martes, 6 de septiembre de 2011

SILVIO RODRÍGUEZ, LA DOBLE MORAL Y LA LIBERTAD AFECTIVA

SILVIO RODRÍGUEZ, LA DOBLE MORAL Y LA LIBERTAD AFECTIVA
06-09-2011.
Carlos Alberto Montaner
Periodista, Político, Escritor, Presidente de la Unión Liberal Cubana

(www.miscelaneasdecuba.net).- Silvio Rodríguez acaba de desempolvar en
su blog una vieja carta pública que él y Pablo Milanés me enviaron hace
más de un cuarto de siglo. Yo los había invitado, también públicamente,
a que se quedaran exiliados y denunciaran la dictadura, dadas las dudas
y las críticas que ambos tenían del régimen. Pensaba más en Silvio que
en Pablo – con quien nunca me había cruzado una palabra -, debido a que,
poco antes, en Madrid, había cenado con Silvio en casa de un amigo común.


En la cena, que transcurrió de manera muy agradable, Silvio presentó una
imagen de persona dialogante, deseosa de cambios que le pusieran fin a
la división de los cubanos, y, aunque sin estridencias, se quejó de los
peores aspectos de la dictadura. Esa noche percibí que el cantautor, en
realidad, no creía en el gobierno que solía defender, y me pareció que
era un prisionero de la doble moral que devasta psicológicamente a
tantos cubanos atrapados en una penosa disonancia entre lo que creen, lo
que dicen y lo que hacen. Esa lacerante ambivalencia que intuí luego me
la confirmaron algunos de sus más íntimos amigos y amigas.

¿Por qué Silvio retoma hoy su vieja carta? Tal vez, no lo sé con
certeza, para cerrar el reciente cruce de correspondencia que tuvo
conmigo y complacer a la policía política, que no quedó muy satisfecha
con este intercambio epistolar con "el enemigo". Pero también sospecho
que lo hace como una forma de distanciarse de la postura de Pablo
Milanés, a quien indirectamente le reprocha su fugaz, pero amable
encuentro conmigo, y como una forma de rechazo al deseo manifestado por
el autor de Yolanda de propiciar la reconciliación de los cubanos sin
renunciar a sus convicciones revolucionarias, patente durante su
concierto en Miami. La estrategia de la dictadura, que es hoy la de
Silvio, es mantener la crispación y el odio como una forma de legitimar
los peores aspectos de la represión.

En efecto, en el guión escrito por la Seguridad cubana, las Damas de
Blanco no son unas señoras dignas que recorren las calles pidiendo el
respeto por los derechos humanos en medio de un coro de insultos y
empellones orquestado por la policía política, sino asalariadas de
Washington que cobran por sembrar la discordia en medio de una sociedad
que les da su merecido, ejemplarmente unánime en el respaldo al
gobierno. Los exiliados no son demócratas que quisieran una transición
pacífica a la española o a la checa, con respeto para todas las partes,
sino unos terroristas sedientos de sangre al servicio de la CIA, a los
que se les debe negar todo trato y cerrar todas las puertas.

Para el Departamento Ideológico del Partido Comunista, que es la cabeza
intelectual de la policía política, la mejor estrategia para mantener el
régimen intacto y sin hacer concesiones a la voluntad popular, que
claramente desea cambios profundos del sistema tras más de cincuenta
años de desastres, consiste en sostener la inexistente rivalidad y
contradicción entre una Cuba heroica que no puede bajar la guardia,
asediada por Washington con el auxilio de unos cuantos canallas que
quieren modificar el sistema para liquidar a sus enemigos a sangre y
fuego y revertir los supuestos logros de la revolución. De donde se
deduce que con esos tipos siniestros, tanto los disidentes dentro de la
Isla, como los exiliados que se califican como demócratas, no puede
haber ningún tipo de relación, salvo el desprecio y la denuncia. Por eso
la andanada oficial contra Pablo Milanés, a la que ahora,vergonzosa y
oblicuamente, se une Silvio Rodríguez.

