Blogosfera Libre
YOANI/ Con un pulóver ceñido y el pelo embadurnado de gel, ofrece su
cuerpo por sólo veinte pesos convertibles una noche. El muestra ese
rostro de pómulos salientes y ojos achinados que son tan comunes entre
quienes vienen del oriente del país. Mueve todo el tiempo los brazos,
con una mezcla de lascivia e inocencia que produce por momentos lástima,
por otros, deseo. Forma parte del vasto grupo de cubanos que se gana la
vida con el sudor de su pelvis, que mercadea su sexo ante extranjeros y
nacionales. Una industria del amor rápido, de las caricias breves, que
en esta isla ha crecido considerablemente en los últimos veinte años.
La Habana tiene por momentos aires de burdel, sobre todo si se transita
por la calle Monte hasta la intersección de ésta con Cienfuegos. Mujeres
jóvenes con ropas vistosas, pero algo desteñidas, ofrecen su
``mercancía'', especialmente cuando cae la noche y los elásticos no se
ven flojos ni las ojeras tan grises. Son las que no pueden competir para
alcanzar un gerente o un turista que las lleve a un hotel y les ofrezca
--al otro día-- un desayuno con leche incluida. No usan perfumes de
marca y completan su trabajo en unos apretados cuartos de solar o en el
descanso de una escalera. Trafican con gemidos, intercambian espasmos
por dinero.
Estos hombres y mujeres --comerciantes del deseo-- evitan tropezarse con
los uniformados que vigilan la zona. Caer en manos de uno de ellos puede
significar una noche en el calabozo o la deportación a su provincia de
origen para quienes están ilegales en la ciudad. Todo puede resolverse
si el policía capta la propuesta de un muslo que se le insinúa y acepta
intercambiar el acta de advertencia por unos breves minutos de
intimidad. Algunos agentes del orden volverán asiduamente a cobrar su
peaje --en moneda o en servicios-- para permitirles a estos seres
nocturnos que sigan apostados en las esquinas. Negarse a dárselo puede
hacer a las mujeres terminar en una granja de reeducación de prostitutas
y a los hombres ser acusados de un delito de peligrosidad predelictiva.
Así se completa el ciclo del sexo por dinero, en una ciudad donde el
trabajo honrado es una reliquia de museo y las necesidades llevan a
muchos a apostar el cuerpo, a contonearse a la espera de una oferta.
http://www.elnuevoherald.com/2010/04/30/707927/blogosfera-libre.html#storylink=rss
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