García-Margallo en La Habana: expectativas, esperanzas y desencantos de
una visita
MIRIAM CELAYA, La Habana | Noviembre 27, 2014
Aquellos que esperaban que la visita del Ministro de Exteriores español,
José Manuel García Margallo, marcara un hito importante en la vida de
los cubanos comunes, han sufrido un profundo desencanto tras los dos
días de estancia del alto funcionario en La Habana. Hay que reconocer,
sin embargo, que tal desilusión no debe anotarse en lo absoluto a la
cuenta del canciller español, sino al desproporcionado exceso de
expectativas de algunos analistas.
Entre las críticas que algunos de ellos han señalado a García-Margallo,
están la de no haberse reunido con representantes de la oposición, haber
ofrecido una conferencia magistral a puertas cerradas en un espacio tan
oficialista como el Instituto Superior de Relaciones Internacionales
(ISDI) ante un público cuidadosamente seleccionado, y no haber sido
abiertamente crítico con el régimen cubano.
Es decir, que al representante del Gobierno del país que es hoy por hoy
el tercer socio comercial de Cuba, cuya función prioritaria es
–lógicamente– velar por los intereses económicos y mantener al mejor
nivel posible las relaciones con el Gobierno de la Isla se le pretende
exigir lo que nunca se exigiría al representante de cualquier otra
nación, no ya a los funcionarios de los países aliados de los Castro,
sino a los de otros países europeos.
Pero seamos realistas, el ministro de Exteriores de España, como es
natural, no vino a Cuba a derrocar a la dictadura; eso –bien lo sabemos
los disidentes, opositores, descontentos, y todo el etcétera de los
críticos y desafectos a la satrapía verde olivo– ni es tan sencillo ni
es exactamente una tarea de los representantes de gobiernos extranjeros
que nos visitan. Tampoco tenía la menor posibilidad de dictar su
conferencia desde la tribuna de la Plaza Cívica o desde el centro del
Estadio Latinoamericano; o de crear una crisis política entre su
Gobierno y la satrapía antillana aupando a la oposición o invitándola
gentilmente a un espacio en el que la propia policía política
controlaría la entrada.
Sin embargo, a juzgar por las declaraciones expresadas por
García-Margallo ante los medios, y por la referida conferencia, que
versó sobre la Transición española –donde es fácil descubrir el paralelo
que establece entre la situación de su país bajo el tardofranquismo y
los primeros años de la Transición, y la realidad cubana actual– podría
afirmarse que esta visita ha marcado ampliamente la diferencia con
relación a las de otros cancilleres y funcionarios de varios países que
nos han visitado en los últimos meses, e incluso, ha subido el tono
habitualmente complaciente del actual jefe de Gobierno español, Mariano
Rajoy, y de sus antecesores.
Hasta el momento, ninguno de aquellos visitantes había señalado tan
abiertamente su desacuerdo con cuestiones raigales de las directrices
políticas del General-Presidente cubano, reflejadas en sus
declaraciones, como la que plantea que "España desea un r itmo más
rápido en las reformas económicas en Cuba", que contradice el célebre
sonsonete raulista sin prisa pero sin pausa.
Igualmente claras fueron sus palabras acerca de la importancia del
avance hacia la unificación monetaria, la descentralización de la toma
de decisiones, la ratificación de los Pactos de derechos civiles y
políticos y de derechos económicos sociales y culturales, así como del
Convenio 87 de la Organización Internacional del Trabajo sobre la
libertad sindical; y su petición a las autoridades cubanas de permitir
el regreso a la Isla de los exprisioneros políticos que viajaron a
España tras las excarcelaciones de 2010-2011, país donde residen
actualmente.
Por otra parte, durante la conferencia Vivir la transición: una visión
biográfica del cambio en España, impartida en el ISDI, García-Margallo
aludió abiertamente a la importancia de la libertad de expresión, de
prensa, de reunión y de asociación; al pluripartidismo como pilar de la
democracia y de la concordia nacional, a las transiciones pacíficas como
camino para cambios políticos seguros y duraderos, y a "la recuperación
de las libertades", entre otros puntos que se contraponen al discurso
oficial cubano.
La conferencia estuvo marcada por abundantes señales acerca de lo que
piensa realmente el Gobierno español sobre el régimen cubano, y es
innegable que, aunque la oposición no estuvo presente en el acto, sí lo
estuvo en las palabras del canciller, toda vez que los postulados allí
dichos se adhieren perfectamente a los que hemos estado exigiendo los
opositores a la dictadura verde olivo durante años. Eso puede
considerarse positivo, incluso para un auditorio donde no podemos negar
que existieran oídos receptivos.
Cierto que la prensa castrista no ha divulgado estos elementos
incómodos. Cierto, también, que el señor embajador de Cuba en España ha
tratado de minimizar las declaraciones del representante del Gobierno
español aludiendo en tono casi jovial que españoles y cubanos "somos una
misma familia a pesar de las diferencias". Pero tal silencio oficial y
el hecho de que el General-Presidente, Raúl Castro, no sostuviera un
encuentro con el representante del Gobierno español, lejos de restarle
peso a las verdades dichas por el canciller ibérico en La Habana tienden
a reforzar su significado y sugiere cuán controvertidas son estas
relaciones "familiares".
Quizás lo que más ha molestado a los anticastristas de línea dura y a
los extremistas radicales es el criterio de García-Margallo sobre la
importancia de trazar una ruta de transición sobre las instituciones ya
creadas, modificándolas a medida que se va transformando la realidad y
se van profundizando los cambios. Esa es una manera de mantener el orden
en las sociedades largamente crispadas por las polarizaciones propias de
las autarquías.
Por mi parte, siempre he preferido el orden al caos. Precisamente la
destrucción de las instituciones establecidas con anterioridad fue una
de las herramientas utilizadas por el régimen a partir de 1959 para,
aprovechándose del caos y de la pérdida del orden legal, afianzarse en
el poder por más de medio siglo. No sería razonable apoyar un
desbarajuste que nos haga retroceder más de 60 años de dolorosa historia.
Pero, más allá de nuestras percepciones personales, de nuestras
expectativas o deseos, en rigor, José Manuel García-Margallo cumplió una
agenda dirigida fundamentalmente a custodiar los intereses económicos
presentes y futuros de su país en Cuba. Esa es su función y muy
probablemente la cumplió a cabalidad. En cuanto a los cambios verdaderos
que hay que implementar en la Isla y el impacto que éstos deberán tener
sobre "los cubanos de a pie", es asunto nuestro.
Source: García-Margallo en La Habana: expectativas, esperanzas y
desencantos de una visita -
<http://www.14ymedio.com/opinion/Garcia-Margallo-Habana-expectativas-esperanzas-desencantos_0_1678032181.html>
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