Polvos, cenizas y diamantes de la educación en Cuba
Viernes, Junio 29, 2012 | Por David Canela Piña
LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Leí hace poco una estadística
sobre la disminución del presupuesto cubano dedicado a la educación.
Decía que los fondos dispuestos para el 2005 habían sido de 525 millones
de pesos, y en el 2010, tan sólo de 62 millones de pesos –menos de la
octava parte de la cifra anterior. Lamentablemente no pude corroborar
esas cifras, pues cuando consulté la página web de la Oficina Nacional
de Estadísticas, la mayoría de las tablas que se exhibían en el apartado
de educación estaban relacionadas con matrículas, estudiantes,
becarios,… En ninguna parte se leían etiquetas que incluyeran palabras
como fondos púbicos, presupuesto, inversiones. No es una sorpresa para
nadie, ya que el silencio estadístico en Cuba alcanza dimensiones
siderales cuando se tratan de ocultar los problemas de la sociedad
civil. Un ejemplo sencillo, desde hace algunos años el tema de la droga
dejó de ser un tabú en los medios de comunicación, pero todavía no se
declara el índice de afectados por esa adicción.
Esta caída en el presupuesto educativo podría tal vez explicar el hecho
de que la Facultad de Física de la Universidad de la Habana esté cerrada
desde el año 2006, y parezca hoy un edificio fantasma, con hierbas que
crecen entre las grietas del mármol y en las paredes, ventanas rotas o
ausentes, y una cerca perimetral a través de la cual no se observa a
nadie en el interior del inmueble, inaugurado en 1927 como sede de la
Escuela de Ingenieros y Arquitectos. O por qué la Cátedra Humboldt, una
academia de enseñanza de la lengua germana, adyacente a los muros de la
Colina Universitaria, se esté cayendo a pedazos hace más de una década.
Aurelio, un profesor del primer Contingente Pedagógico, con más de
cuarenta años de experiencia, cree que parte de esos recortes provengan
del uso extensivo de alumnos ayudantes, adiestrados y profesores por
contrata, los cuales hacen trabajos equivalentes al de los profesores
con plaza fija, pero reciben un salario mucho menor, o incluso un
estipendio. Rodolfo, un joven ex-profesor de la Universidad habanera,
opina que ser profesor universitario ya no es una buena opción, debido
al excesivo trabajo burocrático (a menudo sazonado con ideología
política) y la corta paga. Y Alfredo, quien ha dado clases en las Sedes
Universitarias Municipales, argumenta que una las razones principales
del desprestigio que han adquirido los profesores en la sociedad cubana
se debe al empobrecimiento de su estatus económico. Además, si algún
adarme de prestigio le quedaba al magisterio cubano, fue empujado al
barranco con las graduaciones de los llamados "maestros emergentes",
salidos en el fragor de la Batalla de Ideas ideada por Fidel Castro.
Uno de los mayores temores que guardo sobre el futuro en Cuba es el de
la posible privatización masiva de la educación y la salud públicas, al
estilo chino. Pero si las fuentes de la economía cubana muestran signos
de mengua progresiva, ¿de dónde van a salir los fondos necesarios para
sufragar los sectores "improductivos" –aunque indispensables– de la
sociedad? De todas formas, no hay tener prejuicios ni miedo cerval. Las
escuelas privadas ya existen en Cuba, y se llaman popularmente como
Escuelas española, francesa, rusa, italiana, e internacional (o
inglesa), y originalmente estaban destinadas a los hijos de los
diplomáticos acreditados en La Habana, aunque hoy pueden acceder algunos
cubanos descendientes de funcionarios gubernamentales con origen en esas
nacionalidades. La igualdad nunca fue completa, porque incluso en la
época dorada del igualitarimo (años 70 y 80s) existían las escuelas
vocacionales de ciencias exactas, que reu-nían a los adolescentes y
jóvenes más talentosos de una provincia, con el fin de prepararlos como
la futura vanguardia científica del país, destinada a desarrollar su
potencial tecnológico.
