, no muy lejano, en
que el capitalismo dejará de ser un ente difuso y fragmentado.
Los herederos de la élite gobernante ensayan su papel en un ulterior
contexto relativamente menos centrado en la ideología marxista que en
las tentadoras propuestas de productores y banqueros foráneos.
Una mirada objetiva de las posturas de notables actores internacionales
respecto a una de las pocas dictaduras que existen en la actualidad,
conduce a pensar en la relativización de los acontecimientos
atentatorios contra la integridad física y emocional de miles de
personas que residen en la mayor de las Antillas.
Por ejemplo, el régimen cubano es parte de numerosas organizaciones,
tanto mundiales como regionales, que por su importancia terminan
degradando cualquier crítica de otras entidades por actos que vulneran
la dignidad humana, aplicados a sus oponentes dentro de la Isla con un
grado de impunidad que debería ser tenido en cuenta.
Hasta tanto no cesen las ayudas millonarias del exterior y la diplomacia
de decenas de países, incluidos Rusia y China, se identifique con el
apaciguamiento, la indiferencia y en el caso de las naciones antes
mencionadas con una abierta complicidad las esperanzas de salir del
atolladero autoritario será un deseo tan neblinoso como los atardeceres
en la cima del monte Everest.
A menos que confluyan dos o tres factores de medular importancia -uno
sería la separación del poder de Hugo Chávez por enfermedad- muy poco se
puede esperar en cuanto a cambios que superen lo estrictamente
económico, con sus respectivas pausas y artificios.
¿Habrá que esperar a la desaparición física de los principales
referentes del poder en Cuba para un eventual aceleramiento de la
transición a la democracia?
Dentro de estos anillos de la incertidumbre surge otra pregunta que
considero no menos importante: Ante tantas oportunidades perdidas,
¿habrá tiempo para un cambio pacífico?
Para Cuba actualidad: oliverajorge75@yahoo.com
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