10-06-2010.
Elías Amor Bravo
Economista ULC
(www.miscelaneasdecuba.net).- La preocupación por el petróleo ha sido
una constante obsesión de la "revolución castrista". La dependencia,
primero de la URSS, después de Venezuela, y la búsqueda ansiosa de pozos
petrolíferos en las aguas del Golfo de México son iniciativas que no
permiten al castrismo superar las carencias estructurales de una
actividad productiva cuya destrucción sectorial en la Isla ahora cumple
medio siglo.
En la historia de las atrocidades cometidas por el régimen castrista
contra la economía cubana, en estos días se cumplen 50 años de las
confiscaciones decretadas unilateralmente por los jóvenes
revolucionarios contra las compañías petroleras de Estados Unidos que,
de forma legítima, operaban en la Isla para proporcionar servicios de
suministro de combustible y producción de derivados del petróleo a la
población.
Si, es cierto que el paso del tiempo y la propaganda única del régimen
pueden intentar confundir y hasta hacernos creer una historia distinta,
pero los hechos posteriores han sido contundentes. Nunca más Cuba volvió
a poder garantizar a su población unos suministros adecuados de gasolina
y de otros derivados del petróleo, con consecuencias dramáticas para el
nivel de consumo de la sociedad o la producción de energía para las
actividades productivas.
Da igual. Para aquellos jóvenes revolucionarios, todo se interpretaba en
términos de agresiones, "zancadillas" y provocaciones. Se buscaban los
enemigos donde no existían, y si era preciso, se creaban con los
instrumentos de propaganda y la demagogia para ir construyendo ese
estado policial, represor y delator que caracterizó al castrismo desde
su llegada al poder.
Parece ser que el estallido de los acontecimientos se produjo, según un
artículo en Granma de Eugenio Suárez, "el viernes 10 de junio de 1960
cuando, ante las cámaras de televisión, el Comandante en Jefe, Fidel
Castro Ruz, expuso que el gobierno de Estados Unidos había acusado al
Gobierno Revolucionario de que gastaba las divisas en armas y no le
pagaba a los proveedores norteamericanos".
Haciendo uso del sentido común, y temiendo lo peor de los
acontecimientos, el gobierno de Estados Unidos empezó a exigir a los
revolucionarios el pago inmediato de las compras de petróleo al observar
que el nuevo régimen hacía caso omiso de sus compromisos financieros y
adoptaba medidas que suponían unilateralmente una ruptura de la
situación que había estado funcionando en la Isla durante casi medio siglo.
Ciertamente, aquella vorágine revolucionaria nunca tuvo en cuenta la
necesidad de mantener un equilibrio en las cuentas, como principio
básico de la gestión económica, y ya se empezaba a vislumbrar la
tragedia que se instalaría poco después. Así que, conforme la revolución
iba nacionalizando bancos y entidades que suministraban la financiación
para la compra del petróleo, las autoridades de Estados Unidos empezaron
a alarmarse ante los acontecimientos. El temor a una bancarrota ya
empezaba a ser una realidad.
Las tres grandes compañías petroleras extranjeras que operaban en Cuba
en aquella época: The Texas Company, Esso Standard Oil S. A., y la
Compañía Petrolera Shell de Cuba S. A., conocidas como Texaco, Esso y
Shell, respectivamente, no sabían cómo hacer frente a los compromisos
que tenían con sus casas centrales, conforme los contactos y las
relaciones en el sistema financiero de la Isla iban desapareciendo. Al
mismo tiempo, Fidel Castro lanzaba duras acusaciones a la nueva política
comercial de Estados Unidos, enrareciendo más aun el ambiente que ya de
por si era bastante complicado.
Un intento de solución al problema fue la autorización por el Banco
Nacional de Cuba de satisfacer los 20 millones de dólares que en
concepto de atrasos se debía a las tres compañías, por las importaciones
de los años anteriores. Aparentemente, los representantes de las
empresas mostraron su conformidad, y la situación parecía resuelta a
corto plazo.
