Jueves 21 de Abril de 2011 07:05
Carlos Alberto Montaner
Una medida del progreso es el espacio vital que potencialmente tenemos a
nuestro alcance. Me refiero a la prosaica posibilidad de desplazarme en
el espacio del punto en que me encuentro a otro libremente elegido.
Aceptemos que sucesivamente la bestia de carga, la rueda, el navío, el
avión y la nave espacial son hitos en el progreso humano.
Aceptemos –y ya estamos llegando– que en la medida en que el hombre hace
uso de esos hallazgos disfruta del progreso.
Me parece evidente que un inglés que pasa una semana en las Baleares o
un catalán que acude en su coche a Perpignan está ejerciendo el
progreso, usufructuándolo, muchísimo más que un aldeano de las Hurdes,
culturalmente autoconfinado al perímetro de su villorrio. En inglés hay
una frase de admiración con la que se califica a cierta gente de gran
movilidad: la «Jet Society». Por ahora esto resume la idea.
¿Y qué tiene que ver el espacio con el sistema imperante en Cuba? Mucho.
Cierto tipo de dictaduras herméticas producen una especie de asfixia
moral. Esto no es una frase. ¿Por qué la loca estampida de los cubanos
hacia los barcos, aviones, salvavidas o rústicas balsas que los alejen
de la Isla? Por muchas razones. Aquí va una de ellas: porque se
asfixian. Y una de las causas de la asfixia es la limitación de
movimiento en el espacio. El extraño malestar que ha producido en el
cubano un súbito encogimiento de su ámbito vital. El castrismo, por
cuestiones de economía y por su naturaleza simplista, ha reducido, de
golpe, la capacidad de movimiento de los cubanos.
Entre los reglamentos y el desastroso sistema de transporte, cursar el
más sencillo trayecto es una calamitosa operación. Este problema es
gravísimo en La Habana, donde vive un 20 por 100 de la población del
país, y donde existían, por cierto, unos hábitos de desplazamiento más
generosos. Obviamente, no me estoy quejando del transporte. Eso puede
ser más o menos deficiente –en Cuba es tremendamente deficiente–, sino
del terror claustrofóbico que le provoca a un bípedo urbano del siglo de
las naves espaciales saber que su vidita va a transcurrir pastosamente
entre los muros metafísicos de las dos «cuadras» que separan la vivienda
de su trabajo. Saber que su autonomía itinerante no tiene nada que ver
con la de su prójimo de San Juan o Madrid, puesto que la revolución –a
la que ni por asomo se le ocurre que el hombre tenga ciertas necesidades
no descritas en El Capital– lo ha confinado a un diminuto potrero en el
que apenas puede estirar las piernas.
Habrá que añadir el término parroquialización para describir el fenómeno
que se ha apoderado de los cubanos, pero existe y es terrible. Asfixia.
http://www.neoclubpress.com/opinion/articulos/1154-cuba-el-transporte-y-la-asfixia.html
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