El "líder excepcional" que estableció el terror
23 de diciembre de 2016 - 16:12 - Por Juan Carlos López
Tras casi 58 años de dictadura, manipulación y explotación aún hay quien
llora la desaparición física del causante de tanto espanto, como si del
síndrome de Estocolmo se tratase
LA HABANA.- Desde la funesta noche en que un Raúl Castro de rostro
enlutado dio la noticia al mundo, algunas personas todavía lloran,
sufren y no concilian el sueño. Esos seres de carne y hueso, "hijos de
la revolución", han perdido toda esperanza de seguir viviendo y, de
hecho, viven la vida por vivirla. Sin Fidel, sienten que no son nada.
El fallecido gobernante cubano era "casi un santo" para aquella minoría
que no concibe la isla sin la figura icónica de un Fidel Castro barbudo,
de uniforme verde olivo, poseedor de una elocuencia que hechizó a miles
de hombres y mujeres dentro y allende los linderos de la nación insular.
Ese era Fidel, el "líder excepcional" que partió la historia de Cuba en
dos [una pujante antes de 1959 y otra sumida en la pobreza absoluta],
que puso frente de millares de personas un bocado de alimento sin
necesidad de trabajarlo, que les garantizó dos coronas florales y un
ataúd a sus muertos –porque son suyos–, y que es recordado por algunos
como "lo mejor que le ha pasado a la isla en el último siglo".
Por eso lo lloran, y lo seguirán llorando mientras esa misma gente pueda
ir a una bodega donde le entregan una ración de arroz y frijoles, y
carne de puerco o pollo cuando Dios, Ochún, Yemayá o no sé quién hace el
"milagro" de adicionar una proteína a la dieta. ¿Debemos incluir ya a
Fidel Castro en esa constelación de deidades?
Fidel pudo haber nacido en Rusia, China o, por qué no, Estados Unidos.
Sin embargo, tal vez los "temerarios dioses del Olimpo" quisieron
"premiar" a Cuba como el lugar de natalicio del "emblemático" personaje.
¿Qué sería de la isla antillana si la naturaleza divina hubiera puesto
en otro sitio al "benefactor" de los cubanos?
Esa es la gran pregunta que ciertas personas se formulan en Cuba. De tal
suerte, sin "el santo Fidel", el capitalismo hubiera sido la égida de un
país que desconoce las bondades de este sistema social y económico, en
donde los avances tecnológicos llegan 10 o 20 años tarde, y el hambre y
la necesidad se aprecian en cada rostro como un sino maldito. Pero no
hagamos de este relato un drama: "¡El cubano es el ser más feliz sobre
la faz de la tierra!".
El "rico" Rubén
La gorra que siempre ha usado el septuagenario Rubén es un homenaje
sempiterno a la bandera cubana y a los "ídolos de la revolución": Fidel
Castro y el Ché Guevara. Es la prenda de vestir que se pone encima
apenas da el primer paso hacia el portal de una casa –la suya, que
realmente es del estado– enquistada entre lomas y pendientes del
complejo Las Terrazas, una comunidad de un poco más de 1.100 personas,
en la provincia que llaman Artemisa.
El columpio blanco, recién pintado, es su principal aliado para pasar
los días y las noches meditando sobre lo que él considera "las prebendas
del comunismo". Me dice que es feliz, que nada le falta, que todo lo
tiene. Lo que veo es una casa pequeña, de un solo cuarto; un
refrigerador donde solo hay una botella de agua, un butacón ennegrecido
y nada más. Rubén está resignado a ser "muy feliz" con lo poco que tiene.
Las Terrazas es una de las localidades más privilegiadas en toda la
isla, fundada en 1971, y cuyo sustento deriva de la actividad turística.
No todos en Cuba tienen la fortuna de Rubén. Los visitantes le dejan
algunos euros o dólares por el simple hecho de saludarlos. Además, el
Gobierno le provee pocas cosas, pero las suficientes para un hombre que
vive solo, y también la naturaleza a su alrededor le permite respirar
aire puro y un clima más benigno que el de La Habana.