Tal vez, haya que hacer algo de historia para comprobar la difícil
situación que se había generado en la Isla en aquellos años.
Como en tantos otros ámbitos de la economía cubana, los jóvenes
revolucionarios al poco tiempo del triunfo de la Revolución, haciendo
gala de una ignorancia supina en la gestión de los asuntos económicos,
crearon un organismo público y burocrático, el Instituto Cubano del
Petróleo, cuyo cometido sería ejercer un control directo de los
combustibles.
Una decisión absurda en una economía como la cubana, en la que todo el
petróleo que se refinaba procedía del extranjero a través del comercio
de las mismas compañías que poseían las refinerías y los depósitos de
petróleo en otros países.
Obsesionados por destruir las bases empresariales de la economía de la
República en sus primeros 50 años de existencia independiente, impedir
la acumulación de capital legítima de las empresas, mermar de forma
artificial la rentabilidad empresarial y el auge de la actividad
económica, los jóvenes revolucionarios decidieron unilateralmente
empezar a comprar "directamente su petróleo pagando el "precio justo".
Así, la primera acción fue ir al mercado internacional a comprar el
petróleo necesario para las primeras pruebas", señala textualmente el
artículo de Granma, en el que ya aparecen juicios de valor típicos de la
propaganda castrista: "precio justo", "petróleo necesario", con una
clara orientación intervencionista y planificadora. La gestión de
compras del Estado cubano fue bastante deficiente: diferencias de
precios ridículas, que apenas alcanzaban los 70 centavos el barril, pero
que iban a suponer una desviación política de la corriente comercial que
había estado funcionando, y muy bien, hasta entonces en la economía cubana.
No es extraño que el Estado revolucionario no encontrara transporte
marítimo para el petróleo comprado, ¡qué casualidad!, a Venezuela. Los
barcos tenían definidos sus recorridos, y en ausencia de una flota
mercante petrolera propia, había que recurrir a los fletes
internacionales. Cualquier experto en aduanas les habría explicado que
su objetivo de traer petróleo a Cuba tomaría un tiempo, tal vez,
bastante tiempo.
Sin embargo, Fidel Castro calificó este suceso de "zancadilla", y en vez
de atender las recomendaciones de las empresas petroleras, cuyo objetivo
era seguir dando servicios de calidad a la población cubana, como lo
habían venido haciendo en décadas anteriores, se fue a la URSS, cómo no,
a comprar un petróleo de graduación distinta al procedente de Estados
Unidos que era el que se refinaba en Cuba.
Conclusión, las plantas transformadoras empezaron a presentar problemas
técnicos, lo que se interpretó por los "jóvenes revolucionarios" como un
"bloqueo", ya apareció el término por primera vez, y una obstrucción por
parte de las empresas a seguir las directrices erróneas del gobierno.
¿Dónde se ha visto que las empresas deban seguir las instrucciones de
los gobiernos para cumplir sus objetivos?
Por más que los expertos y los profesionales del sector petrolero
existentes en la Isla trasladaban a aquellos jóvenes revolucionarios una
serie de argumentos sobre la inviabilidad técnica de operar con un
petróleo de graduación y naturaleza distinta, mayor era el enfado
castrista y su incapacidad para observar la realidad con la necesaria
objetividad. Una decisión de carácter técnico y empresarial era para
Fidel Castro, simplemente, una maniobra contra su poder y un atentado a
la revolución.
Los acontecimientos empezaron a deteriorarse a partir de entonces de
forma alarmante. La Esso, la Shell y la Texaco, con muy buen sentido
común, y preocupadas por la violencia verbal del castrismo, empezaron a
retirar a sus ingenieros y técnicos de las refinerías, a los
especialistas y obreros cualificados cubanos que trabajaban en sus
plantas, incapaces de dar solución técnica al refinado del petróleo
ruso, de calidad y graduación diferente al de Estados Unidos, y hartos
de acusaciones, insultos, vejaciones y todo tipo de afrentas de los
jóvenes revolucionarios.
