Para colaborar con Mariela Castro (VI)
Sexta y última parte de una serie sobre las atrocidades sufridas por
quienes fueron enviados a las UMAP
Félix Luis Viera, México DF | 13/09/2011
Quizás no pocas personas de las que han leído o escuchado las
declaraciones de la señora Mariela Castro, en uno y otro sitio del
mundo, coincidan conmigo en que la sexóloga cubana se expresa de manera
candorosa casi siempre, y que candor exhalan sus expresiones faciales,
sobre todo su sonrisa. ¿Será ella así en verdad?
Mariela Castro, en los últimos años, se ha convertido en una especie de
heraldo —¿seráfico?— que llega hasta nosotros para avisarnos de
cuestiones del "pasado revolucionario" que deberían ser esclarecidas.
Sin embargo, cuando aborda el tema de las UMAP, nos confunde un poco con
expresiones que parecen elementales o demasiado obvias. Viene y dice:
1) "Hay que aprender de la historia con honestidad y transparencia y
asumir responsabilidades. No hay que tenerle miedo a los errores
cometidos, hay que aprender de ellos". ¿Y esto para quién será? ¿Qué se
puede aprender, a estas alturas, de aquellos "errores"? ¿Y las
enseñanzas que se obtuvieran, en caso de que así fuera, dónde, en el
tiempo y el espacio, se aplicarían?
2) "Explorar en la historia nos da muchas pistas". Esto es verdad. Verdad.
3) "La historia real [sobre las UMAP] todavía no se conoce". Ni se va a
conocer si ella, al parecer la encargada del asunto, se basa sólo en
"los testimonios que tiene y de otros que ya le anuncian personas
interesadas en narrar sus vivencias". Porque yo pienso que las "personas
interesadas en narrar sus vivencias", a ella precisamente, deben ser
personas, en su mayoría, encariñadas con la élite gobernante. Digo yo. Y
otro detalle: no se puede demorar mucho más la "investigación" porque de
aquellos 22.000 hombres —otros dicen que 43.000; el padre de Mariela
Castro debe saber cuál es la cifra correcta— ya muchos han muerto.
Un aspecto que esperamos conozca la psicóloga cubana es que el suplicio
de los confinados en las UMAP no terminó cuando salieron de aquellos
campamentos. Todavía arrastran el estigma, los que viven, y lo
arrastraron toda su vida los que ya han muerto: esa mancha de ser "ex
soldado" UMAP; es decir, siguen siendo victimarios, no víctimas. Muy
pocos han logrado sobreponerse frente a la discriminación que, por ese
pecado que cargan, han debido enfrentar para ascender en ciertas facetas
de la vida. Pero según Mariela Castro pedir perdón por las UMAP "sería
una gran hipocresía", sería "como quitarse la responsabilidad de
encima". Yo pienso, sin embargo, que cuando ya el mal que hemos hecho
resulta irreparable, sólo solicitar el perdón nos podría redimir en
alguna medida o tal vez del todo.
Si a lo que mencionábamos antes —esa cruz que llevan aún la mayoría de
los ex UMAP que viven en la Isla— se le añade esa otra secuela, la
psicológica, precisamente, tendremos que el daño es grave, muy grave.
Podríamos citar a varios de aquellos hombres que después, jamás,
pudieron conciliar el sueño sin el tratamiento clínico correspondiente.
A varios que luego de haber sido liberados resultaron discriminados en
sus centros de trabajo, o por el Comité de Defensa de la Revolución de
la cuadra, o abandonados por sus parejas, sus amigos, sus vecinos,
porque esos hombres que habían estado en las UMAP, sin duda, pensarían
quienes los obviaban, eran la "lacra social", de acuerdo con lo que
pregonaba el régimen, ¿y qué beneficios podría traerles a los que
intimaran o continuaran intimando con ellos, en medio de una "sociedad
de justa moral socialista"? De cualquier manera, es elemental que para
quien tenga acceso al poder, como es el caso de la señora Mariela
Castro, no sería difícil acceder a los expedientes, que ahí están,
guardados aún, sin duda; porque a más de 20 y de 30 años de distancia a
no pocos ex UMAP, en el momento de optar, digamos, por "un puesto de
confianza", "les ha salido el expediente"; es decir, les ha salido esa
culpa que deben cargar. Para la investigación que intenta la psicóloga
Castro, aparte de la que hiciese en el terreno, le serviría de mucho
consultar esos expedientes. Entonces vería que la mayoría de los
confinados eran hombres de bien, con defectos, con debilidades que
aunque no concordasen con la maqueta del Hombre Nuevo, se ceñían
perfectamente a la idea que tenemos de lo que es un Ser Humano. Quizás
la sexóloga Castro, luego de revisar la documentación, concluiría que
los más inocentes de aquellos encerrados vestidos de azul eran los
homosexuales, puesto que estos, en su anterior vida de civiles, no
habían dejado de trabajar los sábados porque fuesen adventistas del
Séptimo Día, no habían dejado de saludar a la bandera porque fueran
testigos de Jehová, no habían estimulado el "diversionismo ideológico"
porque auxiliaban al sacerdote en la iglesia católica de su zona.
Creo que Mariela Castro, y cualquier ser medianamente pensante, podría
concluir, sin necesidad de análisis alguno, que en las UMAP no se iba a
reeducar nadie, como aseguraban las autoridades. Resulta elemental que
ningún ser humano se reeduca por medio de la persuasión consistente en
el pánico, el trabajo agotador, el aislamiento. Allí más bien se sembró
el odio contra el verdugo, porque verdugos fueron quienes dictaminaron
que unos hombres eran inferiores a ellos y, por tanto, merecían el
desprecio, la humillación.
Vuelvo a las líneas iniciales para de nuevo preguntarme: ¿es su
personalidad candorosa la que lleva a la psicóloga Mariela Castro a
afirmar lo evidente, y a negar lo evidente? ¿Será?, ¿será el candor?
Y por otra parte, si bien ella considera que el régimen no debe pedir
perdón por aquella iniquidad… Nosotros, hermanos, perdonemos.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/para-colaborar-con-mariela-castro-vi-268069
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