Wednesday, September 7, 2011 | Por Víctor Manuel Domínguez
LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubaet.org) – El consumo de alcohol
traza una ruta, cada vez más transitada, que a menudo comienza con la
ingestión de un coctel en una discoteca y termina con el aprendiz de
"curdonauta" tirado en un portal. Un número creciente de cubanos ahoga
sus frustraciones y carencias en una botella de ron.
Para medir el número de personas que hacen de la bebida una religión, no
es preciso acudir a datos oficiales, a bares de mala muerte, ni a
establecimientos de nivel. Sólo hay que caminar las calles del país,
sobre todo las de la capital. La ruta del alcohol se inicia y culmina en
cualquier parte.
Las campañas televisivas "Aleja a tus hijos del alcohol", no logran
detener un vicio que se ha convertido en el nuevo pasatiempo nacional,
al que acceden miles de cubanos sin distinción de origen, raza o sexo, y
aún más preocupante, ni edad.
Sin importar si el día es laboral o festivo la gente consume alcohol.
Quienes no pueden comprar una botella de ron industrial, porque las más
baratas cuestan 57 pesos, en un país donde 500 pesos mensuales se
considera un buen salario, le meten al Escupe lejos o al Salta pa'trá,
rones de fabricación casera.
Reunidos en pequeños grupos donde se borran las diferencias bajo el
denominador común de "amigos del alcohol", maestros, ex combatientes y
personas de cualquier estrato social, deambulan por la ciudad.
Harapientos, pestilentes, demacrados o redondos por la hinchazón, se
acuestan sobre los bancos, diseminan sus pertenencias sobre el piso, y
cuando no están dormidos extienden las temblorosas manos a los
transeúntes, pidiendo dinero para beber.
Un grupo de hombres y mujeres alcohólicos se ha adueñado de la glorieta
del Parque El Curita. Allí lavan, mendigan, pelean, fornican, ante la
indiferencia de quienes transitan por ese céntrico lugar de la capital.
Igual sucede con los que viven en el parque Fe del Valle, construido
sobre las cenizas de la tienda El Encanto, en Galiano y San Rafael. Allí
encontré entre la masa de borrachos al antiguo regisseur del cabaret
Rumayor, en Pinar del Rio, y a una ex maestra de la secundaria básica
José Martí, de Centro Habana.
Marcelo Bermúdez, el regisseur, se cansó de bailar y bailar como un
trompo sin llegar a ningún lugar. Problemas con la esposa, la vivienda y
el bajo salario, lo llevaron un día a borrar su realidad a través del
alcohol, y allí se quedó.
María Elena Vizcaíno, la maestra, obstinada de volver del pandemónium
escolar a una cocina donde lo único que sobraba eran las cucarachas,
tiró el delantal. Atrás dejó a un marido sin amor, las broncas
cotidianas, las exigencias de un hijo, y hoy encuentra "refugio en la
bebida"
La ruta del alcohol puede seguirse un día cualquiera. Los cuerpos de
borrachos tirados en las aceras, los parques o en un portal, te guían
por las calles de la ciudad. Son daños colaterales de la revolución.
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