Negocio de familia
YOANI SÁNCHEZ 07/09/2011
Hay puertas que solo se abren cuando se murmura delante de ellas un
apellido, un cargo, o el pedigrí histórico de alguien. Salvoconductos
que pueden librarnos de un montón de problemas, siempre y cuando vengan
avalados por una firma reforzada con algún alto cargo militar. Durante
décadas quienes bajaron de la Sierra Maestra se han erigido en fuente de
derechos en la Cuba revolucionaria. Los familiares de esos otrora
guerrilleros exhiben con presunción su vínculo sanguíneo con ellos,
alardean de incluirse en su árbol genealógico. Tener un pariente general
o teniente coronel ayuda no solo a la hora de sortear los trámites
burocráticos, también puede disminuir condenas de cárcel, borrar
antecedentes penales y -claro está- materializarse en sustanciosos
privilegios materiales. El humor popular, ha creado expresiones de todo
tipo para remarcar las prerrogativas que acompañan a estos rebeldes de
antaño. Hasta el lenguaje corporal ha desarrollado su propia manera de
aludir a ellos. Basta que en medio de una conversación donde se habla de
un joven que exhibe un auto sorprendentemente moderno, alguien diga que
se lo regaló el padre y entonces se toque el hombro con el dedo del
medio y el índice juntos. Esa simple seña advierte que el reluciente
vehículo le ha llegado porque su progenitor porta un uniforme verde, una
rama de olivo en la charretera o unas medallas sobre el pecho. El
nepotismo es aquí tan común que ni sorprende; el favoritismo de los
genes ha llegado a ser parte indisoluble del propio sistema. De esa
manera los advenedizos que no comparten ADN con los "históricos" tienen
pocas oportunidades.
En una estructura de poder que se apoya en estos clanes familiares, la
muerte de una de las cabezas visibles pone en riesgo el estatus de toda
su parentela. No es lo mismo levantar el teléfono y pedirle un favor al
tío que peleó en 1958 junto a Fidel Castro, que invocar -post mortem- su
memoria para salir de algún apuro. Las parcelas de poder disminuyen
cuando el jerarca familiar deja de respirar, porque se necesita la
presencia de este para mantener a su linaje en la lista de las
franquicias. Los parientes que lo sobreviven nunca volverán al lugar en
que los había colocado el difunto. La longevidad se convierte así
imprescindible para que hijos y nietos tomen posiciones, especialmente
económicas, antes de que fallezca aquel que una vez desembarcó en el
Granma, atacó el Cuartel Moncada o se levantó en armas en las montañas
del oriente de Cuba. Una muerte temprana, disminuye la ascendencia de
sus allegados, rebaja drásticamente el lugar en la cadena de poder en
que están ubicados los suyos. Las nuevas generaciones de esos clanes
están atrapadas entonces entre sus ansias de ocupar espacios propios y
la necesidad de mantener al cabeza de familia como mascarón de proa
hacia el ascenso. El sucesor nunca tendrá la misma consideración de la
que gozó el padre, porque la condición de este partía de su
participación en un hecho del pasado y no del presente. La historia como
fuente infinita de validación, la juventud como mácula por no haber
participado del momento que posteriormente sería considerado como la
"consagración".
Ahora nos encontramos ante la evidencia de que la biología está
descabezando muchos de esos grupos de poder. Hace apenas unos días la
muerte en el cargo de Julio Casas Regueiro, ministro de las Fuerzas
Armadas, confirmaba la fragilidad de un Gobierno que excede la edad de
jubilación. Se especula que puede ser reemplazado por algún otro de los
históricos, se barajan los nombres del general Leopoldo Cintra Frías, de
Álvaro López Miera miembro del buró político y del actual viceministro
Joaquín Quintas Solá. Los más pesimistas incluyen también al propio hijo
de Raúl Castro, el coronel Alejandro Castro Espín. Con el fallecimiento
de Casas Regueiro todo un clan familiar pierde posiciones, pero también
queda en evidencia el fracaso de la sucesión generacional. Con 75 años
de edad y al frente de ese ministerio desde 2008, se rumoreaba desde
meses sobre su mal estado de salud. El momento en que Raúl Castro lo
designó como su sustituto al frente del MINFAR, fue precedido por
fuertes especulaciones de que la joven camada no vinculada genéticamente
tendría su turno al mando del timón nacional. Figuras como Carlos Lage y
Felipe Pérez Roque, se mostraban como el relevo político de quienes ya
llevaban casi medio siglo con los timones de la nación aferrados a sus
manos. Sin embargo, en lugar de apostar por la renovación, la cúpula
cubana prefirió nombrar a figuras ancianas pero más "seguras". Meses
después ambos benjamines caerían defenestrados y se perdería con ellos
el breve soplo de diversidad sanguínea que había recorrido las altas
esferas. Las declaraciones de Fidel Castro en contra de ellos pusieron
fin a ambas carreras políticas. Tanto el canciller como el
vicepresidente del Consejo de Estado se habían vuelto -según dictamen
del severo Comandante en Jefe- en "adictos a las mieles del poder".
Ahora, cuando es raro el mes sin alguna necrológica en las primeras
planas de los periódicos oficiales, seguimos preguntándonos si el
abolengo seguirá marcando el derrotero político del país. Si los
poderosos apellidos de hoy cederán espacio a otros nuevos, o intentarán
heredar el poder a sus descendientes, conservarlo como un negocio de
familia.
Yoani Sánchez, periodista cubana y autora del blog Generación Y. © Yoani
Sánchez / bgagency-Milán.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Negocio/familia/elpepuopi/20110907elpepiopi_5/Tes
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