Cuba sin Fidel: pensar el futuro
Tribuna
Carlos Pérez Llana
Antes de partir, Fidel Castro legitimó tres jugadas estratégicas de la
conducción que lidera su hermano Raúl. Se trató del último intento de
otorgarle sustento a un modelo que se mantuvo, transformando futuro en
pasado, en base a un mito fundador de altísimo contenido simbólico: "el
castrismo es el camino de la independencia para América Latina".
La primera jugada fue posible porque coincidieron B. Obama y los Castro.
Los EE.UU necesitaban cambiar su imagen en la región: Goliat alimentó
históricamente al David antiimperialista. Para el régimen, la
"normalización" de las relaciones con Washington otorgaba viabilidad a
la apertura económica homeopática, sin libertades y sin democracia, de
Raúl Castro, que debía garantizar la sucesión post- Fidel. La segunda
jugada consistió en salvar al subproducto histórico de exportación
cubana: una guerrilla tropical, que adhiere al castrismo, que combate al
"poder establecido instalado en Bogotá", las FARC. El endoso fue claro,
las negociaciones de paz se desarrollaron bajo la tutela directa de La
Habana. Finalmente, activando todas sus redes diplomáticas y de
inteligencia, que no son pocas, los Castro le prolongaron la vida a un
chavismo exhausto.
En efecto, cuando en Caracas se acercaba la hora de la verdad, el
inevitable llamado a una consulta popular sobre le destino del autócrata
Maduro, se abrió una instancia diplomática impulsada por El Vaticano y
la UNASUR, que salvó al régimen. Mientras negociaban se vencieron los
plazos, que habilitan la consulta revocatoria, y se fracturó la
oposición donde conviven halcones y palomas. Demás está decir que para
el castrismo comprar tiempo resultó providencial. Cuba depende del
petróleo venezolano y de las remesas en divisas en pago por los
servicios que brindan sus "asesores". Este dato no es menor, en las
complejas pulseadas internas post-Maduro, La Habana está terciando en
favor de sus preferidos. Estos no son pocos y se encuentran sólidamente
instalados en el bloque de poder que gobierna desde la muerte de Chávez.
Post-castrismo en estado puro: promesas de reformas políticas en cuotas,
administración de la pobreza y una represión garantizada por el poder
militar.
Desde esta perspectiva es posible entender mejor el fenómeno castrista.
La clave histórica del modelo fue el relato, en este caso escrito en
forma permanente por su fundador. El núcleo central fue la dignidad
nacional, expresada en la ruptura de los vínculos con la potencia
imperial. Todo lo demás fue super-estructural, al servicio de esa causa.
Obviamente, desde "una isla ubicada a millas del mal", poco se podía
hacer sin estar en el mundo. Y en esa empresa Fidel Castro fue virtuoso.
Sedujo al poder cultural externo, particularmente al europeo y al
latinoamericano, mientras internamente persiguió a los intelectuales.
Se alió con la Unión Soviética, hasta transformarse en un socio
indispensable para algunas aventuras moscovitas, por ejemplo las de N.
Kruschev, en los '60, y más tarde las de L. Breznev, que soñó conquistar
el África en los '80 utilizando ejércitos cubanos. En esa estrategia
global, el castrismo era la vanguardia del nuevo Imperio, mientras
recibía a cambio el financiamiento que le otorgaba sustentabilidad a una
Isla económicamente inviable. La preferencia por las armas, la
aceptación del liderazgo soviético y el involucramiento en la guerra
fría, constituyen, sin duda, uno de los aspectos centrales que explican
los "malos servicios" del castrismo a las ideas progresistas en América
Latina.
El castrismo fue, básicamente, un fenómeno donde se sumaron la ambición
de un grupo de jóvenes idealistas, dotado de un liderazgo mesiánico, y
una realidad nacional donde las injusticias remitían a la dictadura de
Batista que administra una relación objetivamente neo-colonial. El
modelo castrista opuso reforma a revolución.
Con la irrupción de estas ideas, la izquierda democrática
latinoamericana objetivamente se debilitó. Nada podía discutirse, las
Revoluciones son así. En nombre de la independencia nacional fue posible
anular los contenidos plurales del cambio, y en nombre de la
"solidaridad socialista" se endosó el Gulag soviético, la represión de
Budapest, la de Praga y la invasión a Afganistán. Para el futuro
político de las ideas progresistas en América Latina el ciclo que se
inicia en Cuba merece ser observado atentamente, sin pasiones y sin
velos ideológicos. En paralelo lo que ocurre en Venezuela también es
clave. Primero porque en Caracas la democracia ya no existe; segundo
porque sin el petróleo chavista, Cuba tiene por delante un futuro de
miserias económicas que no se superarán legalizando pequeños
emprendimientos económicos.
La nueva izquierda latinoamericana, que va a surgir luego del colapso
del populismo chavista, debe repensar las consecuencias del "pasado de
esta utopía". En ese sentido revalorizar la democracia, blindar las
libertades y terminar con la pobreza debe ser un mandato. Seguramente no
hará falta emular lo que ocurra en La Habana. Es probable que por un
largo tiempo allí sólo se debata la auto-preservación de los intereses
del Parque Jurásico castrista.
Por Carlos Pérez Llana. Profesor de Relaciones Internacionales
(Universidad Siglo XXI y UTDT)
Source: Cuba sin Fidel: pensar el futuro -
http://www.clarin.com/opinion/Cuba-Fidel-pensar-futuro_0_1696030384.html
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