Del cacicazgo político al delirio por el dinero
Se trata del clásico vividor de provincias que sabe que lo principal es
aparentar una fidelidad absoluta al poder
martes, septiembre 2, 2014 | Roberto Jesús Quiñones Haces
GUANTÁNAMO, Cuba -Cuando se escriba de verdad la historia de Cuba
posterior a 1959, seguramente saldrán a la luz muchas verdades. Uno de
los aspectos más reveladores corresponderá indudablemente a la historia
de las provincias del país, aunque los historiadores enfrentarán un
obstáculo extraordinario pues las historias locales han quedado sin
asidero, sujetas únicamente a la memoria de los ciudadanos y ya sabemos
cuán frágil es la mente humana, sobre todo cuando no se alimenta bien y
permanece acosada por el Alzheimer.
Una de las causas que ha provocado la ausencia de datos objetivos se
debe a la inexistencia de un periodismo que refleje fielmente la
cotidianidad nacional, mucho menos la local. Ciudades del interior del
país que siempre tuvieron importancia en la vida nacional y que en el
período republicano contaban hasta con diez periódicos, se vieron
desprovistas de un plumazo de estos medios de comunicación y algunas
hasta sin emisoras de radio hasta bien entrada la década de los años
ochenta del pasado siglo. Esta supresión de los medios de prensa fue una
jugada muy bien pensada por el régimen de Fidel Castro, pues limitó de
forma extrema la circulación de noticias e ideas, así como la
participación ciudadana en asuntos de la comunidad, algo que siempre ha
contado con el beneplácito de los gobiernos totalitarios.
De esa presencia en una prensa dinámica, plural y verdaderamente
objetiva dada su multiplicidad de visiones, que existía antes de 1959,
muchas ciudades del interior pasaron a verse reflejadas de vez en vez
por el órgano oficial del comité provincial del partido único de su
provincia, caracterizados todos por la ausencia de crítica a sus
dirigentes y por el ejercicio de un periodismo triunfalista y
consignero. Esto favoreció extraordinariamente a los cacicazgos
provinciales, un fenómeno de las localidades del interior del país
consistente en la permanencia en las zonas de poder de un grupo de
personas que hizo-y todavía hace-un daño extraordinario a nuestra sociedad.
El cacique es el clásico vividor que sabe que lo principal es aparentar
una fidelidad absoluta al poder. Conoce que las malversaciones y los
errores cometidos al realizar la gestión encomendada pueden perdonarse,
pero que la falta de fidelidad al partido y al líder jamás recibirán
igual tratamiento. De ahí la ira popular provocada por las fugas de
quienes hasta el día antes de la partida -o de la quedada- hacían
furibundas demostraciones de apego al gobierno.
Otra de sus características es su capacidad mutante: lo mismo dirige un
combinado cárnico que una empresa de comercio, un tribunal que una
siderúrgica, una empresa ganadera que la dirección provincial de
cultura. Los caciques se destacan por su alta flotabilidad: tipos de
corcho, los llama el pueblo. No importa cuántos errores-y horrores-
cometan, pues siempre saldrán bien parados. Ellos son "cuadros" y se
ofenden cuando se les dice que han llegado al límite de sus
posibilidades y deben ocupar una plaza de menor relevancia, o cuando se
les critica públicamente o se les dicen de frente cuatro verdades.
Uno de los momentos más dramáticos en la vida de estos vividores es el
llamado "acto de la perreta del cacique", que ocurre cuando sienten
amenazada su jerarquía. Entonces envían sus reclamaciones con su pedigrí
revolucionario a La Habana y lanzan sus diatribas contra los
comprovincianos que los sacaron de las mieles del poder, parodiando la
frase del gran "libador".
La característica más nefasta de los caciques provinciales se manifiesta
cuando tienen que cerrar filas ante quien se atreve a cuestionar sus
procederes. En ese momento olvidan las diferencias que puedan existir
entre los miembros del clan y aniquilan despiadadamente a quien hizo uso
de la reclamación o la crítica, sea bien o mal intencionado o el más
fiel de los adictos a los líderes del castrismo.
Últimamente estos personajes tienden a estimular los matrimonios entre
sus hijos. Y hasta hay caciquitos que asombran por el meteórico ascenso
de sus carreras y otros que realizan reiterados viajes al extranjero con
la esperanza de implantar en las provincias el cacicazgo del dinero.
Tengo la esperanza de que llegará un día en que toda esta morralla
estará como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando.
Source: Del cacicazgo político al delirio por el dinero | Cubanet -
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