22-07-2010.
Eduardo Mesa
Corresponsal en Miami de Misceláneas de Cuba
(www.miscelaneasdecuba.net).- Un académico o cubano, sobreviviente de
innumerables purgas ideológicas, me dijo una vez: "la política es la
política y la ética es la ética" para con posterioridad advertirme que
el ejercicio de la política llevaba a la miseria y la observancia de la
ética a la cárcel.
De esta conversación han transcurrido más de diez años y a cada rato me
pregunto cómo le irá a aquel hombre, marxista convencido, pero
consciente de que en la balanza de ese acontecimiento llamado
Revolución, la miseria moral pesa más que la ética desde hace mucho tiempo.
En Cuba la represión tiene arrinconada a la ética, y a los valores de
una cultura que se ha caracterizado por la generosidad, por el deseo de
superación y la iniciativa económica y social. En Cuba esos valores
están arrinconados, pero todo parece indicar que no han desaparecido.
Recuerdo un encuentro, auspiciado por la Arquidiócesis de la Habana, de
mujeres del barrio aledaño a la Catedral con un grupo de trabajo del
Instituto Interamericano de Derechos Humanos, al terminar el encuentro
aquel grupo de expertos nos comentó su optimismo: aquellas mujeres no
eran pobres que se resignaran a su pobreza o personas carentes de
recursos intelectuales y morales para salir de la misma, aquellas
mujeres, con las que habían compartido un taller de dos días de intenso
trabajo, sólo eran las víctimas de unas circunstancias muy lamentables.
El diagnóstico de los expertos era definitivo, cuando desaparecieran
esas "penosas circunstancias" desaparecería su pobreza.
No es ningún secreto que las "circunstancias" que impiden la evolución
de Cuba hacia la libertad y la prosperidad tienen nombres y apellidos,
un grupo selecto de ancianos que controlan los resortes del poder,
liderados simbólicamente por el máximo líder y dirigidos en la práctica
por el hermano de este, el general al mando que se resiste a realizar
cualquier reforma significativa. Mucha gente supone que cuando estas
"circunstancias" desaparezcan, se desmoronará el poder establecido y
comenzará una nueva etapa para nuestra nación. Pocos se atreven a
aventurar cómo y cuándo ocurrirán estos eventos.
Hace unos días un amigo me reprochaba amablemente que en mis artículos
no me refiriera a los sectores reformistas del gobierno cubano. Unos
sectores, que según él, pueden ser importantes motores de cambio.
No tengo la menor duda de que la verdadera riqueza de Cuba son sus
habitantes, atrapados en los macabros resultados de la aventura
revolucionaria. Creo que hay muchas personas valiosas en los distintos
estratos de la sociedad cubana, incluyendo las Fuerzas Armadas y el
Ministerio del Interior, creo que la mayoría de ellas, cuando puedan
hacer visibles sus verdaderos pensamientos, aceptarán de buen grado la
normalidad democrática y contribuirán a la reconstrucción de un país en
ruinas.
Creo que a estos sectores hay que hacerles llegar mensajes positivos y
decirles, por ejemplo, que renunciamos a aplicar la pena de muerte en el
futuro de Cuba, que no queremos sus casas, ni ser sus jefes, que
aspiramos a una justicia en donde lo primordial sea el reconocimiento y
la restauración moral de las víctimas. Es importante que podamos
hacerles llegar esos mensajes, es igual de importante que nuestras
actitudes evidencien que los mismos no están motivados por una mera
conveniencia estratégica y sí por el anhelo del bien común, el bien de
la nación que compartimos.
No obstante, mis mayores esperanzas siguen puestas en aquellos que han
vencido el miedo y continúan oponiéndose a la dictadura. La lucha
pacífica de estos hombres y mujeres constituye un referente ético
imprescindible para la sociedad cubana, paralizada por el terror y la
doble moral que el terror genera. Una lucha desigual que sería más
eficaz si privilegiara su carácter cívico y atemperara los
posicionamientos ideológicos, legítimos en sí mismos pero inconvenientes
en esta hora marcada por la necesidad de concertar y reconciliar.
Concertar y reconciliar son verbos que invitan a la generosidad, a
mitigar los protagonismos y a posponer el debate ideológico, dejando
para el momento oportuno las alianzas y adhesiones que ya se insinúan.
Concertar y reconciliar pueden ser las palabras claves para esa
atribulada nación que compartimos; que nadie se engañe, nuestros pesares
pueden sobrevivir al castrismo, sin generosidad no hay futuro distinto
del presente.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=29014
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