Miércoles 25 de Agosto de 2010 16:37 Alberto Méndez Castelló, Santa Clara
Los restos del tren con logística de refuerzo enviado a Santa Clara para
detener la ofensiva del Che Guevara, permanecen donde la gente del
guerrillero lo descarriló. Sucesivas capas de pintura mantienen los
vagones que debieron transportar armas y municiones de manera idéntica
al día del asalto rebelde, en 1958.
Ahora no, porque es verano. Pero cualquier día de finales de diciembre
no habría que realizar un gran esfuerzo, y con sólo un poco de
imaginación, cualquiera se retrotraería a aquel ambiente de lucha y,
entre la neblina de la madrugada o el frío del atardecer, quizá pudiera
percibir el estruendo de la fusilería y el olor de la pólvora.
Para imprimir mayor realismo, pintado de amarillo, todavía está el viejo
tractor dotado con cuchilla, del que se valieron los rebeldes para
inutilizar la vía férrea.
Si usted se detiene junto al tractor y mira hacia los vagones del tren
descarrilado puede imaginar, parado entre los rieles, al mismísimo Che
Guevara, con boina y tabaco, inspeccionando el botín.
Pero el hechizo de la batalla se deshace cuando usted se vuelve. Un
tenderete de buhonero, con toda suerte de fruslerías, se levanta donde
tal vez sangró un tirador de ametralladora o bebió de su sudor un
prisionero. La lucha fraticida y el mito del guerrillero han sido
reducidos a simples baratijas. Por cierto, a precio de oro a la tasa de
cambio del peso convertible (CUC) contra el devaluado peso cubano.
En dependencia de la calidad, una camiseta con la imagen del Che cuesta
más de 10 CUC, casi el salario mensual de un obrero; por su parte, el
precio de una boina verde olivo con el guerrillero estampado es de 2.60
CUC o, lo que es lo mismo, 62.40 pesos cubanos, cantidad que no gana un
campesino chapeando marabú durante todo el día. Y si un lechero quisiera
adquirir un simple separador de página con la fotografía del Che para no
peder la lectura de su diario, debería pagar 20 centavos de CUC, es
decir, el valor de lo que el Estado le paga por casi dos litros de leche.
"Esa bisutería no es para nosotros, los cubanos. Pienso que el Che se
sentiría muy molesto al ver como lo han cogido para ese trajín", dijo a
DIARIO DE CUBA un ex oficial del Ejército Rebelde mientras abrillantaba
sus condecoraciones para asistir al acto central del pasado 26 de julio.
No lejos del conjunto escultórico de la Plaza Che Guevara, en
prolongación de la calle Marta Abreu, hay otro tenderete similar al del
tren descarrilado. "Sí, cuando llegan los turistas venden bastante
aquí", dijo un vecino cuando la tendera rehusó revelar el monto de las
ventas del guerrillero transformado en souvenir.
Tres sonrientes jóvenes españoles se habían hecho de camisetas, boinas y
llaveros. Cuando les preguntamos si sabían quién es el barbado de las
imágenes, respondieron a coro: "Hombre…".
Dos no habían leído nada del Che, pero el tercero, por toda respuesta y
con un guiño, sacó de su macuto una vieja edición de Pasajes de la
guerra revolucionaria.
Un cubanoamericano llegó y cargó con un buen lote de mercadería
guevariana. Le preguntamos si era admirador del Che y, molesto,
respondió que le importaba un pito.
"Es para regalárselo a unos amigos americanos en la universidad", dijo.
Lejos de la algarabía de la plaza por el acto del 26 de julio, en la
calle Serafín Sánchez oeste, donde ya se preparaban los quioscos para el
carnaval, un joven llevaba un pullover con una gran efigie del Che
Guevara. Le preguntamos si era comunista y, sorprendido, preguntó por
qué. Percatándose al tiempo de la situación, dijo tocando la imagen en
su pecho: "Ah, ¿por esto?. No, yo no gasto dinero en esto, me lo regaló
una novia boliviana que tuve hace tiempo".
En Cuba se ha repetido tanto la imagen del Che Guevara, que ha terminado
gastándose. El lema "Pioneros por el comunismo, seremos como el Che" se
ha convertido en una letanía y, salvo los viejos comunistas o jóvenes
oportunistas de reciente hornada, ya las nuevas generaciones no creen ni
les importa la prédica del guerrillero argentino que, llegado a la Isla
para ayudar a derrocar una dictadura, terminó por apuntalar otra, a la
larga mucho más prolongada y con niveles de corrupción tan generalizados
que la palabra robar ha perdido su significado.
Ideologías aparte, la discriminación del discurso guevariano no puede
achacarse a la comercialización de su imagen, a lo insostenible de sus
conceptos, tangibles para las nuevas generaciones no en la
multiplicación del icono, sino en las carencias que representa. Muy en
particular para la juventud cubana, las carencias de ese símbolo duelen
tanto al sentarse a la mesa como frente al televisor.
http://www.diariodecuba.net/opinion/58-opinion/2960-las-carencias-de-un-simbolo.html
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