El ejercicio estéril de ignorar el debate
Alejandro Armengol
Los cubanos nos hemos destacado en agregar una nueva parcela al
ejercicio estéril de ignorar el debate mediante el expediente fácil de
ignorar los valores ajenos. Aquí y en la isla nos creemos dueños de la
verdad absoluta. Practicamos el rechazo mutuo, como si sólo supiéramos
mirarnos al espejo y vanagloriarnos.
Durante años, dos tendencias conformaron las reacciones ante los
artistas e intelectuales procedentes de Cuba, que acudieron a Miami
hasta que el gobierno del presidente George W. Bush pusiera fin a esos
intercambios. La primera era de franco rechazo, de oposición abierta,
desprecio y odio. La segunda, una búsqueda pasiva de un espacio abierto
que permitiera el encuentro. Ambas demostraron sus limitaciones, una
pobreza de imaginación y la carencia de la fuerza necesaria para echar
abajo los obstáculos, colocados por los empecinados en el pasado.
Durante la administración de Barack Obama, que retomó la línea de su
predecesor demócrata Bill Clinton –si no con mayor énfasis al menos
buscando más amplitud de criterios–, el desfile procedente de Cuba se ha
incrementado, mientras que algunas experiencias culturales
estadounidenses han llegado a la isla, notables en el ballet y la danza,
limitadas en la música, ausentes en la literatura.
No hay que olvidar que este "intercambio", propulsado pero enunciado a
medias, se concibe por parte de la Casa Blanca como a realizar entre
Washington y La Habana, no entre La Habana y Miami. Como los mexicanos
en las muertes atribuidas a Billy the Kid, los cubanos quedan fuera del
conteo.
De lo que podría llamarse la primera etapa del intercambio cultural, esa
que se extendió hasta el gobierno de George W. Bush, quedó poco de valor
por apuntar en ambas partes. Apocalípticos e integrados bajo las
categorías de la tolerancia y la intolerancia, en el exilio se
desaprovechó la oportunidad de definir una posición que evitara la
manipulación del régimen castrista. Algunos en esta ciudad y en
Washington intentaron cerrar la puerta para no ver lo que ocurría en la
otra orilla. A 90 millas, se optó por omitir o reducir al mínimo la
labor cultural, que en condiciones adversas se desarrollaba en Miami.
Pese a limitadas aperturas, en Cuba se censuraron nombres y logros.
Todavía en algunos casos se censuran. La prensa oficial de la isla
padece un síndrome de idiotismo censor, que solo se explica a partir del
apoyo de las esferas de poder. Debían padecer un bochorno enorme quienes
en la prensa oficial cubana omiten los nombres de los músicos cubanos en
cualquier premiación internacional –especialmente en Estados Unidos,
especialmente ambos Grammy–, y si no les ocurre, si no son conscientes
del ridículo, es que el temor se los impide. Y ese temor, por supuesto,
tiene nombre y casa en la isla.
En esta nueva etapa, al menos dos factores han cambiado por completo el
marco del debate. Uno es la existencia del internet, una esfera de
acción que en gran medida define el terreno. Si hace cinco años ocurrió
una "guerra de los emails" que se desarrolló fundamentalmente dentro de
Cuba, con la participación de los artistas y escritores residentes en la
isla, que eran fundamentalmente los implicados, hoy igual debate y
advertencia saltaría de inmediato a los blogs, las cuentas en twitter y
los diversos sitios que se han multiplicado en la red.
El segundo factor es la existencia de una juventud, que en forma
múltiple y con los criterios más disímiles, ha llegado para ocupar su
legítimo lugar en lo que hasta hace poco se limitaba mayormente a
quienes estaban alrededor de los cincuenta años de edad. Tanto buena
parte de la primera disidencia se distinguió por situarse en esa franja
de edad, como lo que podría llamarse la generación del Mariel, que
estuvo marcada por creadores que en el exilio iniciaron o continuaron un
desarrollo relativamente tardío de sus obras, a partir de los treinta
años de edad.
Sin embargo, en la actualidad los treinta años definen una generación
que queda por debajo, no por encima de esa cifra. Esto le está otorgando
un dinamismo nuevo a un debate que más de una vez se ha iniciado,
florecido y apagado sin resultado alguno.
Algo que se ha ganado, en los años transcurridos entre el primer y el
segundo debate intelectual, es no sólo la posibilidad de conocernos
mejor, sino también contar con los medios necesarios para intercambiar
criterios, con independencia del lugar de residencia o pese a cualquier
censor de por medio. Pese a ello, todavía hay quien se empeña, en ambas
orillas, a posponer el encuentro de la diversidad de criterios y a
encerrarse en la apuesta reducida al todo o nada.
Una de las peores consecuencias de esta política cerrada –y también
errada– ha sido la divulgación de una imagen de Miami donde impera una
especie de estalinismo de café, y en que determinados círculos defienden
la politización del arte con mayor furor que en la época nefasta del
realismo socialista. "Dentro de Miami, todo. Fuera de Miami, nada"
parece ser la consigna. Para agravar aún más la situación, los que la
practican se equivocan en lo que –con otros argumentos y una exposición
menos estrecha– habría que aceptar como válido en buena medida, y
defienden con falsedades lo que en ocasiones es cierto. Quienes para
criticar al totalitarismo no encuentran argumentos mejores que la
repetición de valores y estrategias caducas no hacen más que favorecer
al sistema que pretenden atacar.
http://www.elnuevoherald.com/2012/03/12/v-fullstory/1148553/alejandro-armengol-el-ejercicio.html
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