Publicado el lunes, 12.17.12
Gross y la "gross negligence"
Jorge Ferrer
Hace unas semanas visité en San Petersburgo un peculiar museo. La planta
noble de un elegante palacete acoge un muestrario de la historia de la
policía política de Rusia y la URSS en los siglos XIX y XX. El escaso
espacio junta revólveres de los nihilistas que poblaron las páginas de
Dostoyevski, un uniforme de oficial de la NKVD del que se consigna –con
siniestra precisión– que fue utilizado en 1937, imágenes que muestran a
agentes de la CIA operando en Moscú, manuscritos disidentes incautados
por el KGB y el teléfono presidencial requisado en Kabul.
Tres ancianas custodian todo ese recuento de siglo y medio de
"inteligencia". Una de ellas, vivaracha y locuaz, me sirvió de guía con
orgullo que se desinfló cuando le pregunté cuántos visitantes había
atendido aquel día. "Usted es el primero… y parece que el último", admitió.
Evoco aquí esa visita en ocasión del giro que toma el affaire Alan Gross
cumplidos tres años de su detención. Un caso que se ha convertido ya en
una suerte de espejo cóncavo en el que se reflejan los más abundantes
tópicos del diferendo que separa, y junta, a EEUU y Cuba desde hace
medio siglo.
Alan Gross fue detenido en La Habana en una operación a là John Le
Carré. Cuba se cobraba en él pieza cuyo valor había calculado con
esmero. Cabe imaginar la escena: la estupefacción del "contratista" a
quien esperaba cena en Maryland abandonados los sudores de La Habana; la
ufana circunspección del coronel de la DSE que sabía estar haciendo
historia.
Nada fue entonces casual y nada de lo que se juega ahora es sino un
estudiado bucle con tórrido ambiente de Guerra Fría. Cinco agentes
cubanos fueron juzgados en EEUU y cumplen sus condenas. Trabajaban para
los servicios de inteligencia de Cuba y se infiltraron con el propósito
de servir a la dictadura que les pagaba, siquiera con el token del
heroísmo. Alan Gross entró a esa fiesta sin más invitación que la de un
contrato más con el que pagar sus facturas y alimentar su fondo de
pensiones. Son seis historias individuales que se vieron de pronto
atrapadas por el jaque de un ajedrez superior, cuya historia es pródiga
en escaques.
Los Gross han presentado una querella por lo que denominan gross
negligence, que parece retruécano. Gross negligence –negligencia crasa–,
que no podría tratarse de una menor si su sujeto es esa Cuba
excepcional. Gross y gross negligence: demasiada grosseur, ¿no? Alegan
que a Alan no le habrían avisado de los riesgos que se corre en Cuba
cuando se viaja allá en el marco de un programa destinado a subvertir el
inicuo régimen de la isla, ni le habrían entrenado para enfrentarlos.
Bah, ¿quién no sabe lo amargo que siempre puede acabar siendo el dulce?
Cierto es que en todo diálogo sobre Gross Cuba buscará impugnar el apoyo
del gobierno de EEUU a la disidencia y la sociedad civil en la isla.
Cierto es también que a algunos les podrá parecer improcedente que la
situación de un Alan Gross cualquiera pueda socavar la armazón de tamaño
diferendo. Demasiada poca cosa un solo hombre, pensarán. No menos cierto
es que ver a alguno de los cinco espías formando parte de la ecuación
nos molesta a unos cuantos. Con todo, se me ocurre que vale la pena
tomar a Alan Gross como una oportunidad de conmover y conmovernos,
siquiera por razón tan elemental como que se lo debemos. La historia,
oigan, no las regala.
Dentro de veinte años, otras tres ancianas pasearán al visitante del
museo de la "represión política" en una Cuba poscomunista por salas
desiertas. Ojalá encuentre ahí una fotografía de Alan Gross reuniéndose
con Judy antes de que la sinrazón del castrismo y la falta de
imaginación de Washington lo conviertan en cadáver convirtiéndonos en
reos de otra " gross negligence".
www.eltonodelavoz.com
http://www.elnuevoherald.com/2012/12/17/1364520/jorge-ferrer-gross-y-la-gross.html
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario