martes, 24 de agosto de 2010

Una casa en La Habana

Una casa en La Habana
Gladys Linares

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) – Carmen, "la santiaguera",
soñó con superarse e irse a vivir en la capital. En 1993 se enteró que
en La Habana estaban contratando trabajadores para la construcción, y no
lo pensó dos veces. Se matriculó en el curso de técnico medio en
construcción de materiales, en la Escuela Nacional de la Construcción
Oscar Lucero, en el municipio habanero de Arroyo Naranjo. Trajo consigo,
esperanzada, el documento de cambio de dirección y la baja de la libreta
de racionamiento.

Pero como soñar no cuesta nada, las cosas no salieron como "la
santiaguera" pensaba. Una vez graduada comenzó a trabajar en un
contingente. La alojaron en un albergue, sin derecho a libreta de
racionamiento, ni al cambio de dirección oficial. Fue en aquel trabajo
donde conoció al padre de su primer hijo, constructor y santiaguero. La
relación duró poco, cuando él regresó a su provincia. Pero ella, a pesar
del embarazo, quería vivir en La Habana.

Transcurrió el tiempo y Carmen hizo amistad con una anciana que vivía
sola. La señora le pidió que viviera con ella. Su hijo nació en La
Habana, y al poco tiempo, su protectora murió. Y se inició el calvario,
de casa en casa; unos amigos ahora, otros después.

Conoció a un matrimonio que le cuidaba el niño, mientras ella trabajaba
hasta tarde La pareja se encariñó con el pequeño, lo bautizó y se
llevaron a madre e hijo a vivir con ellos. A los cinco años el
matrimonio fue de visita a los Estados Unidos, y no regresó. Carmen
esperaba su segundo hijo, pero fue desalojada con una orden de volver a
su lugar de origen. Comenzó otra vez su odisea. Esta vez fue a parar a
un cuarto en el barrio marginal La Jata. Allí dormía en el suelo, se
mojaban cuando llovía, y más de una vez se acostaron sin comer, porque
tenía que cocinar en el patio, con leña, y si el agua decía "aquí estoy
yo", era imposible encender el fogón. Pero no cejó en su empeño. A sus
amigos solía decirles: "Allá, a la casa de las quimbambas, no vuelvo, me
quedo en La Habana".

Continuó trabajando en la construcción, porque mientras se necesitara
mano de obra, no la regresarían a su provincia.

Nuevos amigos la invitaron a residir en su casa, pero en ese momento
entró en vigor el decreto ley 217, que establece que en una vivienda no
puede haber más de 1 habitante por cada 10 metros cuadrados. El área del
apartamento fue medida por un técnico, que sentenció: "Tiene capacidad
para tres personas y media". Carmen y sus hijos se fueron con la música
a otra parte.

Después de múltiples gestiones, le entregaron una vivienda inhabitable,
y le otorgaron la licencia para arreglarla con su esfuerzo.

"Cuando termine de repararla –dice Carmen- me darán el habitable. Mis
hijos y yo podremos inscribirnos en OFICODA para que nos den la libreta
de la comida, y actualizar la dirección del carné de identidad. Después
de casi veinte años de sacrificio, no puedo creer que ya esté cerquitica
el día en que tenga mi casa en La Habana".

http://www.cubanet.org/CNews/year2010/agosto2010/24_C_5.html

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