Sin embargo, creo en un futuro de pluralidad educativa. El peligro mayor
no está en que existan escuelas privadas, con colegios para los niños
ricos e internados para los niños pobres, sino en que todas las escuelas
sean pobres, o que los más pobres no tengan ninguna escuela.
En la sociedad civil cubana se están dando muestras de desconfianza
hacia la calidad de la educación pública. Un caso simple se ve cuando un
padre no matricula a su hijo en la escuela de barrio que le corresponde,
porque es "problemática", y lo inscribe en otra del Vedado. Pero hay
tendencias mucho más palpables y generalizadas.
En el ámbito de la educación pública, así como en la salud, va
arraigando cada vez más la costumbre de hacerles "regalos" a los
maestros y a los médicos: en parte por solidaridad con sus magros
salarios, en parte por un "cariñoso" soborno –más explícito en la
función de los maestros, para que aprueben a los alumnos negligentes;
más implícito en el caso de los médicos, para que se tomen un "interés
especial" en el paciente.
Otra de las costumbres que se ha extendido entre los padres es la de
contratar a profesores particulares para que repasen a sus hijos,
generalmente con vistas a las pruebas de ingreso al preuniversitario o
la universidad. Y muchas veces esos profesores no son viejitos
retirados, sino los mismos profesores que dan clases diurnas en las
aulas del Estado, y que luego deben aumentar sus ingresos personales
enseñando a discípulos privados, o a extranjeros. Usualmente, los
precios de cada clase oscilan entre los 20 pesos moneda nacional, y los
2 pesos convertibles, dependiendo del número de estudiantes, pues si un
alumno convoca a otros, puede haber una rebaja per cápita.
Estos ejemplos ilustran cómo la sociedad civil se está moviendo
ligeramente hacia una ligera y desarticulada privatización de esos
servicios básicos.
El Estado cubano, principal responsable de la actualización de los
programas de estudio, no les ha hecho cambios significativos desde los
albores del Período Especial, y, sobre todo los de la enseñanza media,
están obsoletos. Por ejemplo, de los libros de texto de Décimo Grado, el
más "actualizado" es del año 1996, aunque la mayoría han sido revisados
y corregidos a comienzos del presente siglo. La enseñanza de la Historia
Universal no recoge los sucesos posteriores a la caída del Muro de
Berlín, y no existe un Atlas escolar actualizado donde se muestren los
países que emergieron tras la desintegración del campo socialista, por
no mencionar a Sudán del Sur. Estos "retrasos" informativos, unidos a la
gastada "crisis de valores", han incentivado la exploración y la
recurrencia de otras fuentes de educación.
Muchos padres llevan a sus hijos a las iglesias cristianas, y algunas
instituciones cuentan ya con un elevado prestigio académico y
reconocimiento de la comunidad, como el Convento de San Juan de Letrán,
ubicado en el Vedado habanero, que ofrece cursos de idiomas, computación
y cultura general, muy populares entre los jóvenes.
En algún momento volverán las escuelas católicas, y puede que también se
formen algunas con programas especiales, como las que profundicen en los
temas de la racialidad y la descolonización. Si además de Grecia, Roma y
Alemania, se diseñan programas que estudien la cultura y la historia de
Nigeria, el Congo y Sudáfrica, y donde se incluyan más los relatos de la
esclavitud –bebiendo por ejemplo de los estudios antropológicos y de la
obra de José Antonio Saco– y se destaque más la visión de los vencidos;
quedaría a la entera responsabilidad de los padres. Y tal vez haya
quienes quieran rescatar las famosas Escuelas Normales, y las de Artes y
Oficios.