Desde que conoció la noticia de la muerte de Fidel, este hombre no para
de lamentar la pérdida de quien le dio la oportunidad de vivir una vida
"digna", en apariencia, confinado entre montañas y al lado de un lago de
aguas cristalinas que constituyen la única panorámica que sus ojos
pueden reparar día tras día, hasta que la muerte le dé una verdadera
libertad. Rubén me insiste en que tiene razones para ser feliz y
agradece a Fidel todo que tiene en su remedo de hogar.
El "pobre" Juan de Jesús
Juan de Jesús también es cubano y su edad raya en los 60 años. Su rostro
está lleno de surcos tan profundos como las desigualdades que son
evidentes en Cuba. No usa camisa; tiene el pecho enjuto y fibroso. Es
otro de los muchos personajes inéditos de La Habana Vieja, en donde
sobrevivir es casi una utopía.
Me dirijo a él. En sus palabras percibo otro dolor, otra tristeza. Me
cuenta que es de Palma Soriano, una comarca más pobre que otras de la
parte oriental de la isla; que vino muy joven a la capital y que gracias
a los años de servicio al Gobierno, tiene un techo bajo su cabeza de
escasos cabellos ensortijados. En la sala de la casa "biplanta" exhibe
una fotografía amarillenta de Fidel junto al Ché.
En los ojos del "pobre" Juan de Jesús es evidente una profunda
aflicción. No tiene un baño en óptimas condiciones, el techo está a
punto de caerle encima, cuando almuerza no cena y el único café que
conoce y toma es mezclado con chícharo. Pero murió Fidel y está
compungido. No lo puede creer, se lleva las manos a la cabeza, gesticula
y hace ademanes maquinales como perdido en un laberinto. Y exclama: "Ño,
se murió el tipo".
Los "méritos" del "santo" Fidel
Durante 57 años, Fidel Castro despertó la simpatía de los movimientos de
izquierda en Latinoamérica y de los países no alineados del mundo, pero
también se ganó los calificativos de tirano o dictador por las miles de
acciones cometidas en contra de la población de la isla, desde
fusilamientos y encarcelamientos injustificados hasta expropiaciones ,
discriminaciones y violaciones constantes de derechos humanos.
Fidel tuvo las "siete vidas del gato", saliendo ileso de varios
atentados, y una de las alianzas a la que más le sacó provecho fue la
suscrita con el exgobernante venezolano, Hugo Chávez, su aliado
incondicional en los últimos tiempos, con quien hizo un intercambio de
médicos por petróleo, solucionando temporalmente el problema energético
de la isla.
El llamado "líder de la revolución" ofreció los hombres de su ejército
–como si la vida de los demás le perteneciera– a diferentes causas en el
mundo. Por tanto, ha habido derramamiento de sangre cubana en países
lejanos como Argelia y Angola.
Pero lo que deja a todo un país el "capricho" de un muchacho al que no
le faltaba nada en su familia es más digno de críticas que de loas. Los
sueldos que perciben los cubanos son los más bajos del continente, y
aunque Fidel aseguraba que en Cuba nadie pasa hambre y que tampoco hay
locos, las evidencias demuestran lo contrario. La salud y la educación,
dos de los sectores de los que más se jactaba el dictador, de igual
forma no son lo que él pregonaba en público y en privado.
En términos generales, los méritos de Fidel para optar por la santidad
son exiguos y de poca valía. Y, peor aún, más le servirían al castrismo
o al Partido Comunista de Cuba para reivindicar, en favor del
exgobernante fallecido, el rol de diablo que se niegan a asimilar los
pocos llamados comunistas que persisten en la isla, fidelistas que lo
seguirán llorando per secula seculorum como el santo que nunca fue ni
jamás será.
Source: El líder excepcional que estableció el terror | Cuba -
http://www.diariolasamericas.com/america-latina/el-lider-excepcional-que-establecio-el-terror-n4110778
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