Raúl Castro, la Iglesia y los presos
By CARLOS ALBERTO MONTANER
En Cuba se entra o se sale de la cárcel por razones de Estado, no de
derecho. Raúl Castro ha decidido poner en libertad a 52 presos de
conciencia. Es su opción menos mala. Esta vez la oposición lo derrotó.
La heroica resistencia de los demócratas cubanos, de sus familiares y
del resto de la disidencia estaba destrozando la ya magullada imagen de
la dictadura. Desde 1962 este episodio se ha repetido con cierta
frecuencia. El régimen llena las cárceles y luego necesita evacuarlas. A
lo largo de medio siglo, han sido miles los presos políticos cubanos
enrejados sin motivos o liberados por cuestiones estratégicas antes de
que cumplieran sus sentencias.
¿Cómo proceder a la excarcelación? Aquí entró en juego la Iglesia
católica. Eso es lo novedoso. Raúl no cree en Dios, pero sí cree en los
curas. Para él, Dios es una abstracción incomprensible, mientras la
Iglesia forma parte de la tangible realidad cubana. El cardenal Jaime
Ortega, por su parte, no cree en el comunismo, pero sí cree en Raúl
Castro. Supone que Raúl, al contrario de Fidel, sí desea sinceramente
introducir cambios sustanciales en el país en el terreno social y
económico porque comprende que la sociedad cubana se está hundiendo en
medio de la improductividad, la corrupción y la absoluta falta de
confianza en un torpe sistema que los ha llevado al desastre.
Raúl ha descubierto un fenómeno típico de las sociedades en proceso de
transformación: el poder requiere un interlocutor ajeno a su propia
naturaleza para cambiar de rumbo. Hace muchos años me lo dijo Adolfo
Suárez: ``yo necesité a los comunistas y a los socialistas para enterrar
el franquismo y traer la democracia a España''. Raúl, que todavía no se
atreve a dialogar con la oposición, por ahora necesita a la Iglesia. No
es una mala decisión. Tal vez se acostumbre y la utilice para otros
cambios en el futuro. Puede ser útil para todos.
Raúl, que gobierna con un grupo de militares obedientes, siente que no
puede llevar el tema de una amnistía al parlamento cubano o al partido
comunista porque esas instituciones, que andan sordamente revueltas, han
sido adiestradas para obedecer, no para deliberar. Hoy le resultaría muy
peligroso abrir un debate dentro de unas estructuras de poder en las que
reina una mezcla explosiva de incredulidad con los dogmas de la secta,
desconcierto con los resultados prácticos del modelo de gobierno, e
inconformidad total con unos hermanos que han hecho lo que les ha dado
la gana durante medio siglo de disparates y arbitrariedades.
La Iglesia, por su parte, ha aceptado la responsabilidad a sabiendas de
que iba a recibir palos de tirios y troyanos porque ése es uno de sus
roles ineludibles: auxiliar a la sociedad en los momentos trágicos. Fue
lo que vimos en la Sudáfrica del obispo episcopal Desmond Tutu y en la
Nicaragua sandinista de Miguel Obando y Bravo. Son situaciones muy
diferentes, pero el fondo es el mismo: la Institución sirve como
facilitadora de soluciones. Se convierte en vehículo para acelerar los
cambios y evitar la violencia. Naturalmente, también busca recobrar su
influencia. No hay nada infame en esa pretensión.
aúl, en cambio, le ha asignado al canciller español Miguel Angel
Moratinos un rol contraproducente. Su papel es quitarle presiones
internacionales a la dictadura. Nadie comprende qué gana España con esa
cruzada innoble. Raúl utiliza a la Iglesia para comenzar a salir del
problema de los prisioneros de conciencia, lo que fundamentalmente
beneficia a los demócratas cubanos, pero Moratinos es un instrumento
para tratar de persuadir a los países europeos de que abandonen su
posición común frente a la tiranía, postura que daña y retrasa el
proceso de cambio.
La extraña hipótesis del diplomático es que la suavidad en el trato es
lo que ablanda a la dinastía militar de los Castro. Ni siquiera ha sido
capaz de advertir que lo que acaba de suceder desmiente su teoría: han
sido la firmeza de ciertos países y el heroísmo de los opositores lo que
ha abierto los calabozos. Moratinos insiste en un error que perjudica a
los cubanos, no beneficia a España y contradice los valores y los
compromisos legales de la Unión Europea. ¡Qué hombre más terco!
http://www.elnuevoherald.com/2010/07/11/763653/carlos-alberto-montaner-raul-castro.html
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