Viernes, Noviembre 4, 2011 | Por Leannes Imbert
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) – La revolución cubana, esa
vieja desgreñada y desdentada, que jugó con nuestra infancia, torció
nuestras manifestaciones, suprimió nuestras libertades e incriminó
nuestros pensamientos espontáneos, es desde hace tiempo un perfecto
estado totalitario y represivo, bajo el cual muchísimos cubanos,
llevados por el afán de subsistir, renuncian a sus convicciones a favor
de una proyección pública que las contradice, pero que les resulta
tolerable a sus conciencias, porque pueden sobrellevarla con cierta asepsia.
Hay otros cubanos que, por suerte, nos identificamos con San Ignacio,
fundador de los jesuitas, quien le preguntó cierta vez al padre Lainez:
-Si Dios os pusiera este dilema: ir ahora mismo al cielo, asegurando
vuestra salvación, o seguir en la tierra trabajando por su gloria y
comprometiendo así cada día la salvación de vuestra alma, ¿Qué extremo
elegiríais?
-El primero, sin dudas -respondió Lainez_.
-Yo el segundo -replica Ignacio- ¿Cómo creéis que Dios va a permitir mi
condenación, aprovechándose de una previa generosidad mía?
Esos cubanos (entre los que estoy yo) que están a favor del riesgo y en
contra de la seguridad; que apuestan por la audacia frente a la
comodidad, creen que es más humano y digno el atrevimiento que la
renuncia sistemática al combate.
Pienso que la obsesión por la seguridad y la tranquilidad es uno de los
grandes obstáculos que impide a tantísimos cubanos buscar libremente su
verdad. No digo, por supuesto, que la prudencia, la reflexión y el saber
elegir las mejores circunstancias para emprender nuestras batallas, no
sean importantes. Pero, admito que me resulta harto insoportable esa
falsa prudencia que termina por ser paralizante.
No oculto mi falta de simpatía por aquellos que "quisieran hacer algo
por cambiar el destino de este país, que quisieran ayudar a que
desaparezcan males como la represión, la falta de libertades, la
homofobia", pero colocan ante todo su seguridad. Esas personas, alegan
que no tienen vocación para luchar por una causa hasta las últimas
consecuencias y sin garantías de éxito, aunque sea justa. Y yo, siempre
les digo: Tú no tienes vocación y nunca la tendrás mientras pienses,
ante todo, en tu seguridad. El que no es capaz de arriesgarse por
aquello que cree justo, no tiene vocación para emprender ninguna empresa
seria que, como todas, tiene siempre algo de riesgo, de apuesta, e
implica audacia y confianza.
No estoy apostando, por supuesto, por la irreflexión o por la aventura
barata; pero sí digo que toda causa justa lleva un poco de "salto al
vacío". Me arrojo siempre sin temor hacia aquello que creo justo y
digno, y estoy segura de que ese salto no será una locura.
La vida que llevamos los cubanos de esta isla no es la vida que soñaron
nuestros padres y nuestros abuelos para nosotros. Esta vida, en la que
no tenemos derecho a soñar y vivir nuestros sueños debe ser cambiada; y
he decidido contribuir con mis manos y mi voz, a ese cambio que ansían
tantos cubanos a pesar de saber que recibiré en ese camino hacia el
cambio, muchas zancadillas y tropezones. Pero si tuviera miedo a
tropezar, más me valdría no levantarme de la cama en las mañanas,
entonces no sufriría, porque ya estaría muerta.
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