miércoles, 27 de abril de 2011

Cuba Sí, Dictaduras No

Cuba Sí, Dictaduras No
27 abr

Se lo escuché decir recientemente a Carlos Alberto Montaner en una
presentación sobre arte y literatura en el exilio, a la cual tuve la
fortuna de asistir. Según Montaner, uno de los puntos en los que el
régimen cubano ha sido indudablemente astuto, es en la connotación
negativa que ha sabido colgarle encima al término anticastrista a ojos
globales, mediante una sostenida y efectiva maquinaria propagandística.

Mientras decir en público que se ha sido durante muchos años un
intelectual antifascista, por ejemplo, o antipinochetista, arranca
inmediatos aplausos de aprobación, no corre con igual suerte quien se
pronuncie como un hombre de pensamiento y acción anticastristas.

Si le acompaña la fortuna, su declaración será tomada con un displicente
silencio. En otro de los casos, algunas sillas de su auditorio se
correrán y el público puede verse reducido notablemente.

Se trata de un complejo puzzle cuya armazón puede resultar inexplicable
para quienes, como yo, tenemos a la lógica como herramienta fundamental
en la conformación de juicios: muchos de los que han sufrido y combatido
tiranías de diverso color y diversa ideología, sostienen con respecto a
la cubana una incomprensible posición, a medio camino entre la cobardía
y el silencio hipócrita.

Así, por ejemplo, vemos a respetables intelectuales, artistas, hombres
influyentes, referirse con términos ácidos al General Franco, que
decidió los destinos de la nación española durante cuarenta años, y con
respecto al sátrapa insular que timoneó la Isla a su antojo durante
cincuenta, hacen mutis o mucho peor: sonríen gustosos.

Y digo un par de nombres, apenas: Miguel Bosé, Luis Eduardo Aute.
Españoles de buena raza, que no escatiman en adjetivos hirvientes cuando
de remover los huesos de su dictador se trata, pero que cuando toman en
sus bocas cantoras el nombre del nuestro, les sale poesía en flor.

Yo les preguntaría, por ejemplo, qué les parece la reciente declaración
del Castro mayor, apoyando con palabra escrita la decisión de su hermano
con respecto a limitar los mandatos a dos plazos de cinco años.

En lo adelante, creo que no advierto más posibilidades para sus posibles
respuestas: o hay que poseer una dosis extra de imbecilidad para
desconocer el cinismo tras esa frase, el apoyo de un gobernante
vitalicio a la medida que restringe el mandato a los que vengan detrás;
o se trata de una hipocresía intelectual demasiado grande para ser
tomada en cuenta.

Hace muy poco le pregunté al periodista Max Lesnik qué le pasaría por la
cabeza si de repente el gobierno americano le impidiera, luego de salir
de Miami, regresar a la que ha sido su ciudad de toda la vida. La
respuesta pudieron leerla quienes consultaron mi entrevista, publicada
en este mismo blog.

Pues bien: esa misma pregunta me encantaría formulársela a Benicio del
Toro, digamos. Tan admirable en su profesión como cuestionable en las
causas que abraza. Decirle, por ejemplo: Usted sale y filma su película
guevariana. Usted ofrece sus soberanas declaraciones, en Cuba, en lo
tocante a embargo e injerencia del gobierno americano, y de repente,
cuando va a comprar su pasaje de vuelta a casa, ese gobierno le ha
cerrado las puertas de su país para siempre.

¿Entonces qué tal?

Adaptemos un apotegma criollo, y digamos que hay causas que merecen
palos. Y que hay silencios que también merecen palos. Y que cada vez que
escucho a intelectuales como Eduardo Galeano y Noam Chomsky criticar los
desmanes históricos de los gobiernos tiránicos en Latinoamérica, y
desconocer que ante sus ojos un país sigue administrándose como la
parcela privada de una pequeña familia, me convenzo de que la notoriedad
creativa no tiene por qué ir de la mano con la honestidad ideológica.

Cada vez que leo las lacrimógenas peticiones de libertad a favor de los
Cinco miembros de la Red Avispa, por parte de artistas como Danny Glover
y Danny Rivera, y no escucho sus pronunciamientos sobre los miles de
niños separados de sus padres porque estos, médicos de profesión,
decidieron escapar del cerco que les imponía el sistema, y ahora pagan
con sus hijos como rehenes, no puedo evitar un rechazo esencial, un
asombro bien parecido al desprecio.

Al parecer, es bien placentero denunciar a los cuatro vientos las
conductas vergonzantes de soldados americanos en Guantánamo, pero cuando
se trata de decir una palabra, una sola, con respecto a la treintena de
ancianos dementes masacrados en Mazorra, es positivo guardar el más puro
silencio.

El escritor cubano Norberto Fuentes, exiliado a la fuerza, rescatado de
calabozos patrios por gestión del mecenas García Márquez tras la causa
número 1 del ´89, acaba de hablar. Lo ha hecho para el diario El País. Y
por respeto a su obra literaria, no deslumbrante pero sí valiosa, creo
que debió callar.

Porque decir que un Buró Político cuyo promedio de edad es de 67 años,
no le dice que la Isla siga dominada por una gerontocracia militarista,
y afirmar que por el contrario, Cuba ya está siendo regida por
generaciones jóvenes, es hacer un ridículo monumental cuando se tiene
libros tan bien escritos como "Hemingway en Cuba" y "Dulces Guerreros
Cubanos".

O Norberto Fuentes, literato predilecto de la nomenclatura fidelista en
el pasado, posee informaciones secretas que el resto desconocemos, o
afirmar semejante barbaridad es digna de aplausos: se erigió de repente
como un arlequín improvisado.

Peor aún, ha dicho textualmente: "En 1989 se castró la revolución,
porque eliminaron a los audaces, a los no domesticados. En ese momento
la revolución se jodió. Vino un período de funcionarios grises".

Quienes conocen de su profunda amistad con Tony de la Guardia y Arnaldo
Ochoa, los fusilados más célebres de nuestra historia nacional, saben de
qué habla Fuentes. Pero la pregunta que gravita entonces en todo cerebro
funcional es: ¿Dónde estaba el literato Norberto Fuentes durante el más
acérrimo Quinquenio Gris? ¿Dónde estaba el autor de la "Autobiografía de
Fidel Castro", cuando se apaleaba a homosexuales, o se dormía en celdas
policiales por escuchar a los chicos de Liverpool?

La respuesta es clara: andaba de putas en noches de excesos, gozando la
miel del mismo poder que luego lo arrojaría desde el acantilado.

Por eso no puede sentir conformidad un autor honorable como Carlos
Alberto Montaner, con la connotación parduzca que lleva encima, en
muchas partes del mundo, el término anticastrista. Por eso intelectuales
eternos como Guillermo Cabrera Infante o Jesús Díaz, que en un momento
de sus vidas se pararon a mitad del camino y supieron enfrentar con
verticalidad la misma causa que antes habían defendido, jamás pasarán
con gusto ante los ojos de académicos izquierdistas para quienes está
muy bien haberse enemistado con Leónidas Trujillo, pero no con su colega
Fidel Castro.

No se trata de una efectividad sobrenatural de la propaganda oficialista
cubana. Se trata –cada día lo dudo menos- de una hipocresía ideológica
demasiado generalizada, en tiempos donde decir artista o intelectual, o
decir hombre de pensamiento honesto, ya dejó de ser necesariamente sinónimo.

https://elpequenohermano.wordpress.com/2011/04/27/cuba-si-dictaduras-no/

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