El imprudente recurso del endeudamiento
[28-12-2015 23:34:10]
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- El Estado precisa de medios económicos
para su normal funcionamiento. Para ello apela a los mecanismos
habituales, aunque a partir de esas líneas básicas de acción, da
nacimiento a algunas variantes muy similares.
Los impuestos han sido el medio más rutinario, ya que le permite al
Estado apropiarse una parte importante del fruto del esfuerzo de los
ciudadanos que componen una comunidad, en una suerte de saqueo legalizado.
Una forma alternativa, no menos significativa, ha llegado gracias a la
cuestionable potestad de emitir moneda artificialmente, abusando de un
monopolio que los circunstanciales administradores de la cosa pública
han construido, y luego perpetuado, con absoluta premeditación,
disponiendo entonces, a su servicio, de un manantial casi inagotable.
Una tercera chance aparece también con bastante frecuencia. Está ligada
con la atribución de los gobiernos de endeudarse, obteniendo acceso a
dinero en el presente, para gastarlos a mansalva ahora, a cambio de
reponerlos en su totalidad en el futuro con un adicional de intereses.
No existe fuente de financiamiento estatal que despliegue bondades.
Todas ellas son perjudiciales y lastiman con potencia a las libertades
individuales, impactando sobre la actividad económica, alterando el
sistema de precios, dañando todo a su paso, de un modo, a veces, casi
imperceptible.
Pero tal vez la más patética de esas herramientas es la que le permite
endeudarse al Estado. Es que la "fiesta", ese momento en el que se
aplica el dinero, la disfruta una sola generación, pero son
habitualmente los que vienen los que terminarán pagando ese jolgorio.
Nada más ruin que gastar ahora, para que los hijos sean los que abonen
los excesos de sus padres.
Algún piadoso analista dirá que cuando esa deuda se asigna para obras de
infraestructura que permanecerán en el tiempo, se configuraría cierta
clase de atenuante. Es materia opinable. Lo concreto es que los que
pagarán, tendrán que hacerse cargo de una deuda sobre la que no han
podido opinar.
Es trascendente entender que el tema de fondo es realmente otro bien
diferente, que tiene que ver con el volumen y eficacia del gasto
estatal, lo que supera largamente la retorcida discusión acerca de cómo
efectivamente se cumplen con esos compromisos ya asumidos previamente
por el Estado.
Claro que cuando las erogaciones son infinitas, la búsqueda de recursos
también recorre el mismo tortuoso camino, y entonces las decisiones
inadecuadas se multiplican y muestran la peor cara del sistema. Un
Estado austero no tendría esta dimensión de problemas y resolvería la
cuestión de un modo mucho más simple, con consensos y sin grandes
complicaciones.
En tiempos de inflación, esa que se origina en un fenómeno estrictamente
monetario, sin el cual sería imposible su gestación, existe una
tentación casi serial por operar sobre sus efectos y no sobre sus
indisimulables causas.
Los más ingenuos e ignorantes creen aún en la existencia decisiva de los
formadores de precios. Los más heterodoxos recitan aquello del diálogo
social con los protagonistas y apuestan todo a la utilización de sus
mágicos rudimentos que permiten, invariablemente, amedrentar al mercado.
Lo cierto es que con un gasto estatal obsceno, absolutamente nada
alcanza y la emisión resulta finalmente imprescindible para cubrir los
dislates de los gobernantes de turno. La solución de fondo pasa por
reducir el gasto de los gobiernos acomodándolo a sus demostrables
urgencias. Y sobre todo, el tema pasa por comprender la naturaleza de la
existencia del Estado, sus fines últimos y las razones de su aparición
en la civilización contemporánea.
Lamentablemente, algunos países, demasiados tal vez, vienen recurriendo
a un ardid tan inmoral como cruel. Es que una vez que se ha superado la
barrera de la voracidad fiscal, cuando ya no cabe posibilidad alguna de
seguir incrementando impuestos, los gobiernos deben resolver el dilema.
O disminuyen el gasto estatal, cosa que jamás hacen con convicción, o
buscan otras opciones para solventar sus aventuras políticas personales.
Cuando nadie les presta porque han dejado de ser serios, saben que la
emisión monetaria está siempre disponible, pero frente al primer
resquicio que se abre para solicitar empréstitos, no dejan pasar esa
ocasión.
El camino adecuado para resolver el problema central es abordar el
indecente tamaño del gasto estatal. De lo contrario, la discusión eterna
girará alrededor de decidir cuáles serán las próximas víctimas a saquear.
El razonamiento tradicional de los gobernantes consiste en evaluar si
esquilmarán a los que producen y consumen vía impuestos, a los
ciudadanos en general, pero en especial a los más pobres, si optan por
emitir moneda artificial generando inflación, o apelan al endeudamiento
hipotecando el futuro de los que jamás decidieron pagar la fiesta ajena.
En estos días se empieza a percibir un giro evidente. La idea no es
bajar el gasto, sino en todo caso, cambiar la fuente de financiamiento.
Siendo que los impuestos no pueden aumentarse, pues parece el tiempo de
aprovechar los vientos externos favorables y un mercado de capitales
generoso, para reducir la emisión monetaria y reemplazarla por el eterno
endeudamiento.
Definitivamente, no es la solución. Solo se trata de otro parche más,
inclusive mucho más perverso que el vigente, porque intenta disimular
los incómodos efectos de corto plazo del aumento de precios y suplirlo
por este artilugio camuflado, que solo se notará cuando llegue la cuenta
y haya que pagarla. Si no se comprende cabalmente como funciona este
mecanismo, pues se seguirá por la senda del imprudente recurso del
endeudamiento.
Source: El imprudente recurso del endeudamiento - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/5681b8e23a682e17105355ef#.VoJC4BUrLjY
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