¿Qué pasó con la participación de los trabajadores en los Lineamientos
del VI Congreso?
Por la naturaleza del sistema político cubano, nunca sabremos
exactamente qué se discutió y qué se propuso
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 17/05/2011
Finalmente conocemos los Lineamientos que aprobó el VI congreso del PCC
y que supuestamente van a guiar —es decir fijar límites y alcances— a lo
que se pueda hacer en el marco de eso que los dirigentes cubanos llaman
la "actualización" del modelo económico y social.
Al leer los documentos publicados debo reconocer que en esta ocasión la
nomenclatura hizo un esfuerzo considerable por ser transparente. O al
menos lucirlo, pues es difícil serlo con un solo partido, un solo tipo
de prensa y un solo posible derrotero que los chicos del PCC se empeñan
en llamar socialismo, aunque en realidad se parece mucho más a aquello
que Marx llamaba "el modo de producción asiático", tanto por de donde
viene, como por para donde va.
Pero es visible el esfuerzo si comparamos la forma como esto se ha
manejado en comparación con otros congresos previos, y es un buen
síntoma. Y creo que la idea de que los gobiernos deben propiciar debates
sobre lo que quieren hacer es siempre una idea auspiciosa.
Solo que por la naturaleza del sistema político cubano, nunca sabremos
exactamente qué se discutió y qué se propuso. Aunque me dicen que en
muchas asambleas la gente habló de manera muy libre sobre el tema
permitido —la economía—, cada una de estas asambleas solo tenía sentido
cuando se le sometía al mecanismo de procesamiento verticalista que
termina en una cúspide en cuya parte superior se sienta el
General/Presidente. Pues cada asamblea de discusión era una parcela
aislada de las otras que se conectan con el "nivel superior" y nunca con
la asamblea de al lado: un ejemplo de ese recurso de fragmentación que
ha sido la clave de la dominación política de la sociedad insular.
Por ese motivo, cuando se dice que hubo más de tres millones de
planteamientos que quedaron reducidos a menos de 800 mil "opiniones", y
que finalmente se aceptaron solo algo así como el 13 % de los
planteamientos, siempre nos queda la duda de qué quería decir el
restante 87 % que fue rechazado. Cuyos sostenedores, por supuesto, nunca
tendrán la oportunidad de discutir públicamente sus ideas y propuestas,
no importa cuán descabelladas o pertinentes puedan ser. Es el derecho a
influir en la opinión pública —y no solo de ser considerado aceptable
por la clase política— una condición de participación democrática
insoslayable que no existe en los entramados participativos que existen
en la Isla.
Y siguiendo el hilo de la participación, es interesante observar lo que
ha sucedido en estos lineamientos respecto al proyecto de discusión. Aun
cuando en el documento final se propone un esquema difuso de
descentralización empresarial, pero donde es observable la transferencia
a las empresas estatales de cuotas significativas de poder y la
obligación de trabajar con presupuesto duro, hay muy poco acerca de la
participación de los trabajadores en la gestión empresarial. Diría que
virtualmente nada. Los sindicatos nunca se nombran. Creo que en algún
lugar se menciona piadosamente el involucramiento de los empleados en la
innovación tecnológica. Y luego el arrogante artículo 4.
Este es el único lugar donde se habla de participación de los
trabajadores en términos generales. Este artículo se refiere a la
realización —"con orden y disciplina"— de "los cambios estructurales,
funcionales, organizativos y económicos del sistema empresarial, las
unidades presupuestadas y la administración estatal en general". Es
decir, los cambios en casi todo lo que es importante.
En la versión original sometida a discusión se omitía toda referencia a
la participación de los trabajadores, lo cual levantó la razonable duda
entre la gente, que produjo 790 planteamientos que reclamaban incluir
esa participación como una condición para los cambios. Los redactores lo
hicieron. Pero precisando que esta participación se daría "informando a
los trabajadores y escuchando sus opiniones". Sin compromisos, como
dicen los vendedores de mercancías superfluas.
Y es que los militares y los tecnócratas cubanos no quieren una
transición con ruidos molestos. Quieren transitar desde un modo de
producción asiático pre-capitalista a otro eminentemente capitalista en
el que ellos mismos experimentarán una dulce metamorfosis burguesa.
Y como protoburgueses tercermundistas, no solo están obligados a
abofetear a quienes dentro del país veían en esta participación la
oportunidad para que los trabajadores impusieran sus condiciones en un
doloroso proceso de ajustes. Sino también a las propias normas del
capitalismo desarrollado que ha asumido formas de participación más
avanzadas que esa práctica consultiva unilateral que se vislumbra en el
artículo 4.
En resumen, que los estrategas de la restauración capitalista en Cuba
aún no han alcanzado el nivel gerencial de un McDonald's.
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