Creo además que la enseñanza debe ser más autóctona, y orientarse hacia
el reconocimiento de los horizontes nacionales. Es probable que un joven
cubano pueda identificar más de cien marcas comerciales, entre comida,
ropa, zapatos, automóviles, computadoras y teléfonos celulares, y sin
embargo no sea capaz de distinguir una cifra aproximada de flores,
pájaros y árboles, aunque no sean cubanos. Recuerdo cuando era niño,
haber tenido un álbum de postales sobre la historia de Cuba, en el cual
uno recortaba las imágenes numeradas del final y las iba pegando en un
recuadro que tenía al pie la información sucinta del hecho histórico.
Allí supe por primera vez, asociados a una imagen alusiva, del primer
bojeo a la Isla, de la matanza de Caonao, de las insurrecciones
lideradas por Hatuey y Guamá, y de las sublevaciones de vegueros en el
siglo XVIII. Una idea similar podría hacerse, eligiendo cincuenta flores
típicas, cincuenta aves y cincuenta árboles, que podrían distinguirse
por su valor de frecuencia o de rareza, y por sus valores estéticos,
simbólicos, literarios, endémicos, religiosos, y medicinales.
En cuanto a la educación musical, creo que en vez de enseñarles a los
niños (¡todavía!) canciones dedicadas a Fidel Castro y al Che Guevara,
debieran instruirlos –en la medida de sus capacidades– para diferenciar
un son de un danzón, y un danzonete, una rumba de un guaguancó, y la
guaracha, el mambo, el chachachá, el montuno y el changüí.
A la educación cubana le urge su despolitización. Hay que enseñar la
Historia de Cuba, pero que cada escuela elija los ingredientes que más
le gusten, sin caer en maniqueísmos, silencios y vacíos dudosos,
idolatrías y fatalismos.
Creo en la autonomía universitaria, y en que debe estar explícitamente
amparada en la Constitución de la República, pues la Academia debe ser
el símbolo y la quintaesencia de la libertad de expresión universal. La
Universidad debe ser la Tierra Santa de la sociedad civil cubana, su
templo mayor. Debe tener autonomía ideológica, para que en ella
coexistan y dialoguen cátedras marxistas, liberales, estructuralistas,
de religiones, feministas y postcoloniales. Y debe tener autonomía
económica y administrativa, para que no dependa en exceso de las
políticas de recortes de los gobiernos, los cuales debieran
comprometerse a financiar un por ciento mayoritario de sus gastos. Las
universidades debieran explotar más su patrimonio cultural,
arquitectónico, histórico, docente y científico, a través de la
promoción de sus museos, el alquiler de sus aulas y salas de
conferencia, el intercambio académico de alumnos, y las lecciones y
cursos de los profesores eminentes, los cuales podrían donarle a la
institución una modesta parte de los ingresos que recauden de sus
presentaciones en Universidades privadas.
Es inútil que se quieran desbordar las matrículas universitarias, en pos
de la utopía de alzar los niveles de la cultura nacional, o para suplir
el éxodo masivo de graduados, y menos aun que se les quiera atar a sus
deberes con el uso de amenazas y controles. Aunque no existen
estadísticas públicas sobre la emigración de graduados universitarios,
yo me aventuraría a declarar que al menos uno de cada cinco egresados
abandona definitivamente el país antes de haber cumplido cinco años de
servicio laboral. Aunque las cifras más reales deben oscilar entre el 15
y el 40 por ciento de los graduados universitarios, si se cuenta un
período de diez años posterior a su titulación. No son pocos los
licenciados a los que se les ha escuchado decir que, de su aula (con más
de 20 alumnos) solamente quedan tres personas, o simplemente él.
Garantizar empleos verdaderamente dignos, con salarios más reales y
valiosos, que eleven el prestigio del intelectual y el papel del
conocimiento profesional en la sociedad, serán las únicas vías de
revertir esta fuga que nos priva de las mejores gemas de nuestro tesoro
ilustrado. Diversidad, respeto, diálogo, tolerancia, libertad y civismo,
deben ser las premisas de nuestra educación futura, cuyas semillas
debemos cultivar hoy.
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