Ya no hay que fusilar a Retamar
Viernes, Junio 1, 2012 | Por Orlando Freire Santana
LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -En su ensayo Calibán, escrito
en 1971, el escritor cubano Roberto Fernández Retamar arremete contra
dos importantes figuras de la literatura latinoamericana: el argentino
Jorge Luis Borges y el mexicano Carlos Fuentes.
En ese texto, escrito al calor de la furia que le causaron a Retamar las
críticas al Primer Congreso de Educación y Cultura, y la algarabía por
el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla, el presidente de la
habanera Casa de las Américas no le perdona a Borges el haber expresado
que su tradición era Europa, y mucho menos la firma de un documento en
1961 en apoyo de la brigada 2506 que desembarcó en Playa Girón. Concluye
calificando al poeta argentino como un típico representante de la
"decadente" burguesía.
Con respecto al novelista mexicano, Retamar no concibe que Fuentes le
fuese retirando el apoyo a la revolución cubana a medida que esta se
adentraba en la doctrina marxista-leninista. Además, estima que el
escritor azteca fue uno de los líderes de lo que califica como "la mafia
mexicana", el único equipo nacional de escritores que había roto con el
castrismo a raíz del caso Padilla. Al final de sus ataques, Retamar
considera que Fuentes era un vocero de la misma clase social a la que
pertenecía Borges, aunque evalúa al mexicano como un escritor muy
inferior al argentino.
Se conoce que Fernández Retamar, en sus tantas versiones del personaje
de Calibán que escribió posteriormente, fue suavizando sus puntos de
vista sobre Borges; sin embargo, en poco o nada varió su juicio acerca
de Carlos Fuentes. Y, al parecer, tales críticas hirieron la
susceptibilidad del novelista mexicano, el cual, justo es consignarlo,
nunca fue un fanático adscripto a determinada ideología, sino un
intelectual honesto que defendía su criterio en todas las tribunas.
Según nos cuenta su compatriota Jorge Castañeda, en su libro La utopía
desarmada, en más de una ocasión las autoridades culturales cubanas
invitaron a Fuentes a visitar la isla, pero su respuesta, tal vez medio
en serio, o medio en broma, siempre era invariable: primero tienen que
darle paredón de fusilamiento a Fernández Retamar.
He traído a colación lo anterior a raíz del reciente fallecimiento de
Carlos Fuentes, que deja un gran vacío en el mundo literario de habla
hispana. Los que tuvieron la oportunidad de leer La muerte de Artemio
Cruz o La región más transparente, por solo citar dos de sus novelas más
conocidas, advirtieron enseguida que se trataba de un narrador fuera de
serie. Cuando en 1990 el poeta mexicano Octavio Paz obtuvo el Premio
Nobel de Literatura, fuimos conscientes de que pasarían muchos años para
que ese galardón recayera en otro escritor latinoamericano. Todo debido
a esa costumbre que, al parecer, está guiando en los últimos tiempos las
decisiones de los académicos suecos, y que consiste en rotar el preciado
lauro por zonas geográficas y culturas diferentes.
Veinte años después, cuando los ojos de los académicos volvieron a
posarse en América Latina, casi todos sabíamos que había dos figuras que
descollaban: Carlos Fuentes y el peruano Mario Vargas Llosa. Por
supuesto, muy merecido el Nobel para este último, aunque Fuentes también
era digno de él.
Se ha ido Carlos Fuentes sin el Premio Nobel de Literatura, como,
curiosamente, le sucedió también a Jorge Luis Borges, el otro denostado
entonces por el ensayista cubano. Y no es que pensemos que una trifulca
entre escritores pueda conducir a que uno se alegre del fallecimiento de
otro. No obstante, no sería de extrañar que Roberto Fernández Retamar
haya sentido cierto alivio por estos días.
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