Monday, May 16, 2011 | Por Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) Mario, el vecino –según sus
palabras- quisiera morir en los próximos tres años, y cualquiera le
viene bien: el 12, el 13 ó el 14, "porque 2011 ya no cuenta, aunque si
mi salud sigue deteriorándose me viene bien cualquier año".
Entre la artrosis generalizada y los problemas circulatorios hacen que
le brote el deseo de despedirse de este mundo. "Cada año que pasa, la
vida se me hace más difícil con los dolores en los huesos y en las
piernas. Llegará el día en que no pueda caminar y muera lenta y
dolorosamente. Llegar a viejo en Cuba es una desgracia", dice Mario.
En realidad sus enfermedades se combinan con otras circunstancias que
incrementan la incertidumbre y la depresión. Mario vive solo, en un
cuartucho inhabitable. Sus dos hijos se marcharon a México, mediante
matrimonios –pagados- con mujeres mexicanas. "Sólo esporádicamente
tengo noticias de mis muchachos, cuando me mandan algún dinero. Los
doscientos cincuenta pesos que recibo de pensión son como tener un
menudito en el bolsillo. Hay veces que me acuesto con hambre. Cuando
llega alguna remesa es que puedo alimentarme mejor".
El crecimiento de la población de la tercera edad, y los problemas
económicos que afrontamos, sin soluciones a corto ni mediano plazo,
anuncian un futuro no muy placentero para los ancianos cubanos.
Recientemente, la prensa oficial dio a conocer el drama de una persona
que tiene un familiar de edad avanzada postrado en una cama.
Independientemente de que la causa esté asociada a la vejez, o por
determinada discapacidad física, atender correctamente a una persona en
estas circunstancias en Cuba es casi imposible.
La escasez de sillones de ruedas, la falta de transporte para trasladar
al enfermo al hospital o asistir a las consultas de rutina, la
dificultad para conseguir culeros desechables o telas antisépticas para
confeccionarlos, artículo de primera necesidad para quienes padecen de
incontinencia, son algunas de las preocupaciones y dificultades de
Claudina, la mujer de cuyo caso habla la prensa, quien llama a hacer
urgentes esfuerzos para restablecer una atención personalizada en este
tipo de situaciones extremas.
Mientras, Mario, mi vecino, puede ser otro potencial suicida. Sus
temores no son infundados y está seguro que las cosas no van a mejorar.
Tiene sólo 68 años y las secuelas de la vejez comienzan a tornarse
insoportables.
"Antes que morir en una cama como un perro, mejor es que me dé un
infarto masivo. Dios me oiga", dice con la vista fija en un cielo sin nubes.
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