Lo curioso es que esta crispación artificialmente alimentada desde el
poder no es nueva en la historia de Cuba. En 1878, cuando se firmó la
paz tras una década de guerra entre mambises y españoles (y los criollos
que los apoyaban), los enemigos de la reconciliación decían que era
imposible la convivencia armónica entre adversarios que se habían hecho
tanto daño en el campo de batalla, pero no fue así: unos y otros, por lo
menos hasta 1895, hasta que la intransigencia colonial hizo imposible
una evolución pacífica, se integraron en partidos políticos enfrentados
en el terreno cívico sin que se produjeran actos significativos de
venganza protagonizados por los cubanos o los españoles.

El mismo fenómeno volvió a ocurrir en 1902, tras la inauguración de la
República de Cuba propiciada por Estados Unidos después de su victoria
frente a España en la guerra del '98. En efecto, entre 1895 y 1898 había
ocurrido otra guerra fulminante y terrible, dirigida a sangre y fuego
por Valeriano Weyler al frente del ejército español, pero cuando los
cubanos asumieron el mando del país, lejos de vengarse de los españoles
residentes en la Isla, dueños de casi todos los circuitos comerciales,
lo que hicieron fue darles un abrazo a los enemigos de la víspera,
reconciliarse con ellos y propiciar la inmigración de más españoles.
Nunca fue más numerosa, positiva e influyente la sociedad española en
Cuba que en el primer tercio del siglo XX, cuando el país era independiente.

Lo que quiero decir es que el odio permanente no es un rasgo de la
mentalidad social de los cubanos como pretenden los defensores de la
última dictadura comunista de Occidente. En 1933, los cubanos derrocaron
a un dictador, el general Gerardo Machado, y ya en 1940 los machadistas
formaban parte del juego político nacional y tuvieron una amplia
representación entre los representantes del pueblo que redactaron la
Constitución de 1940.

Si en la década de los ochenta, sin ningún éxito, insté a Silvio
Rodríguez a desertar y denunciar al régimen, hoy le pido que recapacite,
como ha hecho Pablo Milanés, y en lugar de dinamitar los puentes, se
dedique a construirlos para que la totalidad de los cubanos, y no sólo
un puñado de comunistas dirigidos por una dinastía militar de carácter
familiar, puedan expresar libremente sus preferencias políticas para
comenzar sin ira la transición hacia la libertad.

Sería útil que Silvio comprendiera que cuando Pablo habla de
reconciliación, en realidad está ejerciendo un derecho poco recordado
pero inmensamente importante: el de la libertad afectiva, también
conculcado por la dictadura de los Castro. Un régimen que secuestró el
corazón de los cubanos y los obligó a cortar todo tipo de lazo con los
exiliados o los desafectos, ya fueran hermanos, hijos, padres o amigos,
está lleno de odio. Un régimen que convirtió a los homosexuales en
detestados enemigos del pueblo y los maltrató y encerró en campos de
concentración, como antes habían hecho los nazis, es la representación
del horror moral y la barbarie. Un régimen dedicado a disgregar a la
población, en lugar de predicar la confraternidad entre la inevitable y
bienvenida variedad, que decreta el odio como norma de convivencia y
combate el perdón y la reconciliación, es un régimen muy enfermo.

La sociedad cubana, Silvio, necesita urgentemente superar esta etapa,
pasar la página y construir una Cuba futura con todos y para el bien de
todos, como quería Martí, en la que nunca más el gobierno se apodere de
las emociones de los ciudadanos y les dicte a quién deben querer y a
quién deben rechazar. Los cubanos, Silvio, tienen que recuperar la
coherencia ética y renunciar a esa lacerante doble moral que los
tortura. La libertad afectiva no es una figura retórica. Es una
necesidad básica del espíritu. Es el componente clave de la felicidad
individual.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=33549

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