Único heredero del Socialismo
Miércoles, Junio 26, 2013 | Por Ernesto Santana Zaldívar
LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org – "¿Cómo puedo salvar a mi
pequeño hijo del mortal juguete de Oppenheimer?", cantaba Sting en 1985,
cuando en realidad habían quedado atrás los peores momentos del pavoroso
juego nuclear.
Hace poco se cumplieron cincuenta años de la primera visita de Fidel
Castro a la URSS, a pocos meses de la dramática Crisis de los Misiles
(que él, en su afán de cambiar nombres para manipular significados,
llamó Crisis de Octubre). La Guerra Fría encontró su más alta
temperatura en Cuba durante esos pocos días en que un arriesgado pulso
entre las superpotencias soviética y estadounidense estuvo a punto de
terminar en una confrontación tras la cual la civilización habría
colapsado y los sobrevivientes habrían envidiado a los muertos.
Albert Einstein había advertido: "No sé con qué armas se librará la
Tercera Guerra Mundial, pero en la Cuarta Guerra Mundial se usarán
palos y piedras".
Según propia confesión, Castro pidió a Kruschev un ataque nuclear a EEUU
si este país invadía Cuba, como ocurriría si no se retiraban los
misiles, consciente de que, "si desgraciadamente se desataba esa guerra,
nosotros íbamos a desaparecer del mapa". La forma en que Kennedy y
Kruschev resolvieron la mayor crisis del siglo XX, fue calificada por
Castro como "bochornosa", ya que el tope de la negociación fueron los
misiles en Turquía y no sus solicitudes desmedidas.
Desaparecido el gran peligro, la Guerra Fría no perdió demasiada
calentura y Castro siguió intentando sacar de ella el mayor resultado
posible mediante la siembra de guerras y guerrillas en diversas partes
del mundo. "Guerras subsidiarias" o "guerras por proxy" se ha llamado a
esos conflictos donde dos o más potencias utilizan a terceros como
sustitutos para no enfrentarse ellas directamente, como en la guerra de
Angola.
Aunque una vez Kennedy la describió como "una lucha por la mente de
los hombres" entre dos sistemas sociales radicalmente distintos, en sus
últimas décadas la Guerra Fría se caracterizó más por objetivos
geopolíticos, económicos y militares que por propósitos ideológicos.
Hay quien extraña el Muro de Berlín
Fidel Castro intentó ser el profeta de la desintegración de la URSS,
pese a que cualquier analista serio podía darse cuenta de que las
reformas emprendidas por Mijaíl Gorbáchov y, sobre todo, la retirada de
tropas de Europa Oriental, significaban el principio del fin de la Unión
Soviética; pero Castro sí tenía muy claro cómo el colapso del imperio
rojo llevaría al "horror" de un mundo unipolar sin peligro de
confrontación nuclear entre superpotencias. Y eso no lo perdonó nunca
porque no le aterrorizaba tanto el desplome socialista y la
desintegración soviética como la pérdida de esa magnífica e
infinitamente reciclable coartada de la Guerra Fría. De hecho, se erigió
como único heredero del socialismo.
Cuando él y sus propios herederos se quejan de un mundo unipolar, no es
que añoren los decenios en que el planeta tenía dos centros de gravedad
política, sino que recuerdan con nostalgia cuando el futuro pertenecía
por entero al socialismo, o sea, a la URSS. Es increíble que alguien
pueda añorar no el sueño, sino la pesadilla de un mundo soviético, pero
eso no es asombroso. Como dice una canción de Habana Abierta, "hay quien
extraña hasta el Muro de Berlín".
Hace muchos años, a principios de los ochenta, había un loco de barrio
muy peculiar, en algún lugar del Cerro que ya no recuerdo. El hombre
parecía bastante normal, pero tenía la costumbre de preguntarle a la
gente: "Si hay una guerra, ¿quiénes tú crees que ganen? ¿Los rusos o
los americanos?". Lo normal era que uno respondiera a favor de estos o
de aquellos, pero para el infeliz no había respuesta satisfactoria: si
le decías que ganarían los rusos, te agredía físicamente; si le decías
que los americanos, te agredía con la misma furia. Aquel temible demente
parecía un emblema puro de la Guerra Fría.
Cuando Sting lanzó su canción Russians, posiblemente confundió, como
millones de personas, el programa conocido como la Guerra de las
Galaxias del presidente Ronald Reagan con una puerta al Apocalipsis.
Aunque la historia ha demostrado que Reagan no andaba muy errado,
incluso cuando se sobrevaloraba la fuerza nuclear de la URSS —que además
estaba sumida en el desastre económico—, Sting quizás no acertaba del
todo al decir: "No hay monopolio del sentido común en ningún lado del
muro político. Compartimos la misma biología sin importar la ideología.
Créeme cuando te digo: espero que los rusos amen también a sus hijos".
La verdad es que el sentido común no es común en los políticos
ambiciosos. Al menos nunca ha sido virtud de Fidel Castro. Excepto en
los días de la Crisis de los Misiles, Cuba nunca fue un problema de
primera magnitud para el gobierno norteamericano. Ese fue el juego
maestro de Fidel Castro, parecer un protagonista de la Guerra Fría, en
una estrategia confundida con su megalomanía, que hasta hace poco tiempo
lo llevaba a seguir profetizando hecatombes nucleares como si todavía
mantuviera algo de su macabra influencia sobre los acontecimientos
mundiales.
Source: "Único heredero del Socialismo | Cubanet" -
http://www.cubanet.org/articulos/unico-heredero-del-socialismo/
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