La situación empezó a complicarse más aún cuando Fidel Castro, en
persona, emplazó a los obreros de estas plantas, que no eran ciertamente
muy numerosos, dado el carácter capital intensivo del sector, y sin duda
la parte más débil de todo el proceso y la que menos posibilidades tenía
de afrontar el cambio de la situación, "a mantener una actitud alerta y
vigilante para evitar cualquier tipo de sabotaje contra esas refinerías".
Pero con las compañías fue aún más contundente, y su mensaje aun rezuma
odio y venganza, ante la incapacidad de reconocer lo que fue uno de sus
primeros fracasos en la transformación del sistema económico y
productivo cubano. Textualmente, la amenaza es de una maldad incontenible:
"Sepan que este es un país soberano y que el Gobierno Revolucionario
está dispuesto a hacer cumplir las leyes de la República.
Que ante esta situación decidan ellas o rectificar, rectificar sí, la
decisión tomada o que caiga sobre ellos la culpa que no digan después
que fue el Gobierno Revolucionario que agredió y ocupó y confiscó.
Así que el Gobierno Revolucionario recoge el guante, les devuelve el
guante y que ellas decidan su propia suerte".
La sentencia de muerte al sector petrolero estaba echada.
En la noche del 24 de junio, en una de esas peroratas televisivas de los
primeros años de la revolución, Fidel Castro informaba que las compañías
petroleras no habían respondido a sus exigencias del 10 de junio.
Cuatro días después, a las 7:10 de la noche, el Gobierno Revolucionario
dictaba la Resolución No. 188, firmada por el Primer Ministro, Fidel
Castro Ruz, que resolvía textualmente:
"Primero.—Disponer que el Instituto Cubano de Petróleo (ICP) sitúe las
cantidades de petróleo crudo necesarias para garantizar el
funcionamiento de la planta refinación de The Texas Company. (West
Indies) Ltd. y que ésta cumpla con los abastecimientos de combustibles
que le corresponden.
Segundo.—Que en caso de negativa de la mencionada empresa, a cumplir y
acatar las Leyes de nuestro País y las disposiciones que al amparo de
ellas emanaron del Gobierno Revolucionario del pueblo de Cuba, el
Instituto Cubano del Petróleo (ICP) procederá a intervenir dicha empresa
adoptando las medidas necesarias a fin de mantener en producción la
refinería y el cumplimiento ineludible de las Leyes de la República".
Las incautaciones fueron inmediatas. En la mañana del 29 de junio las
refinerías de la Texaco, en Santiago de Cuba y La Habana, empezaban a
procesar el petróleo del Estado, tras ser asumida la dirección de esta
empresa por funcionarios del Instituto Cubano del Petróleo.Nadie sabía
muy bien qué hacer, pero los revolucionarios se habían salido con la suya.
Al día siguiente, dos nuevas resoluciones, la No. 189 y 190, ambas del
30 de junio, con igual contenido que la No.188 del 28 de junio
formalizaban la incautación de la Compañía Petrolera Shell de Cuba, S.
A., y la segunda con el mismo objetivo a la Esso Standard Oil S. A., si
se negaran a cumplir y acatar las leyes cubanas de refinar el petróleo
adquirido por el país, lo que evidentemente iba a ocurrir, ya que era
imposible procesar el duro y grasiento petróleo ruso.
El 1 de julio fueron intervenidas las refinerías de las compañías
petroleras extranjeras Esso y Shell por incumplir una antigua Ley de
Minerales Combustibles de 1938, que los revolucionarios se sacaron de la
manga para justificar todas las tropelías y robos de propiedad de las
empresas petroleras.
Una Ley que efectivamente exigía a las compañías petroleras a refinar
petróleo del Estado, pero un petróleo que no supusiera dificultades
técnicas de proceso como el ruso que al cabo de cierto tiempo fue
destrozando las instalaciones, exigiendo costosas inversiones y un
reajuste de las plantas que fue el origen de la escasez y el
racionamiento posterior. Pero eso, es ciertamente, otra historia.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=28300
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